A ojos del espectador resulta casi obligatorio pagar el peaje de Hayao Miyazaki a la hora de hablar de Hosoda. Es cierto que ambos, cabezas visibles de la animación japonesa, poseen esa admirable habilidad de poner en imágenes lo que la imaginación llevada a cotas altísimas de creatividad puede sugerir, pero, además, imprimen a sus trabajos un sello tan personal que son fácilmente distinguibles.

Si el autor de La princesa Mononoke hace alarde de una hipérbole visual que, lejos de saturar, impresiona, el de Summer Wars opta por dejar ese apabullamiento estético para los entornos en los que se mueven sus personajes, imprimiendo a la acción un realismo que no reniega de la espectacularidad. Miyazaki nos recuerda que estamos en un mundo extraño; Hosoda nos hace sentirlo propio.

La educación como camino

Kyuta, el niño protagonista, pasea por las calles del barrio tokiota de Shibuya, desnortado ante un futuro que presiente triste. El azar lo lleva a toparse con Kumatetsu, un oso antropomorfo de carácter complicado que se encuentra en su propia lucha para convertirse en el señor de la tierra que habita.

Niño y bestia, dos fuertes caracteres enfrentados, pronto traban una insólita amistad ante el reconocimiento de uno mismo en el otro y la necesidad de afecto. Pero hay más. Ambos necesitan ser educados, y ahí radica el gran acierto de la película. Kyuta aprende de Kumatetsu el esfuerzo y la fortaleza, y el oso descubre en el niño el valor de abrirse al otro y volcarse ante un amigo.

En otro ámbito, muy bien conducido, Kyuta descubre también la necesidad de la educación que dan los libros para formarse como persona. Una vida plenamente satisfactoria necesita de un bagaje cultural que haga expandir los horizontes de la mente. Kyuta vuelve a estar perdido, pero la educación, una vez más, le muestra el camino.

La oscuridad del ser humano

La imaginación juega un papel poderoso en la película. Sin embargo, el mundo de fantasía en el que entra Kyuta (más bien un mundo paralelo, muy parecido al nuestro) no funciona como un mero escape exótico desde el que regresar a una realidad razonable, sino como una herramienta para afrontar la vida, un espacio para reflexionar y formarse, y, sin duda, un lugar que añorar cuando se vuelve a pisar el suelo de un mundo que no funciona tan bien como el de los animales.

En ese sentido, Hosoda aborda la oscuridad inherente al ser humano de un modo literal, incidiendo otra vez en una característica que nos diferencia tanto de los animales y nos hace una especie cuestionable. El animal es lógico incluso en el daño que inflige; el ser humano inventa sus propias explicaciones.

Visualmente espectacular, El niño y la bestia nos mece entre sus preciosos paisajes, nos enternece y hace reír mientras posa en nuestra mente el mensaje de educarnos para encontrarnos y alejar de nosotros la oscuridad. Siempre es de agradecer una película que muestre respeto por la figura del maestro sin caer en lo blando y lo aleccionador.

El niño y la bestiaEl niño y la bestia
Dirección y guion: Mamoru Hosoda
Música: Masakatsu Takagi
Dirección de arte: Yôichi Nishikawa, Takashi Ohmori, Yohei Takamatsu
Japón / 2015 / 119 minutos