Daniel Sánchez-Arévalo ha vuelto a hacerlo. El que debutara como director de largos con la interesante Azuloscurocasinegro tira de su sentido del humor en consonancia con el día a día de cualquiera y utiliza la final del Mundial que España ganó como telón de fondo para contar la historia de una familia que podría ser la de cualquiera. Lo normal en una familia es que no haya nadie normal, dice una de las protagonistas. Real como la vida misma. Por eso conectan las historias de Sánchez-Arévalo, quien ya provocó carcajadas (y alguna que otra lágrima) con Primos. Sin olvidar su también coral Gordos.

La preselección de La gran familia española como posible candidata a representar a España en los Oscar puede llamar la atención por el género en el que se enmarca, pero lo cierto es que una de las mejores cosas que los cineastas españoles saben hacer es comedia. Y esta lo es. Con sus altibajos, su falta de ritmo en algunas ocasiones (pocas) y sus diálogos tan absurdos que a veces recuerdan al sinsentido de Miguel Mihura. Sin dejar a un lado un poco de emoción. De esa que hace caer la lagrimilla.

Cuatro son las razones por las que La gran familia española funciona en su conjunto. A saber:

Ellas

Sánchez-Arévalo ha ido puliendo con los años la construcción de los personajes femeninos hasta llegar a los de éste, su cuarto largo. Desde la pequeña futbolera que se cree lesbiana solo por el hecho de soñar con meterle un gol a Casillas en lugar de con otras cosas (como les ocurre a sus amigas), hasta las descontroladas mellizas protagonistas que vuelven loco al pequeño de la familia.

Incluso el personaje invisible, pero omnipresente, de la madre del clan está cargado de significado. Claro, que ninguna de ellas se sostendría sin las actrices. Verónica Echegui, Arantxa Martí, Sandra Martín, Sandy Giberte…

Ellos

En Primos, Sánchez-Arévalo ya demostró que sabe muy bien manejar las relaciones masculinas, sus idas y vueltas y su idiosincrasia. En La gran familia española ellos vuelven a ser los grandes protagonistas. Un clan de cinco hermanos a cada cual más pintoresco. El deprimido (Antonio de la Torre), el alternativo (Quim Gutiérrez), el que no sabe ni quién es (Miquel Fernández), el retrasado (Roberto Álamo) y el pequeño (Patrick Criado). Como patriarca, Héctor Colomé.

De todos destaca la actuación de Roberto Álamo, por el papel que le toca, y la sorpresa del más joven, más conocido hasta ahora por su insípido personaje en Águila Roja y que se destapa como un valor en alza. Repiten dos de los clásicos en las películas de Sánchez-Arévalo, De la Torre y Gutiérrez, para los que siempre hay hueco en sus películas. Y, como no, Raúl Arévalo, quien en esta tiene un cameo simpático sin una sola frase.

La historia

Cada familia tiene su propia historia y la de ésta parece sacada de un musical. Concretamente, Siete novias para siete hermanos, que es como comienza la película. Una pareja enamorada que se propone tener siete hijos y ponerles los nombres de los protagonistas de su película favorita. Se quedan en el quinto y ella abandona al marido.

La boda del pequeño de ellos, ocho años después de aquello, se convierte en la mejor ocasión para el reencuentro. El hermano que se fue a operar a África regresa a una familia donde ninguno parece feliz, pero todos encajan. ¿Mala suerte? ¿El destino? Cada uno tiene que afrontar sus problemas sabiendo que la clave está en la fuerza del grupo. Después de todo, la familia siempre es lo último que queda.

De fondo, la final del Mundial. ¿A quién se le ocurre casarse ese día? Pero, claro ¿quién iba a pensar que España llegaría a la final? En La gran familia española se enfrentan, como explica el personaje de Efraín (Patrick Criado), dos Españas, dos mentalidades. La de quienes piensan que no se pasará de cuartos, la más pesimista, y la más joven, la que cree que todo es posible.

El montaje

Sánchez-Arévalo se ha curtido en el mundo de los cortos y eso se nota a la hora de dar el salto a primera división. El montaje de algunas de las escenas es realmente un ejercicio de técnica. Consigue mostrar varias conversaciones que ocurren al mismo tiempo en distintos lugares sin que se pierda detalle de ninguna de ellas, complementándose y con un ritmo realmente vertiginoso.