Escarbando en todo ello acaban por aflorar unos cuantos nombres, los que han constituido, en su 64 convocatoria, los cimientos de esta gran fiesta de las pantallas en la que el jurado presidido por el actor Robert de Niro otorgó la Palma de Oro a la extraordinaria El árbol de la vida, de Terrence Malick. Rescatamos cinco claves:

Woody Allen

No lo puede evitar. Representa ante el mundo la esencia pura de Manhattan, pero a este hombre le gusta Europa con locura. Pálido y ojeroso, aparentemente (pero sólo en apariencia) desvalido, pasea su talento como una bandera que anuncia gran cine. Casi nunca defrauda.

Tras acercarse a Londres, a Venecia y a Barcelona, nos enseña ahora París, ciudad en la que el cineasta estadounidense había rodado en 1975 escenas de La última noche de Boris Grushenko y, en 1996, de Todos dicen I love you. Pero en Midnight in Paris la ciudad es protagonista de una historia en clave de comedia romántica con pareja y embrollo incluidos. Una cinta que evoca a míticos pobladores de la ciudad, como Hemingway, Dalí, Scott Fitzgerald o Buñuel. El resultado tiene el embrujo y la luz que se espera del Sena y su entorno, todo ello apoyado en un guión sin fisuras e inconfundiblemente «alleniano» (suena a recurso definitorio tópico, pero es que es así). Abrió el Festival y Cannes aplaudió esta nueva entrega.

España, país por el que Allen tiene devoción (lo afirma en cuanto tiene oportunidad), está presente en esta cinta a través de la producción de Jaume Roures y, gracias a la participación de Penélope Cruz, lo estará en el próximo proyecto en el que ya trabaja el director y que tendrá a Roma como escenario.

Lars Von Trier

¡La que ha organizado este hombre! Siete palabras hicieron que su esperada Melancholia (que quienes la han visto, suerte que no ha tenido de momento el que esto escribe, califican de maravilla) pasó a segundo plano. Muy a segundo plano cuando el director danés, durante la presentación de su película, dejó caer entre sonrisas: “La verdad es que entiendo a Hitler”. Para entonces, atónitos, los más de 300 periodistas que en la sala daban cuenta del acto comenzaron a difundir por el mundo las desastrosas frases de quien en el año 2000 había logrado la Palma de Oro en Cannes con aquella inquietante Bailar en la oscuridad. Un director, hasta ahora uno de los iconos del Festival, que hace apenas dos años había lanzado al mundo un crudo órdago con las descarnadas escenas de Anticristo.

Pero esta vez superó con mucho ese listón que parece no tener límite para algunos y a preguntas de un periodista que interrogó al cineasta sobre sus orígenes alemanes dejó caer: “Entiendo a Hitler. No puede decirse que fuera un tipo estupendo, pero me cae simpático”. La bomba explotó en el medio y medio de una sala estupefacta. Las reacciones fueron inmediatas y los organizadores del certamen decidieron declarar al danés persona non grata. Incluso le fue negada la entrada a la gala de clausura. Lamentable.

A su modo, Von Trier ha pedido disculpas, pero ya es tarde, infinitamente tarde para ese “donde-dije-digo, digo-diego”. ¿Habrá sido una boutade más de este hombre o realmente pensará lo dicho? En cualquier caso, lo dicho, lamentable.

Terrence Malick

En realidad, su estreno se había anunciado para la edición del pasado año, pero El árbol de la vida ha tenido que esperar a 2011 pues faltaban escenas esenciales, construidas mediante ordenador, para completar esta complejísima apuesta llena de magia y poesía. Terrence Malick, ese profesor de literatura que dudó mucho antes de abandonar las aulas y colocarse detrás de una cámara para contar la personalísima cadencia de su cine, –ha rodado cinco películas en 40 años–, ha vuelto a dar en el clavo.

La historia es sencilla: una familia, un padre (Brad Pitt que vuelve a demostrar que ahí dentro hay un actor de altura), una madre y unos hijos. Sobre ellos gravita el quid de la película, porque esta vez Malick se ha dedicado a descubrirnos algunos de los misterios que rodean a la naturaleza y a la infancia y todo lo que una y otra conllevan de descubrimiento e iniciación.

Descubrirnos, sí, descubrirnos, pues aunque el tema puede sonar a viejo y manido, tocado por una sensibilidad tan peculiar, se transforma en una continua cascada de sorpresas. En dos horas vivimos, sentimos, sufrimos, gozamos e inevitablemente añoramos hasta el dolor ese paraíso del que el tiempo nos aleja: la infancia. Los avatares de esos pequeños en los que, de una u otra forma, nos sentimos reflejados.

No es una película perfecta pero, por caridad, por emoción, no se la pierdan. “Es una película tremenda”, dijo De Niro al explicar la razones de la concesión del gran premio.  

Nanni Moretti

Habemus Papam. Ya desde su título, la última de Nanni Moretti, que en su día ganó la Palma de Oro con la desgarradora La habitación del hijo, deja claro de qué va. Va del Papa de Roma, de cardenales, cónclaves y de humanas dudas y la oficialidad eclesiástica no ha tardado en transmitir su disconformidad.

Moretti, que en la rueda de prensa de presentación recordó aquella cita de Luis Buñuel: “Soy aún ateo gracias a Dios”, apuntó sus sospechas de que es precisamente su intento de humanizar la figura del máximo responsable en la Tierra de la iglesia católica lo que molesta a quienes no están dispuestos a admitir que antes que cualquier otra cosa un Papa es un ser humano.

El director italiano, como siempre provocador, añade: “Pablo VI era un intelectual atormentado, Juan XXIII era un párroco de pueblo, Wojtyla un deportista polaco… y estoy seguro de que a todos les entró un tembleque cuando los eligieron para su cargo”. El caso es que Habemus Papam levantó polvareda en Cannes y seguirá siendo objeto de una mirada muy especial allí donde se proyecte.

Y Almodóvar

Y casi al final, cincuenta años y un día después de que Viridiana ganara la única Palma de Oro que ha logrado el cine español, desembarcó Almodóvar con el núcleo duro de La piel que habito (léase Antonio Banderas, Elena Anaya, Marisa Paredes, Jan Cornet, Blanca Suárez…).

A bote pronto y en dos frases, tras esta nueva piel, muy de Almodóvar en fondo y forma, aunque hay quien sostiene que no tiene que ver con obras anteriores, se agazapa la complicada personalidad de un cirujano plástico dispuesto, por encima de su vida y obra, a vengar la violación y muerte de su hija.

Rompe y rasga una vez más en el peculiar modo de entender el cine del director español que esta vez elimina casi por completo los toques de humor para ir, descarada y descarnadamente, al meollo de un drama de tintes más que negros.

Llama la atención la austeridad gestual de los intérpretes (especialmente Banderas) que llega a desconcertar a quienes en la sala no llega a saber con certeza si es algo premeditadamente buscado o no. Acaso, y en una primera visión, el término que más se ajusta a La piel que habito sea el de desconcertante. Desconcierta este retrato brutal de la obsesión que puede hacer de un ser humano un desesperado cóctel con un regusto, al tiempo, ácido y dulce.

En la sala el espectador no acaba de saber si lo visto roza lo sublime o está al borde de lo ridículo. En ese desconcierto se levanta de la butaca sin saber con qué sabor quedarse. Así fue en Cannes: mientras unos aplaudían, otros pateaban, pero a nadie, nadie, lo visto dejó indiferente. Una vez más, muy de Almodóvar.

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