El aborigen Sam (Hamilton Morris) trabaja para un predicador en el interior perdido del continente oceánico. Cuando a un rancho vecino se muda Harry March (Ewen Leslie), un amargado veterano de guerra, Sam le ayuda a rehabilitar las cercas para el ganado. Pero la crueldad del propietario hace que la relación entre ambos se vuelva insostenible y tras un violento tiroteo Harry muera.

No importa que Sam haya actuado en defensa propia: ha matado a un blanco y eso hace que se convierta en un criminal a eliminar. Ante la situación, más irrespirable cada vez, él y su mujer Lizzi (Natassia Gorey-Furber) se ven obligados a huir por el durísimo, inhóspito, desierto.

Desde ese momento la pareja será perseguida de forma incansable por unas autoridades condicionadas por los que mandan: los blancos. Esa jauría, que no da mucha más cancha a un caballo que a un nativo, apuesta con saña por la horca, en tanto un abogado defensor de los derechos de los individuos, independientemente de cual sea el origen de cada cual, consigue que se celebre juicio.

El pulso narrativo de Warwick Thorton quedó claro desde que en 2009 ganara la Cámara de Oro en el Festival de Cannes con su ópera prima Samson and Delilah. Como en anteriores entregas, –Green Bush y Nana– la fotografía juega papel clave en el desarrollo de lo que se cuenta y, como en entregas anteriores, los primeros planos y la música ubican al espectador en un plano real, humano, de forma que a medida que la película discurre asistimos a las dudas que surgen en los protagonistas del relato, que al tiempo que se van conociendo los detalles de lo sucedido comienzan a preguntarse dónde empieza y dónde termina eso que llamamos justicia.

Sweet country

Dirección: Warwick Thorton
Guión: Steven McGregor, David Tranter
Intérpretes: Hamilton Morris, Bryan Brown, Sam Neil, Thomas M. Wrigth, Matt Day, Ewen Leslie, Anni Finsterer, Natassia Gorey-Furber
Fotografía: Dylan River, W. Thorton
Música: Damien Lane
Montaje: Nick Meyers
Australia / 2017 / 113 minutos
Wanda Vision