Formado con Ramón Humet, Agustín Charles y Mauricio Sotelo, Magrané -que actualmente estudia un máster en composición en el Conservatorio Nacional Superior de Música y Danza de París- se alzaba el año pasado con el XXXI Premio Reina Sofía de Composición Musical gracias a su obra ¿Secreta desolación?. Ahora, este 31 de marzo, la Semana de Música Religiosa de Cuenca estrena su obra Tu solus qui facis mirabilia, interpretada por el Grupo Vocal KEA.

¿Cómo será la obra, homenaje al artista Gustavo Torner, que estrena en Cuenca?

Será media hora de música para 12 voces solas. En realidad todos los temas de la semana confluían muy bien con mis intereses: tanto el 90 aniversario de Torner como el 20 de las vidrieras de la catedral. También todo el tema del Génesis.

Yo mismo hice el texto y luego estuve cruzando mails con Pilar Tomás, la directora, comentádolo porque es un texto complejo. En él hay poquísimo del libro del Génesis y un montón de otras cosas: Lucrecio, Rerum Natura y textos anónimos de la época trovadoresca que también hablan sobre la creación del mundo pero desde otro sentido. Está todo unido. Hay un palimpsesto de textos en la morfología de la pieza, es decir, que va cambiando según la morfología del texto.

¿Qué forma tiene?

Son tres movimientos. Cada uno gira en torno a una idea de la creación. El primer día, la creación que nació en primavera… Sobre todo ello va el primer movimiento. Son 12 voces y es bastante homofónico. No arisco, pero sí consistente.

En cambio, el segundo empieza a hablar ya de lo creado como fluido, hay textos de Paul Valéry, de Dante, y anónimos con referencias también a los ríos. También incluye una parte del Génesis con referencia a ellos. Ésta es más compleja porque ya las voces se dividen en grupos de tres, cada uno con un texto en idiomas diferentes. Este sí que es palimpsesto total.

En el tercero se vuelve a la homofonía pero con las 12 voces. Es decir, es una especie de paisaje armónico, más polifónico, porque todo el rato el ritmo está cambiando. En el primero hay momentos en que todos van a la vez y en el último no. Sólo en la última parte, que es donde empieza el único movimiento a 12, ya que cada una de las 12 voces realizan cosas diferentes.

Habla sobre la contemplación de la belleza y de lo creado en anteriores movimientos. Eso se para con un silencio para dar comienzo al texto que da nombre a la pieza, Tu solus qui facis mirabilia, anónimo que aparece en un motete de Josquin des Prez. Es más o menos el mismo texto cortado del mismo motete. Vuelve a la polifonía y acaba en pianissimo.

¿Por qué una obra vocal?

Soy muy amante de la música antigua. Que sea una obra vocal la hace estéticamente diferente. No es neoclásica, pero sí tiene una calidad más próxima a Josquin des Prez o a Orlando di Lassus en cuanto a la polifonía. La armonía, sin embargo, es como las vidrieras, transformaciones de color y de luz. He intentado eso con esta estética de Torner, que al ser tan clara, me remitía bastante a esa polifonía renacentista.

Que le dejen hacer algo así imagino que es una oportunidad…

Exacto. Hacer una obra así no es lo estándar. La voz es algo que influye mucho cuando la descubres. Sólo había hecho una pequeña ópera de cámara, así que ésta es la segunda. Ahora estoy lleno de proyectos con voz, que es el instrumento expresivo por excelencia. Acabas pensando en los otros instrumentos también como si fuesen una voz y eso te da una riqueza increíble.

¿Cuánto tiempo lleva realizar un proyecto como éste?

En general bastante tiempo. Primero para pensar los textos y después para transformarlos en música. Todo es un proceso de realización de borradores de la forma. Es decir, tienes 30 minutos, no puedes pasarte, y tienes que ver lo que dirá cada voz dibujando bastante, después, poco a poco, concretando las notas a partir de diferentes borradores. Al cabo de unos cuatro o cinco meses se finaliza todo el proceso.

«Es imposible que toquen algunas de tus obras sin un premio»

¿Trabaja con ordenador?

