y al futuro Museo de Colecciones Reales. Mansilla y Tuñón, galardonados con el último premio Mies Van der Rohe de Arquitectura por el MUSAC de León, reciben en su estudio a hoyesarte.com para hablar sobre las claves de su arquitectura y trabajos más recientes.

¿Cómo funciona el estudio Mansilla+Tuñón?

Lo que más nos diferencia es que, desde hace muchos años, trabajamos como una cooperativa. En 1993, comenzamos con Circo, una cooperativa de pensamientos que tenía la vocación de establecer una conversación ininterrumpida con arquitectos y amigos que trabajaban en el mundo del arte o en un entorno creativo para enriquecernos unos a otros con todas estas aportaciones. De este germen de Circo surgió una revista gratuita que se edita mensualmente donde se van intercambiando artículos y opiniones. Circo condicionó bastante el carácter del propio estudio que, desde entonces, trata de ser esa cooperativa de pensamientos que se refleja en la arquitectura y que, integrada por catorce arquitectos, consigue producir un entremezclado de ideas y aportaciones. Es lo más diferencial respecto a otras oficinas que tienen una estructura más jerárquica.

¿En qué se basa concretamente esa cooperativa?

Se trata de un modelo de conversación, de avance en la producción de cualquier actividad, sea arquitectónica o cultural, en el cual alguien sugiere una cosa, que lleva a una intuición de otro, que continúa con un razonamiento y que produce un objeto. No es, por lo tanto, un modelo lineal; más bien es un modelo circular que puede ser desarrollado también en términos arquitectónicos: uno empieza con una idea que alguien desarrolla en una maqueta, que convierte en un interés, que acaba siendo un concepto y que vuelve a convertirse en un objeto. Frente al monólogo de artista introspectivo y solitario, el diálogo de un dueto permite la introducción de más elementos.

¿Cómo se traduce este modelo de conversación a la arquitectura?

Desde un primer momento, nuestra posición en la arquitectura se ha basado en tres patas: la práctica profesional, que en nuestro caso va ligada a los concursos; la enseñanza, ligada al movimiento a través de las diferentes escuelas del mundo; y la crítica o análisis de la realidad, a través de la cooperativa de pensamientos Circo. Estos tres enfoques –práctica, enseñanza y análisis crítico– es lo que cataliza un conjunto de conversaciones entremezcladas que producen lo que a nosotros más nos interesa: las interferencias. Podemos estar hablando de un mismo objeto pero, a lo mejor, cada uno tiene distintos intereses en él. Al aunar distintos intereses, de algún modo nos alejamos de nosotros mismos y, como consecuencia, nos acercamos al resto de personas. De esta forma, de cada proyecto cada uno puede ver el contenido que más le interese de él.

Parece, más bien, un reto arquitectónico…

Para nosotros es un modelo muy atractivo y el reto es ese pensamiento en construcción, elementos que son relativamente sencillos con muy pocos materiales, una restricción que siempre se aplica y que sea capaz de contener, como si fuera una vasija, distintos planos: social, intelectual, material, arquitectónico…

Desde el punto de vista historicista, parece que Mansilla+Tuñón pretende hacer algo parecido. Por un lado, aglutinar una tradición que viene de lejos pero, a la vez, estar presente y con autoridad en el siglo XXI.

Cada vez que uno comienza un proyecto, hay una preocupación constante por querer estar en el momento intelectual, social y cultural de la época. Existe una vocación de estar constantemente atento a lo que está ocurriendo. Uno mira para atrás y se da cuenta de que los intereses van cambiando. Nosotros empezamos con unas preocupaciones que tenían que ver más con la geometría o la historia y ahora nos estamos moviendo más en parámetros que tienen que ver con lo social, lo cultural o lo técnico; cambiamos con la sociedad.

¿Por qué y cómo nació Mansilla+Tuñón?

Para los arquitectos existe un período de formación muy dilatado, cosa que a veces no se entiende muy bien, pero es porque luego tenemos también una vida útil muy larga. Nosotros estimamos que en el año 2000 es cuando terminamos nuestra formación, aunque siempre está en evolución, pero sentimos esa madurez como profesionales al pasar de siglo. Al contrario de muchos otros arquitectos, y ya que nuestro período de formación iba a ser dilatado, decidimos invertir los diez primeros años en una oficina para aprender y empaparnos del maestro. Trabajamos con Rafael Moneo y, al finalizar, coincidimos los dos en que era un buen momento para abrir una oficina, dado que teníamos intereses comunes, una formación común y un léxico común.

¿Qué buscaba este nuevo estudio en sus comienzos?

Nosotros nunca tenemos objetivos. La mayor virtud de esta oficina es que estamos convencidos de que, en realidad, no es necesario construir una biografía a partir de un objetivo. Pertenecemos a esa generación de 1975 en la que aparecen los “punks” con el lema “No future”, que nosotros transformamos a algo más positivista: en realidad, no hace falta un objetivo para construir tu vida. Esta idea ha marcado tanto nuestro tiempo de formación con Moneo como el trabajo que seguimos realizando ahora.

  ¿Qué aporta Moneo en ese período de formación?

