El legado se compone de treinta portadas de La Codorniz (collages o dibujos) de los primeros años de la revista y de 15 aguafuertes de la serie Tauromaquia de la muerte realizados por el reconocido ilustrador, cineasta, dibujante y humorista que desarrolló un trabajo artístico interdisciplinar desde la década de los veinte en adelante.

La presencia de Herreros en esta publicación fue realmente significativa: autor de más de ochocientas portadas, miles de dibujos y cientos de collages, fue uno de los principales responsables del diseño artístico y estilo visual de la revista, caracterizada por el humor e ironía.

El conjunto de obras es de gran interés para la colección del Museo ya que se enmarca en la línea de investigación que se viene desarrollando sobre lo popular en el arte de vanguardia y el humorismo gráfico durante la posguerra en España.

La Codorniz fue la gran publicación de humor de la dictadura, y en el plano artístico, el trabajo de Herreros destaca en calidad vanguardista y audacia sobre el resto de colaboradores. La revista pudo sobrevivir en el franquismo gracias al distanciamiento con el inmediato contexto político pero su gran logro fue conseguir la continuidad con un humor absurdo y disparatado de clara raigambre vanguardista, una batalla contra la lógica y las convenciones sociales.

Humor absurdo

Un segundo conjunto de obras que pasará a formar parte de la Colección es el de los 15 aguafuertes, de naturaleza goyesca, de la serie denominada La Tauromaquia de la muerte, que fueron realizados por Herreros en el año 1946. En ellos se aprecia la calidad del autor como grabador y su dominio del aguafuerte y son de interés para la Colección del Museo ya que se relacionan con la iconografía clásica del arte español finisecular y con la obra gráfica de otros autores españoles primordiales para la misma, como Goya y Gutiérrez Solana.

Enrique Herreros destacó en los años veinte publicando dibujos en las revistas más relevantes del momento (Muchas gracias; Gutiérrez o Buen Humor) y elaborando carteles de cine para la productora Filmófono. Desde entonces formó parte del grupo creativo conocido, a posteriori, como “la otra generación del 27”, junto con Miguel Mihura, Tono, López Rubio, Neville o Poncela. Con ellos, durante la guerra civil, trabajó para la revista La Ametralladora, y a partir de 1941, y hasta su muerte, en La Codorniz.

A lo largo de su vida, también realizó pintura al óleo y aguafuertes. En su faceta cinematográfica hay que destacar que dirigió las películas María Fernanda La Jerezana (1946) y La muralla feliz (1947). Mihura, director de La Codorniz hasta 1944, y sus colegas –el núcleo duro lo formó con Tono y Herreros– tuvieron que negociar su lenguaje artístico, pues como subraya Hernández Cava “la posguerra no parecía dispuesta a aquellas alegrías modernas de antaño”.