No soy muy partidario del ordenador y necesito el papel y el lápiz para ver todo. La idea de poner cada nota en el ordenador te acaba restringiendo y dominando. El ritmo de escritura es más lento y si está todo automatizado es más rápido, pero pierdes otras cosas. Escribiendo a mano siempre tienes más libertad, aunque eso implique un mes o dos de trabajo para pasarlo luego al ordenador.

Sobre todo a nivel de la complejidad rítmica, a mano puedes hacer lo que quieras. Puedes ser muy orgánico. En cambio, en el ordenador acabas cayendo en repetir y en el copy & paste. Al final varías poco. En mi caso lo encuentro muy castrante.

¿Qué le ha supuesto ganar el Premio Reina Sofía de composición?

Ha sido muy importante. Es imposible que te toquen algunas obras sin un premio de estos. Es mi primera experiencia con orquesta y ver que funciona y que mucha gente está interesada -ya que la van a tocar en la OBC y la BBC el año que viene- es increíble.

¿De dónde parte ¿Secreta desolación?, la obra ganadora?

Es una reinterpretación del preludio de Parsifal. Tiene también tres partes y la primera es como si al preludio de Parsifal le pusiéramos una transparencia. Tiene la misma idea orquestal, con la misma forma. Es una reinterpretación. Los otros dos movimientos son ya un paso más allá.

¿Dónde encuentra la inspiración para componer?

Siempre necesito algo externo, algo que me guste, me conmueva y sobre lo que pueda decir algo. Eso se convierte en una obra o en una primera idea para una obra. Suele ser poesía, pintores del renacimiento o cierta música renacentista. También los instrumentos renacentistas como el corneto o la viola de gamba, la voz, el control del vibrato…

Sin embargo, hace que esa música suene contemporánea…

Sí, sí, no es nada neo. Es algo de lo que partir para luego hacerlo mío. Siempre hay un impulso que acaba siendo algo afectivo, una cosa que te gusta. Luego también están los intérpretes. El Cuarteto Gerhard, por ejemplo, que fueron alumnos del Cuarteto Casals. Había estudiado con ellos desde el conservatorio del pueblo y de repente, sin saberlo, me hicieron un encargo para ellos. Eso también es un impulso a la hora de componer porque sabes lo que les gusta, cómo tocan, y al final la obra sale de estas cosas.

«Mi música no pretende para nada ser abstracta, sólo quiere comunicar»

¿Por qué compositor?

Durante una época me tentaba bastante ser director de orquesta, y aún me tienta. El problema es que para serlo hay que dedicar mucho tiempo a las relaciones. Es otro mundo, el del business, que cada vez me gusta menos. Encuentro castrante la pantalla de un ordenador, pero aún más cada vez que tengo que hacer facturas, contratos, etc. Dejadme componer y firmar, y ya está. Eso es lo que quiero

Desde siempre he querido componer. Empecé con la percusión, algo muy lúdico desde el principio, pero siempre he escrito cosas. Desde muy pequeño y de forma muy autodidacta. La clave fue luego encontrar a Ramón Humet, que entró el año que yo acababa Grado Medio al conservatorio cercano a mi pueblo. Entró como profesor de Armonía e hizo una clase de algo así como armonía avanzada a la que no se apuntó nadie, sólo yo. Allí hacíamos composición: fugas, corales, invenciones estilo Bach, después otros estilos como Richard Strauss… Cada semana uno diferente.

La otra mitad de la clase consistía en escuchar música nueva cada día e intentar hacer probaturas. Esa fue la chispa. Supuso encontrar a la persona justa en el momento justo.

¿Es necesario conocer todas las normas para luego transgredirlas y encontrar un estilo personal?

No es indispensable, pero se nota. Es imposible tener un pensamiento polifónico si no lo has trabajado antes o, al menos, si no lo has escuchado mucho. Al final, la música que haces es un reflejo de lo que escuchas, de lo que has interiorizado. Creo que un trabajo así, casi de sudoku, como es hacer una fuga, por ejemplo, abre bastante la mente. También he estudiado con Mauricio Sotelo y uno de los ejercicios que quería que hiciéramos antes de empezar a componer eran pequeños dictados de cosas muy simples, muy puras, para abrir el oído, dejar los prejuicios y que todo fluyese. Creo que estas cosas influyen.

