De siglo en siglo aparecen seres que no encajan con la época en la que les ha tocado vivir, acaso porque son personas adelantadas a su tiempo, acaso porque su visión niega toda barrera temporal y apunta más allá, donde otros no pueden ver. A este tipo de seres se les ha venido a llamar visionarios. A finales del siglo XVIII, en el año en que trece colonias británicas establecidas en América del Norte declararon la guerra a Gran Bretaña, vio la luz en Londres uno de estos visionarios, Joseph Mallord William Turner, que revolucionaría la pintura preconociendo el próximo movimiento artístico que se avecinaba.

El modelo de Turner era el paisaje, un paisaje enigmático, brumoso, bello y atroz al mismo tiempo. Con el devenir de los años, su pincel se afanó más en insinuar que en mostrar. Obras como Lluvia, vapor y velocidad (1844) o Tempestad de nieve: Aníbal y su ejército cruzan los Alpes (hacia 1810-1812) dan muestra de la personalísima mirada de Turner, un hombre que elevó a un nuevo nivel la concepción de la luz y el ángulo compositivo.

Un paso por delante del romanticismo, «el pintor de la luz» abrió el camino de lo que luego sería la pintura impresionista. Su visión profética, que le valió la admiración temprana de la Real Academia de las Artes británica, acabaría derivando en el desprecio y la burla de sus colegas artistas, el público y la sociedad de la época. Esto no le impidió a Turner continuar fiel a su estilo, que siguió perfilando incansablemente hasta su muerte.

Óleo en movimiento

La película de Mike Leigh hace un retrato de los últimos 25 años de la vida de Turner. El cineasta muestra un intenso respeto y admiración por el maestro, pero en ningún caso cae en la hagiografía. El biopic ante el que nos encontramos desborda, ante todo y sobre todo, naturalidad. Para lograrlo, Leigh construye secuencias en las que se acerca con sencillez a la figura de Turner, ya sea en lo profesional o en lo íntimo.

Uno de los aciertos en el guion de Leigh reside en el humor que recorre el metraje. El director británico no opta por la clásica película biográfica seria e introduce numerosas secuencias cargadas de un humor elegante, de sonrisa más que de carcajada. Además de esto, Leigh logra humanizar a un personaje tan hosco y excéntrico gracias a detalles construidos desde la delicadeza, como su afición a la música de Purcell y un poema recitado a dos voces junto a Sophia Booth, última amada del pintor.

La pantalla de cine es un lienzo exquisito en manos de Leigh y Dick Pope, su director de fotografía. Ambos componen con mimo cada plano para acercarse a la mirada de Turner. Ahí están la fascinación por el paisaje y el cuidadoso trabajo para conseguir una luz singular. Leigh y Pope logran convertir cada secuencia en un óleo en movimiento. Apoyada, además, en una preciosa dirección artística, Mr. Turner se revela como una de las películas visualmente más hermosas de este año.

Al frente del reparto, un Timothy Spall sobresaliente. No era una labor sencilla la de abordar un personaje tan bronco y resultar simpático al público, y el británico lo consigue entre gruñidos de asentimiento. No en vano se ha alzado como mejor actor en Cannes, Sevilla y los Premios de Cine Europeo. Cabe destacar, además, a Dorothy Atkinson por el complejo personaje que logra construir a pesar de su escaso parlamento y a Martin Savage por su divertida semblanza del malogrado pintor Benjamin Robert Haydon.

La película de Leigh es una de esas buenas excusas para ir a una sala y dejarse encandilar por la pantalla. Una obra de arte al servicio del arte que demuestra que el cine y la pintura pueden ser aliados extraordinarios.

Mr TurnerMr. Turner
Dirección y guion: Mike Leigh
Intérpretes: Timothy Spall, Dorothy Atkinson, Marion Bailey, Paul Jesson, Lesley Manville y Martin Savage
Música: Gary Yershon
Fotografía: Dick Pope
Reino Unido / 2014 / 150 minutos