Moneo nos permitió la construcción de un léxico propio común que luego hemos ido desarrollando. No se puede desarrollar un método de conversación si no se habla el mismo idioma y, en este caso, Moneo nos dio este léxico inicial

 ¿Y Circo?

Circo empezó como cartas entre amigos. Estábamos en una revista de la que un determinado año nos echaron, aunque parezca anacrónico y gracioso, por rojos, y decidimos hacer nuestra propia publicación que no tuviera diseño, que fuera muy ágil, constante, que fuera una conversación y, además, gratuita. La mandamos a unas 500 personas en el mundo y alguien contestó a un artículo, lo publicamos en el siguiente y hasta ahora… Estamos hablando de una revista que más bien parece una hoja parroquial, una publicación sin ninguna pretensión pero en la que vamos recorriendo y conversando con un montón de personas desde hace ya quince años. Lo importante es esa disciplina y continuidad del debate y la conversación.

¿Qué tienen en común los proyectos del nuevo Museo de Colecciones Reales y el futuro Centro Internacional de Convenciones?

Son dos propuestas de nuevo paisaje social con un  carácter muy diferenciado. La visión de la ciudad de Madrid se produce prácticamente desde la cornisa poniente y, curiosamente, por azar del destino, ganamos dos concursos que hablan de cómo intervenir en la cornisa de una ciudad como ésta. Por un lado, dentro del casco histórico, en el punto más antiguo de Madrid, en su origen, como es el Museo de Colecciones Reales, situado entre el Palacio Real y la catedral de la Almudena; y, por otro, en la extensión natural de Madrid, que se produce en el eje Norte-Sur que acaba con la recalificación de los terrenos de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, como es el Centro Internacional de Convenciones (CICCM).

En el casco histórico intervenimos enterrando, construyendo un lugar que no existía a partir de la elaboración de los niveles, de la topografía y de las cotas, planteando la arquitectura como una condición de continuidad con la existencia y de respeto. En cambio, en la zona moderna se produce lo contrario, el contexto son cuatro torres de doscientos metros de altura que no tienen ningún tipo de relación entre sí. Nuestra solución trata de unificar el conjunto y construir un nuevo perfil de la ciudad con esa figura circular que trabaja con las torres y que también construye un paisaje social.

Entre el Palacio Real y la Almudena no había nada, pero aparece un espacio; junto a cuatro rascacielos absolutamente verticales se proyecta un centro de convenciones circular… ¿cuánto de rebeldía hay en ambos proyectos?

La mayor rebeldía es el sentido del humor. La operación de las cuatro torres es una operación especulativa con la que, a partir de la recalificación de esos terrenos, se construye una edificabilidad que no existía de 300.000 metros cuadrados. De ahí, los ciudadanos de Madrid sacan 70.000 metros cuadrados para el Ayuntamiento. No queríamos que el edificio público se pusiera a los pies de la inversión privada sino que la intervención pública tuviera la misma presencia que las otras sin necesidad de jugar en el tamaño. La forma circular que permite la ubicación de todo el programa en su interior tiene ese toque de ironía y de sentido del humor. En realidad, no queremos tener la torre más alta sino la más gorda, y hacer que las otras cuatro torres se pongan al servicio de nuestro edificio, como cuatro soldados flanqueando nuestro edificio circular.

Se habla de que este nuevo Centro de Convenciones será el icono arquitectónico de la ciudad de Madrid…

Quizás el interés es que nos estamos moviendo en unos planos absolutamente solapados y, sin embargo, el edifico es una figura muy sencilla. Lo interesante es que, por una parte, seguimos mecanismos tradicionales: por ejemplo, antiguamente las cúpulas de las iglesias eran las únicas formas capaces de competir con las torres. Hay algo de enseñanza clásica en este proyecto, es decir, no podíamos poner una torre más baja al lado de otra torre, y lo que pusimos son esas formas de las cúpulas que la gente reconoce. Por otra parte, hay algo absolutamente moderno, como es hacer un edificio circular que hace referencia al poniente, que es por donde se pone el sol, aunque el centro en realidad es una luna. El edificio tiene muchos mecanismos intelectuales de arquitectura, muchos planos de discusión. No sabemos si será un icono o no, porque no lo sabe nadie hasta que no pasen algunos años, pero sí creemos que será un edificio suficientemente bonito, funcional y muy visible; será un aglutinador social de conocimiento colectivo.

¿Se pretende algo parecido con el Museo de Colecciones Reales?

Los dos son, sobre todo, grandes infraestructuras que sobrepasan la escala de lo convencional. Los dos edificios tienen una tipología bastante parecida de “long room”, de una gran sala en la que dentro puede ocurrir cualquier cosa. El Museo de Colecciones Reales establece diálogos directamente con el Palacio Real y se concibe con pilares de piedra de granito, con muros de grandes dimensiones y pertenece a esa arquitectura que establece grandes vínculos con la arquitectura histórica; mientras que el Centro Internacional de Convenciones es, en sí mismo, una invención y eso es lo que produce todas estas expectativas, inquietudes… En el fondo, los dos edificios representan esa actitud que asume los contextos, por un lado de respeto a lo existente y, por otro, la vocación que está por venir.

  

Proyecto de Centro Internacional de Convenciones de la Ciudad de Madrid.