Esta colección permite ver a un Miró entusiasta, divertido y hasta feliz en la plenitud de su oficio y la libertad de su lenguaje que reflexiona sobre su propia pintura, el arte y el devenir del tiempo.

Quizá lo que más caracteriza esta colección es que, si por un lado, presenta las últimas décadas en la trayectoria artística de Miró, un período más desconocido y que sólo recientemente ha comenzado a recibir la atención de la crítica, por otro presenta casi todos los motivos que han interesado al artista desde sus inicios. Muchas veces se trata de una especie de reencuentro con ellos, lo que permite otorgarles un sentido más pleno. Siguiendo estas pautas, Fundación MAPFRE ha querido dividir el recorrido por la colección en cinco secciones.

La primera, Miró/Calder, presenta la mutua admiración artística y la relación de amistad entre el catalán y Alexander Calder, que compartirán el mismo interés por la depuración formal de los motivos, así como por la abstracción, el circo o el ballet, entre otros. Como ejemplo de esta relación destaca el Retrato de Joan Miró, realizado en alambre de acero por Calder. Este conjunto de obras expuestas son regalos con los que el propio Calder obsequió a Miró.

Tras las Constelaciones, Miró inauguró un nuevo modo de disponer en la superficie del cuadro toda una serie de formas, que ejercerían una notable influencia en la mayor parte de los expresionistas abstractos norteamericanos, una influencia recíproca que se observa en la gestualidad de las obras de gran formato del artista catalán. Tal es el caso de Mujer española, de 1972. Por este motivo, esta sección se titula El signo y el gesto, donde además se puede ver el uso que hace de distintos materiales como la arpillera, el cartón como soporte, el acrílico o el lienzo sin bastidor, que recuerdan el ambiente del informalismo que por estos años se desarrollaba en Europa.

Reducida a su esencia

En la tercera sección, Mujeres, pájaros, estrellas, se pueden observar los motivos principales de su obra, pero renovados. Miró los utiliza como un pretexto para estudiar sobre la propia pintura y la gestualidad: el negro y el trazo duro y agresivo se alterna con arabescos y formas curvas “manchadas” por las gotas que deja el acrílico sobre la tela, tal y como se ve en Femme, de 1974. Al mismo tiempo, el artista va depurando los motivos dejando la obra casi desnuda, reducida a su propia esencia.

Una galería de monstruos se centra en “las cabezas” de los últimos años. Personages es la palabra francesa que mejor describe a los monstruos de Miró, criaturas extrañas, unas veces traviesas y otras líricas. Cabezas solitarias que surgen del lienzo y que miran inquisitivamente, produciendo en el espectador una suerte de miedo mezclado con el humor que trasluce toda su obra.

La última sección, Desafío a la pintura, muestra un conjunto de pinturas que se entienden mejor al recordar la célebre frase según la cual el artista “quería asesinar su pintura”. Este asesinato tiene un doble sentido. Por un lado, los materiales de deshecho, las tablillas, las resinas y los pegotes de pintura se convierten en protagonistas. Por otro interviene sobre pinturas ya existentes: compra obras de artistas desconocidos, encontradas en mercados populares, sobre las que pinta con un resultado que es una mezcla de los dos. En total, Miró hizo 10 de estas obras a lo largo de su carrera, de las que la exposición muestra cuatro como Personajes en un paisaje cerca del pueblo, de 1965.