Fue uno de los técnicos imprescindibles de nuestro cine y en los títulos de crédito de una película española los efectos especiales casi siempre llevaban su firma. Abades era un maestro en hacer real lo que otros imaginan, tarea que desempeñó  durante más de cuatro décadas. Con más de 300 títulos en su haber, tanto nacionales como internacionales, este extremeño hecho a sí mismo que de la nada creó un oficio inexistente en nuestro país.

El que para muchos era ‘el señor que recogía los Goya’ –tenía nueve en su estantería por su trabajo en ¡Ay, Carmela!, Beltenebros, Días contados, El día de la bestia, Tierra, Buñuel y la mesa del rey Salomón, Lobo, El laberinto del fauno y Balada triste de trompeta–, galardones a los que este año opta por partida doble por Oro y Zona hostil, estaba enamorado de su profesión.

«Me gusta arreglar lo que los demás no son capaces de solucionar -afirmaba-. Soy técnico, imaginativo, profesional y me ilusiono pensando en cómo superarme cada día. No conozco el no. Aquí te piden cosas de locos, pero siempre nos sumamos a esa locura. Somos los de efectos especiales…Si es que hasta el nombre es especial”.

Supervisor de efectos especiales, mundo al que llegó en 1968 y aprendió con Manuel Vaquero, trabajó en varias compañías francesas, norteamericanas e italianas. En 1979 se independizó y fundó su propia compañía. Desde entonces, además del cine, colaboró en publicidad, televisión, espectáculos audiovisuales, parques temáticos y grandes eventos -uno de los efectos más llamativos fue la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

Premio Ricardo Franco del Festival de Málaga, Medalla de Extremadura y Medalla al Mérito en las Bellas Artes, Reyes Abades tenía pendiente el estreno de Tiempo después, El reino, El hombre que mató a Don Quijote y Memorias del calabozo.