A lo largo de esta película, que tibiamente denuncia la opresión cultural que vive el pueblo iraní, Vafamehr aparece en varias secuencias sin velo islámico y con la cabeza afeitada.

Hace tres meses fue detenida y encarcelada en la prisión de Garchak, en la provincia de Teherán, una antigua granja de pollos que, según ha declarado el marido de la prisionera el cineasta Nasser Taghavi, no reúne las mínimas condiciones de habitabilidad. Allí sigue desde entonces. Ahora ha sido juzgada (paradójico que etimológicamente la palabra juicio provenga de justicia) y condenada a recibir sobre su espalda 90 latigazos y a permanecer enrejada durante un año.

Cerco a la libertad

Llueve sobre mojado. Como informábamos en sendos blogs en hoyesarte.com, la presión sobre la libertad de expresión en Irán, corporeizada en cineastas y artistas, estrecha su cerco. El director Jafar Panahi, ganador en Venecia y Cannes, fue condenado el pasado diciembre a seis años de cárcel y a 20 sin poder viajar al extranjero y lo que es, si cabe, más escandaloso, a no poder escribir guiones ni rodar durante ese larguísimo período.

Algo similar ha ocurrido con otro consagrado, como Mohammad Rasoulof. El pasado septiembre otros seis directores han sido también duramente represaliados por, puntualizan las condenas, «dar información negativa para Irán».

Dirigida por el iraní residente en Oceanía Granaz Moussavi, Mi Teherán en venta fue rodada en 2008 con el permiso del Ministerio de Cultura y Orientación Islámica de Irán, aunque posteriormente fue prohibida su proyección en el país. Sin embargo el boca a boca y la calidad funcionan y muchos iraníes se hicieron con ella y a través de copias clandestinas la han ido conociendo.

Con un metraje de apenas 60 minutos, la película fue rápida y unánimemente reconocida en los circuitos cinematográficos internacionales, acumuló premios y pudo verse, entre otros, en el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria del pasado año.