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Antonio López y Víctor Erice: El arte de observar

El sol del membrillo

López y Erice se conocieron en 1992, cuando el cineasta rodó El sol del membrillo, con el que ganó el premio del jurado en el Festival de Cannes. Aquel mítico documental tiene en el centro de su objetivo a Antonio López y al membrillero florecido, frutado, del patio de su estudio. Exploran las imágenes el proceso del artista en su intento de captar la luz que se cuela entre las ramas e impacta en el amarillo de los frutos. El resultado es una porción de cine que el tiempo ha definido como mítico; de culto.

Antonio observaba el membrillo, Erice observa a Antonio y el espectador disfrutaba de esa conjunción. «Aquello estuvo bien», dicen ellos con la sencillez común que les distingue. «Además salió sin ningún tipo de ayuda pues fue la única película de aquel año que no tuvo ayuda oficial alguna. Pusimos el dinero de nuestro bolsillo. La hizo posible la fe de algunas personas y la extrema generosidad de Antonio y su familia», puntualiza Erice, «algo que nunca olvidaré y nos ha unido para siempre».

Sonríe el pintor ante estas palabras y comenta, «la generosidad fue de todos, pero es mejor que algo tan logrado no exija heroicidades. A los que hacen arte no se les puede pedir que también sean héroes». Y añade: «Fue la aventura de una creación. Me parece muy injusto cuando se habla de la película de Erice como un retrato de un pintor y su pintura, porque siempre he considerado que en realidad es un retrato del mundo».

Ambos coinciden en que luchaban contra un imposible, «pues es inalcanzable atrapar el tiempo y captar el milagro de la luz, y ambas cosas, tiempo y luz, constituyen la esencia de un simple membrillo colgado en una rama. En un árbol ves el mundo».

Encontrarse, charlar…

El hecho es que, desde entonces, desde aquella bendita conjunción, Antonio López  y Víctor Erice   se ven de vez en cuando. Así ha vuelto a suceder en el marco de Encuentros a Conciencia, el ciclo en el que, con la intermediación de la periodista Pepa Fernández, se sentaron a charlar sobre El arte de observar.

«Este pintor y este cineasta superan a su propia leyenda pues han creado una forma propia de contar el mundo», introdujo la presentadora que apenas ya tuvo que volver a intervenir, pues los protagonistas de la sesión coparon el ambiente hablando de aquello que les apasiona: la creatividad; el arte.

Hablando del arte y de la vida, ambos coincidieron, a la hora de entablar la conversación, en que la observación es fundamental para quienes trabajan con la imagen.

Con ojos diferentes

Tras señalar que la observación es inseparable del acto de crear, Erice afirmó que la obligación del cineasta es mirar desde otro punto de vista o mirar con ojos diferentes y definió el cine como un  medio de conocimiento del mundo, de las personas, de la realidad y también de uno mismo. «A través del cine he experimentado emociones fundamentales. Yo trato de reproducir lo que está en el origen de la experiencia como espectador».

Para Antonio López observar es un don animal que otorga la posibilidad de la supervivencia. «Una mosca también observa –afirmó–, pero el ser humano lo hace de otra forma y esa forma a veces deriva en algo creativo. Para mí es un enorme misterio el hecho de que algunos hombres tengan la capacidad de ver más allá y crear».

A la hora de perfilar a quienes le acercaron al cine, Erice mencionó a su madre. «Me enseñó a observar. Mi calle era como un resumen del mundo y mi madre, que era una mujer humilde, mientras cosía me contaba desde el balcón de mi casa las historias, inventadas o no, de quienes pasaban por debajo. Ella me hizo ver la importancia del relato».

Incidió también el cineasta en la deuda del cine con la pintura. «El cine le debe mucho desde sus orígenes. Se dice que Lumière fue el último pintor impresionista. La pintura ha enseñado al cine la composición de la imagen y casi todo lo relacionado con la iluminación».

Tiempo y silencio

Cada uno en su ámbito, López y Erice destacan el valor del tiempo. Cada uno, como demuestran a lo largo de sus obras, se toman el suyo y hacen bandera de su huida de las prisas.

A lo largo de su carrera, el cineasta solo ha hecho tres largometrajes, aunque el no reconoce ser un creador lento. «Tengo una reputación que no merezco. Soy un cineasta muy rápido cuando tengo la implicación personal que considero vital. Hice El espíritu de la colmena en cuatro semanas en un mes de febrero, cuando las condiciones de luz natural son muy precarias. Lo de la lentitud es una leyenda que me persigue desde siempre y no puedo hacer nada contra ella».

En relación con el tiempo, el pintor afirmó que «todos tenemos la velocidad que nos corresponde». Confesó que le cuesta la vida dar por terminada una obra. «Quizás porque una obra de arte solo se acaba cuando el artista llega al límite de sus posibilidades».

«El tiempo del pintor –argumentó– es un tiempo individual y el del cineasta es colectivo y sujeto a presiones y al calendario».

Y entre tanto ruido, ambos apuestan por el silencio. «El cine sonoro inventó el silencio. En el momento en que se cuenta con medios que permiten reproducir el sonido, nace el silencio. Es entonces cuando lo percibimos», señaló Antonio López, que se declaró enamorado del cine: «Es el gran arte popular del siglo XX. Nos dio a los españoles de mi época, un período en el que carecíamos de libertades esenciales, la posibilidad de ser ciudadanos del mundo. Eso fue extraordinario. Ver Rebeca en Tomelloso en aquellos tiempos tenía un valor incalculable y nos instalaba en el mundo».

Erice, por su parte, ve envejecido el cine actual, donde «la televisión manda completamente y parece que sólo importa la taquilla y las masas». A menudo el cine más interesante, afirmó, se hace hoy en la periferia y es de carácter residual. «Estoy de acuerdo que es el gran arte del XX, pero la tremenda decadencia que vive en el momento actual hace difícil vaticinar qué va a ser de él en el siglo XXI».

Crepúsculo y verdad

En la parte final de la conversación hablaron de dinero. «Los pintores tenemos la fortuna de no tener cuentas con nadie. Sin embargo, el cine tiene un contacto con el mundo del dinero que debe pesar mucho. Y de vez en cuando aparecen personas –como Erice– que saben armonizarse con eso», afirmó Antonio López.

Para el director, «el cine es el crepúsculo de la civilización y el arte representa la aurora», a lo que el pintor respondió que «el arte no nos hace mejores. Nos pone delante un espejo para que miremos qué terribles somos. El arte no está para dar soluciones al mundo, sino para contar la vida y en ese sentido requiere verdad. Exige bajar hasta el fondo para ver que hay ahí y contarlo». En ese punto destacó la verdad que respira la obra de Degas, «que rescató la vida, el mundo contemporáneo para la pintura. La vida estaba secuestrada para el arte y artistas como él reflejaron el hecho real del mundo».

En ese punto concluyó el encuentro. Pero antes, Víctor Erice y Antonio López apelaron a la verdad como elemento indisociable de la labor creativa: «Una imagen es bella a fuerza de ser justa. El arte moderno tiene sed de verdad», y al placer que les provoca lo que realizan: «Cuando armonizas con lo que haces, surge el placer».

Sentido y dicho queda.