¿Cómo definiría su estilo?

Es muy difícil definirlo, pero, hablando un poco de la forma superficial, diría que es una música que no pretende para nada ser abstracta y que busca sobre todo la comunicación. Intenta transmitir al público algo que a mí me ha conmovido. Por eso quizás me gusta tanto la música antigua como Monteverdi, por ejemplo, que tiene ese sentido del valor del texto y del significado de la música. Creo que esto se ha perdido bastante con las vanguardias, aunque es verdad que era necesario hacer una tabula rasa de abstracción. Ahora toda mi generación está en ese camino de hacer música para expresar.

Yo soy un poco radical. Creo en una forma de componer que aporte algo y no todo tiene que ser un reflejo de la sociedad actual. Depende, claro, de los intereses de cada uno, pero yo sobre todo me inspiro en poesía y libros de arte más que en realismo y novelas o ensayos. Se trata de una búsqueda interior del sonido propio que después comparto.

¿Y en cuanto al aspecto formal?

Intento que haya un fluir. No me sale el puntillismo. En general es una música de momentos más que de grandes arcos románticos, también en relación a Monteverdi. Sí, eso es: grandes momentos de gran intensidad que marcan el transcurso de la obra. A nivel tímbrico estaríamos ante una música muy influida por la música antigua. Todo lo que es la búsqueda de la resonancia, la concentración expresiva…

¿Le preocupa el futuro de los jóvenes compositores?

Hay mucha gente que estudia composición, pero al final acabamos siendo unos pocos. Es verdad que se ha generado una generación bastante próxima que no se daba antes. Unos han creado un ensamble, otros un festival y otros estamos más centrados exclusivamente en componer. Lo importante es no parar y no creo que haya problemas para eso.

«La nueva generación de compositores es tan abierta que casi no compartimos nada»

¿Qué características cree que podría compartir toda esta nueva generación?

En realidad es tan abierta que casi no compartimos nada, pero sí que existe un diálogo. Discutimos por Facebook de diferentes cosas, tanto de música como de tonterías. Lo cierto es que mucho de obras. Muchos están reflexionando sobre la posición social que debería tener el compositor y eso también es muy interesante.

Además compartimos que nuestra generación de profesores ya había estudiado fuera y esta diversidad ha venido de ellos. Han sido muy generosos con nosotros. Hemos podido escuchar un montón de partituras porque todo lo que tenían lo llevaban a clase. Eso ha marcado que haya ‘prejuicios cero’ en nuestra generación y que cada uno haga lo que le viene en gana siempre con la intención de que sea de calidad.

Sí, pero al final el trabajo del compositor es un trabajo muy en soledad…

Sí, aunque en realidad estás medio año con tus cosas en tu mesa y el resto del año estás vendiendo la misma cosa a un grupo de instrumentos e instrumentistas. Tienes las dos vertientes.

Actualmente estudia en Francia, ¿no había nivel en España?

No, no me ido por eso. Estoy estudiando un máster allí, por lo que es un estudio muy avanzado. Ya conocía al compositor, Stefano Gervasoni, y me interesaba mucho su música. Las clases son más un diálogo sobre la música y sobre cómo seguir adelante. Un cuestionamiento de cosas, más que algo de oficio.

Me interesaba también ir a París por todo lo que te proporciona. Siempre me he sentido muy ligado a la música francesa y allí los mismos músicos son brutales. A nivel de estudios, España está muy bien y es evidente porque los españoles estamos por todos los sitios, ya no sólo mi generación sino Héctor Parra, Alberto Posadas, José María Sánchez-Verdú, Mauricio Sotelo, Ramón Lazcano, que son primeras espadas. Nosotros aprovechamos que nos han abierto la puerta. Además, muchos instrumentistas de orquestas y ensembles internacionales importantes también son españoles. El problema es que aquí no se pueden hacer más cosas.

¿En qué está trabajando ahora?

En un ópera de cámara con otra compositora para un estreno en septiembre en Viena. Empezaré también con el trabajo de final de máster. Se trata de gran obra de 30 minutos con orquesta de cámara y barítono solista con textos de Miguel Hernández. También algo más recompuesto por mí. La verdad es que tengo trabajo hasta 2017, así que no me puedo quejar.