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Félix Ardanaz, el músico de los mil retos

Pianista y director de orquesta, es un ejemplo claro del talento musical joven español, ya que con solo 26 años y por segundo año consecutivo, acaba de ganar la Bradshaw and Buono International Piano Competition [1] de Nueva York por la que ha vuelto a tocar en el mítico Carnegie Hall. A su espalda otros premios importantes como el Gran Concurso internacional de Francia, Paris-Ille de France en 2011 y 2012, o el premio de la crítica del Palau de la Música Catalana.

«Todas las maneras de interpretar son legítimas y muy interesantes»

Este viernes, 19 de junio, sus manos harán un recorrido por la música en los tiempos de Picasso, ya que ofrece un recital en el auditorio del Museo del Prado [2] que, con motivo de la exposición temporal dedicada al pintor [3], quiere celebrar el Día de la Música. París, España y Vanguardia. Música de Debussy, Ravel, Satie, Falla y Albéniz. También del americano George Crumb para mostrar qué se estaba creando en el mundo cuando el pintor murió. Todo en un nuevo formato que acerca la música clásica de otra manera, unida a otras artes, y con el que Ardanaz se siente muy cómodo.

Curioso, sin embargo, que no se sienta así con los concursos y competiciones a pesar de tantos reconocimientos alcanzados. Para él la música debería estar alejada de la mentalidad competitiva y de demostrar ser mejor que nadie porque «todas las maneras de ser y de interpretar son legítimas y muy interesantes». Al margen de eso reconoce que los concursos son provechosos a nivel formativo porque hacen que, además de preparar un repertorio a veces inmenso, pases por distintas pruebas, toques ante un jurado con gente de muchos países distintos y te pongas al límite psicológicamente. «Creo que todo eso te aporta un bagaje y una experiencia, que luego, cuando esa etapa termina, deja un poso y una enseñanza».

A Ardanaz le ha cundido mucho el tiempo. Estudió piano y dirección de orquesta en la Royal Academy of Music de Londres, también en l’Ecole Normale de París, la Escuela Chopin de Varsovia y el Centro Superior de Música del País Vasco (Musikene). Tiene además estudios de clave y se ha sacado el título de Arquitectura viviendo a caballo entre París y Londres. «Fue una época en la que vivía en un tren y fue muy divertido [tanto, que se le iluminan los ojos]. Me alojaba en casa de unos amigos en Londres y todas las semanas cogía el Eurostar ida y vuelta. Estaba la mitad de la semana en la Escuela de Arquitectura en París y la otra mitad en la Royal Academy de Londres donde cursaba un máster».

«Mi gran pasión sería ser director de ópera»

Como pianista le gusta abordar todos los estilos, aunque con el repertorio con el que más cómodo se siente y que supone el grueso de lo que interpreta es el perteneciente al romanticismo en todo su espectro: Chopin, Schubert, Liszt o Chaikovski, y la primera parte del siglo XX: música impresionista francesa de compositores como Debussy o Ravel y española como la de Granados o Albéniz.

Desde muy pequeño el repertorio que más le atrae es el operístico. «A lo que aspiro, en cierto sentido, es a dedicarme a él sin renunciar a la interpretación pianística ni a la música sinfónica». Estos días, de hecho, ha sido invitado por la Ópera de Roma para colaborar como director asistente en Madame Butterfly de Puccini, una macroproducción con puesta en escena de la Fura dels Baus. Lo piensa, se detiene y lo ve claro. Sí, «mi gran pasión sería ser director de ópera».

 

Foto Felix 2 [4]

 

Para él, compaginar las dos disciplinas resulta fascinante porque conceptualmente se parecen mucho. «Tocar el piano al final supone interpretar una obra orquestal reducida para un instrumento. Lo que pasa es que a nivel práctico es distinto porque aquí estás solo mientras que la dirección es, por naturaleza, algo social. Para mí la música es compartir y por eso me gusta tanto el rol de director», explica.

Por si fuera poco, hace 10 meses que creó su propio sello discográfico, Orpheus, para gestionar sus propias grabaciones de una manera mucho «más libre, más rápida y con menos intermediarios». Le daba mucha pena aprender un repertorio para los conciertos y que después no quedara una prueba del trabajo realizado y por eso se atrevió a dar el salto y así poder sacar uno o dos discos al año de manera regular. «Quería ser el dueño de mis propias copias: decidir dónde las distribuyo, cómo las distribuyo y a quién las mando».

Su sorpresa llegó cuando músicos de su entorno, al enterarse, le pidieron que les editara también sus álbumes, a lo que accedió encantado. «Me pareció bien ayudar a otros músicos a que tengan las mismas ventajas que tengo yo porque los costes de producción se abaratan muchísimo, de hecho, se dividen por cuatro». Él mismo se ha financiado sus discos y los artistas que quieran grabar con Orpheus pueden hacerlo asumiendo los costes de producción, «que son muy bajos porque no hay trabas y la empresa no pretende lucrarse», explica.

«Hay que apostar por nuevos géneros y nuevas maneras de presentar el recital»

Trabaja mucho y desde que se levanta hasta que se acuesta tiene mil ideas en la cabeza y mil proyectos. De ahí también su empeño en renovar el recital de piano actual con propuestas como la del Museo del Prado u otras que ha llevado a cabo en diferentes instituciones como el Instituto Francés de Madrid y otras de París.

«Me he preguntado muchas veces por qué las salas están tan vacías y por qué no ha habido un relevo generacional, ya que la media de edad en ellas es de 55 años. Los intérpretes, que somos los que decidimos los formatos de las cosas, tenemos que plantearnos el porqué y el cómo arreglarlo. Creo que hay que apostar por nuevos géneros y por nuevas maneras de presentar las cosas. El público agradece muchísimo, por ejemplo, los recitales comentados porque dan referencias y puntos de unión. También conciertos con repertorio tradicional en torno a un tema como el del Museo del Prado», explica.

Ardanaz es un luchador y no deja de ponerse metas y objetivos. No se conforma. No importa cuántas veces haya tocado una obra. Es de los que piensan que siempre se puede tocar mejor. Cree, además, que nunca hay que compararse con nadie. «Lo más importante es ser honesto con uno mismo y saber lo que uno tiene que ofrecer. Está claro que no puedo tener la mecánica de Martha Argerich, pero eso no significa que no tenga cosas que decir. Medirte con los demás e intentar imitarles sólo conduce al abismo».

Para él, el camino nunca termina porque «el arte es, precisamente eso, autosuperación». Como el famoso fresco de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina, La creación de Adán, en el que los dedos de los dos protagonistas están a punto de rozarse, «el artista, el músico, aspira al ideal de la perfección e intenta que esa distancia sea cada día más pequeña y que los dedos lleguen a tocarse. Esa es la alegoría del arte».