Rodada en blanco y negro y jugando con un guion muy estudiado en el que drama y humor circulan de la mano con pesos equilibrados, la película es una denuncia de la crisis económica y social que se ceba en la juventud y la desnorta. Una pista: popularmente se entiende por güero a la persona rubia y, por añadidura del argot, a quien presenta un aspecto pálido y enfermizo.

Contrastes

Los contrastes marcan el discurrir de Güeros desde la primera imagen; desde el planteamiento inicial que nos acerca a Sombra y Santos, dos jóvenes que se debaten entre sus irrefrenables deseos y sus palmarias frustraciones. Viven como pueden, al filo de la desidia, en un apartamento de las afueras de México DF, al que hace tiempo ya, por no pagar la factura, le cortaron la luz.

Un buen –¿buen?–  día reciben la visita del hermano menor de Sombra, Tomás, al que su madre envía por razones diversas, entre las que no es la menor el no poder soportar ni controlar al joven. Su llegada cambia las cosas y aporta un punto de curiosidad, casi ilusión, a la apatía que reina en la casa.

Alentados por el recién venido, deciden emprender un viaje para rendir homenaje a Epigmenio Cruz, un músico mítico cuyas canciones escuchaba el padre de Sombra y Tomás. Nadie conoce al personaje, pero les mueve la leyenda de que ante una de sus canciones, un día al mismísimo Bob Dylan se le saltaron las lágrimas.

Declaración de intenciones

Güeros supone el debut en el largometraje de Alfonso Ruizpalacios (México DF, 1978) al que hasta ahora se le conocía más como dramaturgo. En su declaración de intenciones a la hora de rodar la película confiesa que le motivó el dar imagen de la situación de la juventud: “Vivimos una crisis que ha provocado que los jóvenes se sientan perdidos y olvidados. Los jóvenes no sabe identificarse políticamente. Eso los sume en una especie de confusión».

Y la denuncia de algunas de las lacras que siguen imperando en su país. “Avergüenza ver cómo aún triunfan en mi sociedad algunas cuestiones. Somos un país en perpetuo estado de maduración y no la alcanzaremos si no encaramos nuestros lastres derivados del racismo y del sexismo”, afirma categórico.

Nada sagrado

Pero a pesar de la crudeza de fondo y forma, Ruizpalacios no renuncia al humor del que la cinta da muestras en diferentes secuencias: «Todo se puede tratar desde un enfoque humorístico, porque para mí no hay nada sagrado”.

Resulta chocante que hasta ahora el cine mexicano apenas hubiera abordado la huelga del 99, un hecho que marcó a la generación de Ruizpalacios, que vio frustrado su deseo de estudiar en ella y le abocó a buscarse la vida en Londres, donde se introdujo en el teatro. A su regreso, hace 12 años, y en el paro, comenzó a escribir el guion con una idea obsesiva: la ansiedad que provoca el no hacer nada.

En la presentación de Güeros se refirió también al racismo: “El rollo del racismo me interesa mucho y casi nunca se toca en México”, afirma. «En un país como el nuestro, de criollos y mestizos, palabras como «güero» y «naco» flotan con naturalidad en el aire sin que se repare en la violencia soterrada que cargan. Nadie sabe muy bien qué significa naco, pero todos sabemos que es una palabra culera, despectiva y racista. Güero, como se les llama a los de piel blanca, también tiene una carga peyorativa relacionada con la palidez y la enfermedad”.

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Güeros
Director: Alfonso Ruizpalacios
Guion: Alonso Ruizpalacios y Gibrán Portela
Intérpretes: Tenoch Huerta. Leonardo Ortizgris. Sebastián Aguirre. Ilse Salas. Sophie Alexander-Katz
Música: Tomás Barreiro
Fotografía: Damián García (B&W)
Productora: Catatonia Films / Conaculta / Difusion Cultural UNAM
México / 2014 / 107 minutos