Amores y desamores en el origen de la pérdida de la razón. El desengaño que desquicia. El amor como verdugo. La historia de la escultora Camille Claudel, hermana de Paul, el poeta, apunta en esa dirección.

Alumna, musa, compañera modelo y amante de Rodin desde que le conociese y posase para él cuando apenas había cumplido 19 años, el tiempo ha ido colocando las piezas en su sitio y hoy sabemos que la dimensión artística y creativa de Camille no tenía mucho que envidiar al genio avasallador de su maestro.

Hoy sabemos que colaboró de manera muy directa en algunas de las obras maestras del escultor y que éste, vencido por celos profesionales y por el temor a que su discípula le hiciese sombra en el mundo del arte, nunca la ayudó.

Decidida, valiente y directa, Camille Claudel se enfrentó a su familia y a su época para dedicarse con pasión a la escultura y para unirse al hombre del que se había enamorado. Lo pagó caro.

Tras apasionarse por su alumna, Rodin la asedió. En un primer momento ella esconde sus sentimientos y establece una calibrada distancia que pronto rompería; se entrega. Vendrían después años de encuentros y desencuentros. El escultor nunca abandonó a la costurera Rosa Beruet de la que fue amante hasta su muerte. Con Camille fue distinto. Tras pasiones y arrebatos, muchos intentos de convivencia, un embarazo y un aborto, la relación entre ambos quedaría definitivamente rota en 1898, catorce años después de haberse conocido.

“Tenía luz”

A Camille las fotos nos la acercan como una mujer no especialmente bella. Sin embargo, quienes en su tiempo la conocieron hablan con admiración de su enorme atractivo. “Tenía luz”, diría de ella su hermano el poeta. Una luz que la vida iría apagando hasta oscurecerse por completo en el manicomio en el que, por razones poco precisas, fue internada cuando acababa de cumplir 49 años.

Por orden directa de la familia Claudel, en la mañana del 10 de marzo de 1913 unos enfermeros irrumpieron en su taller para recluirla en el centro psiquiátrico del que, pese a sus desagarradas quejas -se conservan muchos escritos y cartas de la escultora exigiendo que la liberaran-, nunca volvería a salir.

Bruno Dumont, el director de Camille Claudel 1915, que no deja de ser otra cosa más que una radiografía descarnada de los estragos que el aislamiento puede provocar en un ser humano, ha dado muestras sobradas –L´humanité, Fandres o La vie de Jésus, lamentablemente no estrenadas en España- de que no se anda por las ramas a la hora de encarar su cine.

Aislamiento

Juliette Binoche tampoco se distingue por arrugarse como actriz. En la presente ocasión se integró en la vida diaria de un centro psiquiátrico para convivir con sus habitantes. Lo peculiar de su papel, tan en el límite, tan en el riesgo, tan en la tentación de despeñarse en el histrionismo y en el exceso de gestos, hacen que el resultado sea más meritorio todavía.

No sobra un tic. No hay una muecas de más. La contención que despliega hacen más meritoria la actuación de Binoche. Simplemente vemos en su rostro los estragos del dolor. Magnífica. Desoladora.

Ayudó a la actriz a la hora de enfocar su personaje, así lo ha confesado, la admiración por la mujer a la que daba vida: “Su figura me atrae desde que era adolescente. Tenía su foto en mi habitación. Creo que, además de ser una artista mayúscula, que incluso sabía trabajar el mármol mejor que Rodin, también tenía una dimensión simbólica, representativa de todas aquellas mujeres que pagaron por las puertas que abrieron”.

Dumont tampoco oculta su respeto. Sobre su película no pesa la que en 1988 firmó Bruno Nuytten e interpretó Isabel Adjani con el título La pasión de Camille Claudel. Esta y aquella son muy distintas. Camille Claudel 1915, mucho más intimista, se centra, con una intensidad desgarradora, en una pocas horas en la vida de la escultora en el sombrío recinto en el que fue diluyéndose.

El final

Pero retrocedamos unos años. Entonces, cuando muy afectado por la que considera situación de indigencia de Camille, en 1913, Paul Claudel escribe: “En cuanto a mi pobre hermana, no tendré más remedio que ir a París para internarla… Cuando volví, hace cuatro años, deliraba por completo, y lo que más me impresionó fue que le había cambiado la voz. Actualmente ya no sale y vive, con los cerrojos echados en puertas y ventanas, en un piso de una suciedad espantosa”.

Finalmente, en marzo de 1913, Camille Claudel es ingresada en contra de su voluntad en un centro de Ville-Evrard, al este de París. Pero el asedio del ejército alemán obliga a trasladar a todos los internos al manicomio de Montdevergues, al lado de Aviñón, en donde la escultora ingresa el 7 de septiembre de 1914 aquejada, según textualmente reza su diagnóstico médico, “de delirio sistemático de persecución basado principalmente en interpretaciones e imaginaciones falsas”.

Entre esos muros pasará el resto de su existencia. Treinta años en los que no dejó de reclamar su derecho a ser libre. “Hace años que soporto este atroz martirio», escribía la artista hacia 1920. «No hace falta que describa mi sufrimiento… Respecto a mi familia no hay nada que hacer; bajo la influencia de unas malas personas, mi madre, mi hermano y mi hermana sólo atienden a las calumnias de que me han cubierto… ¡Me reprochan (oh, crimen espantoso) haber vivido completamente sola, pasar la vida con unos gatos, tener manía persecutoria! Sobre la base de estas acusaciones me encarcelaron como a una criminal, privada de libertad, privada de alimentos, de calefacción y de las más elementales comodidades… Tienen mucho interés en que yo no salga nunca de esta prisión”.

Nunca salió. A lo largo de esos treinta años largos de estancia en aquel manicomio, Camille Claudel se negó a dibujar o esculpir. Poco a poco se sumió en un doloroso silencio. Le dio la espalda a la vida con la esperanza, cada vez más debilitada, de recuperar la libertad.

El 19 de octubre de 1943, a los 78 años de edad, alejada de su obra y de su mundo, falleció en Montdevergues.

Paul Claudel que, en relación con su hermana siempre se meció entre la incomprensión y el remordimiento, expresó entonces: “Proscrita, a partir de ahora, de la plaza pública y del aire libre, la escultura, como el resto de las artes, se retira a esa habitación solitaria en la que el poeta cuida de sus sueños prohibidos. Camille Claudel es la primera obrera de esta escultura interior”.

Camille Claudel 1915

Dirección y guion: Bruno Dumont

Intérpretes: Juliette Binoche. Jean-Luc Vincent. Robert Leroy. Emmanuel Kauffman.

Fotografía: Guillaume Deffontaines

Francia / 2013 / 97 minutos