Sin embargo, por un momento parecen reales y, sobre todo, obligan a quien los contempla bien a identificarse con alguno en especial o a imaginar bajo la piel de qué animal vive. Todo bajo un halo reflexivo propio del siglo XXI: cuestión de elecciones, de carácter y de la vida misma. ¿Ya ha pensado qué animal sería?

¿Personalidades impuestas o no?

La idea de esta colección surgió tras una anterior llamada Pieles en la que Vallinas muestra a la misma persona desempeñando diferentes profesiones con la intención de reflexionar acerca de la “elección del ser” en un momento determinado de la vida. Segundas pieles, por su parte, “fotografía personas con rostros de animal con la misma finalidad, mostrar una serie de posibles personalidades que están o no a nuestro alcance, que nos vienen impuestas o que adoptamos según las circunstancias”, relata el autor.

Las fotografías que componen esta serie tratan de aislar al personaje, obviar su contexto y sus referencias basándose únicamente en el ser individual. Para el fotógrafo “el nombre de esta colección numera de algún modo las series realizadas, pero en realidad es algo más que una respuesta a una secuencia, se trata de jugar con las palabras, y Segundas Pieles sugiere opciones, posibilidades y en definitiva elecciones”. Es la doble cara, una más evidente y genérica, y otra más directa a la esencia, a la elección final de lo que somos.

Retoque son artificialidad

“Hay tantos retratos posibles como animales llevamos dentro. Solo he radiografiado algunos. Los cuerpos pueden ser el de cualquiera. Yo viendo los animales veo a muchos, aunque no se correspondan sus cuerpos”, afirma el autor.

Vallinas tenía claro desde el principio que los retratos debían ser de estudio, con fondo e iluminación propia del mismo. Para él lo importante es que la colección le parezca creíble al espectador a pesar de lo obvio que resulta el montaje. Hasta ahí cree que debe llevarse el retoque fotográfico, «justo hasta el punto de que no se note”. “El retoque tiene que mejorar los resultados, pero (en mi obra) nunca aportar artificialidad”, señala.

Natural de Medina del Campo, Miguel Vallinas lleva 20 años dedicado a la fotografía y recuerda como si fuera ayer los días en que se subía a un tejado con un viejo amigo y jugaban con una cámara. Estudió Fotografía, Imagen y Sonido en Valladolid y Burgos y en EFTI de Madrid.

La construcción de la imagen

Confiesa que le gusta ser escrupulosamente técnico a la hora de realizar fotografías. Ha atravesado diferentes etapas y a algunas le gusta volver, pero “siempre dando un paso hacia adelante”. “No soy un fotógrafo de acción ni de instantáneas. Nunca llevo la cámara conmigo. Prefiero mirar, construir la foto en mi cabeza y luego volver con lo que me haga falta, y hacer el último disparo con calma. Me gusta tenerlo todo controlado. Pese a que mis series no se parezcan entre sí, mi forma de trabajar siempre es la misma”.

Segundas pieles, hasta el momento, no se había expuesto y, sin embargo, ya ha tenido muy buena acogida, algo con lo que su autor parece mostrarse encantado: “Ahora mi trabajo está llegando a más gente. Eso me gusta. Es un fin. Es mi forma de expresión y cuantas más personas conozcan mi trabajo, de alguna manera más me conocen a mí”, dice Miguel. “Espero aprovechar esta buena acogida para seguir trabajando y seguir llegando a cuantas más personas, mejor”.

Actualmente, sus colecciones 24 fotogramas de millones de segundos, la soledad es cosa de dos y El lugar que ocupa el hombre participan en el proyecto ‘A la carta’ de la Junta de Castilla y León y están en un circuito que recorre varias salas de diferentes provincias de la comunidad. Además, su serie El silencio Blanco será presentada en la galería Ángel Cantero de León el próximo 6 de septiembre y podrá verse durante todo el mes.