Entramos en una residencia de ancianos en Jerusalén en la que conviven un grupo de amigos. Yehezkel, de 75 años, vive allí con su esposa Levana. Es un hombre naturalmente bondadoso y hábil, capaz de crear los artefactos más curiosos.

Ayuda para morir

Max, su mejor amigo entre aquellas paredes, sufre una enfermedad terminal que le provoca dolores difíciles de soportar y acaba por pedirle a Yehezkel que le ayude a morir. Éste se pone manos a la obra para lograr la paz del colega. En primer instancia habla con otros internos, un veterinario jubilado, que le proporciona tranquilizantes, y un ex detective de la policía.

Pero de las palabras a los hechos media un largo trecho y nadie se atreve a acabar con Max, por lo que Yehezkel inventa una «máquina de eutanasia» que permitirá al  enfermo presionar él mismo el botón y cumplir su deseo de morir con dignidad.

Con otra óptica sobre la vida y su final, Levana, la mujer de Yehezkel, hace todo lo posible por detenerlos, pero él logra engañarla y el grupo de amigos ayuda a cumplir el deseo terminal de Max, ante lo que Levana, que sufre los primeros síntomas de Alzheimer, les acusa «oficiosamente» de asesinos y no quiere saber nada de ellos.

Dilema emocional

Max se fue en paz. Misión cumplida. Pero la cosa no acaba ahí porque cuando empiezan a extenderse los rumores sobre esta máquina, más ancianos, incluso algunos que no viven en la residencia, comienzan a pedirles ayuda, creándole al grupo un verdadero dilema emocional en el que acaba por influir de forma decisiva el progresivo deterioro de la salud mental de Levana.

Como apuntan sus creadores, «esta película no es sobre la muerte, sino sobre la vida, sobre la capacidad de elegir cómo quieres vivir y cómo quieres acabar tu existencia. Es sobre la libertad».

La eutanasia o derecho a la muerte digna ha sido objeto de atención para el cine en películas tan distintas como Johnny cogió su fusil (1971), de Dalton Trumbo; Danzad, danzad, malditos (1969), de Sydney Pollack; Mi vida es mía (1981), de John Badham, o la española Mar adentro (2004), de Alejandro Amenábar. Pero, con la excepción de la franco-canadiense Las invasiones bárbaras (2003), nunca se había abordado teniendo al humor como uno de sus ejes.

Película sobre finales, dejemos el magnífico remate de ésta para la sorpresa y el disfrute del espectador que, entre risas y lágrimas, sale de la sala en paz.

Seleccionado para el Talent Project Market en la Berlinale y ganador del Highlight Pitch Award, el guion de La fiesta de despedida no tiene desperdicio. Su puesta en escena, tampoco. Todas las piezas encajan y al margen de lo que cada cual piense sobre la eutanasia, sus razones y motivaciones, pros y contras, la película crece y emociona como sólo lo logra el cine de verdad. El cine hecho desde, para y con el corazón y la inteligencia.

La fiesta de despedida CartelLa fiesta de despedida
Dirección y guión: Sharon Maymon y Tal Granit
Intérpretes: Ze’ev Revah, Levana Finkelstein, Aliza Rozen, Ian Dar y Rafael Tabor
Fotografía: Tobías Horchstein
Música: Avi Belleli
Israel-Alemania / 2014 / 90 minutos