Esas palabras corrían por los despachos de las SS cuando se hablaba de Heydrich, al que la historia reconoce también como el Carnicero de Praga o la Bestia Rubia. Un ser despiadado incluso para el propio despiadado núcleo del Tercer Reich, personaje cuyos hechos convirtieron en una de las figuras más enigmáticas del nazismo.

Nacido en 1904 en el seno de una familia culta, hijo de un cantante de ópera y una actriz, Reinhard Heydrich era un buen intérprete de violín y un experto esgrimista. Educado en un ambiente exquisito, como la mayoría de los activistas nazis integraba una generación que había crecido políticamente tras la Primera Guerra Mundial. No eran veteranos de guerra, como lo era Hitler, que se autoproclamaba miembro de la «generación del frente», sino uno de sus «incondicionales retoños adolescentes», como los califica el historiador Richard Vinen.

Tras unirse a los 16 años a los Freikorps, unidades de jóvenes voluntarios que odiaban el bolchevismo, en 1922, Heydrich se alistó en la marina. Su rápida ascensión se cortó de raíz en 1931 cuando fue expulsado por dejar embarazada y no reconocerlo a la hija de un director de un grupo empresarial que apoyaba el nacionalsocialismo.

Poco después se casó con Lina von Osten (interpretada en la película por una más que convincente Rosamund Pike), la mujer que le puso en contacto con las Schustztaffel (SS) y con su arquitecto, Himmler. A su lado y con el decidido apoyo de éste, Heydrich ascendió meteóricamente a la jefatura de la policía de seguridad y a puestos de máxima responsabilidad en la Oficina Central de Seguridad del Reich.

Su iniciativa fue fundamental para la reunión celebrada el 20 de enero de 1942 en una mansión berlinesa del barrio de Wannsee en la que catorce altos cargos nazis lo eligieron como coordinador del genocidio que la historia de la maldad humana conoce como la «Solución Final». Su desvelo le hizo valedor del nombramiento de Protector de Bohemia y Moravia, provincias anexadas al Reich. Una misión que Heydrich cumplió con una crueldad sin límites.

Operación Antropoide

En ese marco se desenvuelve el libro de Binet y la película de Cédric Jiménez, que nos instalan en 1942 en el núcleo de la Operación Antropoide. Dos miembros de la resistencia, que era coordinada desde Londres, el eslovaco Jozef Gabcik y el checo Jan Kubis, paracaidistas checos adiestrados por los servicios secretos británicos, aterrizan en un descampado próximo a Praga con el objetivo de matar a Heydrich.

Durante varias semanas siguieron cada uno de los movimientos del mandatario nazi, comprobaron que solía ir sin escolta, y el 27 de mayo le salieron al paso en una calle del barrio praguense de Liben. La metralleta de Gabcik se encasquilló, pero Kubis lanzó una granada que impactó en la parte trasera del coche y provocó heridas muy graves en el alemán, que antes de caer desplomado, aún tuvo fuerzas para perseguir pistola en mano durante unas decenas de metros a sus atacantes.

Tras el atentado, los dos jóvenes se escondieron en la cripta de la iglesia ortodoxa de San Cirilo y San Metodio. Pero, a cambio de una recompensa que nunca llegó a sus manos, el miembro de la resistencia Karel Kurda los traicionó e informó de su escondite. Ellos dos, apoyados por otros cinco compañeros, el 18 de junio resistieron durante más de cinco horas el asedio de 800 SS. Finalmente, y antes de entregarse, se suicidaron. Los expertos coinciden en que su intento avivó por primera vez la convicción de que, pese a su aplastante poderío, el aparato nazi no era invencible.

Convincente

Bien contada, aunque en algún momento se eche de menos un punto mayor de tensión, la película despierta un gran interés. Jason Clarke, en el papel de Heydrich, trasmite el hierro que el personaje exige; Rosamund Pike, como su ambiciosa y manipuladora consorte acaso logre la actuación estrella de la cinta, y Jack O’Connell y Jack Reynor, como los heroicos resistentes, confirman la convincente elección de los intérpretes.

Como explica Jiménez, responsable del guion elaborado en colaboración con Audrey Diwan y David Farr, la película explora la naturaleza más oscura del ser humano, esa que lleva a actos racionalmente inconcebibles y a comportamientos deshumanizados, frente a otros que entroncan con el heroísmo.

El trasfondo de la Operación Antropoide había ocupado ya protagonismo en las pantallas con Los verdugos también mueren, rodada por Fritz Lang en 1943, con Siete hombres al amanecer, la película de Lewis Gilbert de 1975 y la muy reciente Operación Anthropoid, dirigida el pasado año por Sean Ellis.

Heydrich no pudo ver las nauseabundas secuelas de su ideario. El 4 de junio moría y el 9 de junio de 1942 era enterrado en Berlín bajo los acordes de la marcha fúnebre del Sigfrido de Richard Wagner. Aquel día, Hitler, tras elogiar su «martirio» con gestos y palabras muy afectadas, le impuso a título póstumo la Orden Alemana, la más alta condecoración del Tercer Reich.

Veinticuatro horas más tarde, cumpliendo órdenes estrictas de Himmler, las tropas alemanas arrasaron la población de Lidice y asesinaron a todos sus habitantes como represalia por haber acogido al grupo que promovió el atentado contra el carnicero de Praga, aquel ser que se sentía orgulloso de ser calificado como el Hombre del Corazón de Hierro.

El hombre del corazon de hierroEl hombre del corazón de hierro
Dirección: Cédric Jiménez
Guion: Audrey Diwan, David Farrcuenta, Cédric Jiménez (Basado en la novela HHhH, de Laurent Binet)
Intérpretes: Jason Clarke, Rosamund Pike, Jack O’Connell, Jack Reynor, Mia Wasikowska
Fotografía: Laurent Tangy
Música: Guillaume Roussel
Francia / 2017 / 120 minutos