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«La Revolución rusa fue un desastre»

¿Cuál ha sido el objetivo último de esta Breve historia de la Revolución rusa?

Mi objetivo ha sido sintetizar y, al tiempo, no omitir ninguna cosa importante, ningún hecho histórico trascendente. Es obvio que cien años después de la Revolución pocas cosas nuevas se pueden decir porque se ha escrito muchísimo sobre el tema. He intentado darle un nuevo enfoque a través de tratarla no como un hecho aislado, sino como un ciclo revolucionario. Estos cien años han demostrado que realmente las ideas revolucionarias han evolucionado y han influido en muchos acontecimientos históricos a lo largo del siglo XX no solo en la Unión Soviética, sino en toda Europa. Para mí era más importante ver qué ha pasado durante todos estos años que el mismo hecho histórico.

Este enfoque al considerarlo como un ciclo histórico está basado en dos exigencias: una es que los motivos de los revolucionarios se ven con una cierta perspectiva. Vemos cómo el terror como instrumento para mantener este régimen, la nueva política económica o el intento de escapar al estalinismo son cuestiones de enorme interés. Como lo es que todos los gobernantes posteriores a Stalin querían recuperar el leninismo como la idea clave que Stalin había degradado y llevado a la práctica de una manera equivocada. A mí me impresiona que esta fe ciega se haya mantenido durante cien años a través de personas que siguen creyendo en esa utopía a pesar de que la realidad ha demostrado y demuestra cada día lo contrario.

Los comunistas dan un paso más allá de la Revolución Francesa como es derrocar un régimen desde abajo. Ellos no solo quieren cambiar política y económicamente el régimen, sino que quieren crear un hombre nuevo. El sentido último del libro es demostrar cómo una idea utópica revolucionaria, encaminada a cambiar el mundo, choca con la realidad y todos los cambios propuestos son nefastos y desastrosos para el hombre.

Afirma usted que esa revolución socio-política fue nefasta, pero ¿por qué se ha mantenido viva tanto tiempo?

Es una buena reflexión. Muchas personas se preguntan los porqués del colapso del régimen comunista, pero creo que lo que hay que preguntarse es eso, por qué ha perdurado tanto tiempo, durante setenta años. Ha perdurado por el uso del terror y de la disuasión de cualquier intento de cambio, pero también por el entusiasmo y la euforia de los ciudadanos soviéticos. Sin duda alguna el régimen soviético ha tenido un gran apoyo en la población. Una de las razones de ese hecho es la capacidad de los bolcheviques de crear euforia a través de la propaganda y de establecer una continua competitividad tanto entre los soviéticos mismos como una competitividad externa con los Estados Unidos que incluso entusiasma mucho más si lo que se vende es que un régimen socialista, que es mucho mejor para el ser humano, es capaz de competir con éxito con los regímenes capitalistas democráticos.

¿Breve historia de la Revolución rusa es un libro de historia o un libro de divulgación?

Creo que es un libro de historia. Con todo respeto a la divulgación, contra la que no tengo nada, este libro va mucho más allá de la divulgación. Una historia breve no supone, ni mucho menos, un intento de simplificar las cosas, sino de facilitar al lector un texto breve pero preciso. Contando con la precisión como elemento clave. Eso es muy difícil para quien ha escrito un libro en el que ha trabajado a lo largo de cuatro años y que a la hora de concebirlo y realizarlo se marcó el ser precisa y veraz.

«Los rusos siempre han preferido seguridad y orden a libertad individual»

Gravitan sobre el libro cinco grandes preguntas. Una de las fundamentales es qué ha quedado de aquello. ¿Cuál es el rescoldo de las ruinas de la antigua URSS?

Esta pregunta es realmente clave. De aquello han emergido muchas cosas. Destacaría el extraordinario papel de Gorbachov en la desintegración pacífica de la Unión Soviética. Gracias a él pudo realizarse y estamos hablando de algo complejo al tratarse de una potencia nuclear. En segundo lugar esa desintegración es doble: de un imperio, porque más o menos coincidía con el imperio zarista, y de un país comunista, y eso habla de una doble dificultad. Rusia es hoy un país poscomunista y posimperial. No es fácil para ningún país reconciliarse con su propio pasado, pero con un pasado como el ruso eso es especialmente difícil.

También es importante destacar que todos los países del entorno, salvo Estonia, Letonia y Lituania, han fracasado en sus transiciones a la democracia en los años 90. Rusia sigue siendo el país en extensión más grande del mundo. Las causas de ese fracaso en la transición a la democracia son muchas, una de ellas es esa herencia posimperial y poscomunista y, sobre todo, hay un fracaso en sentido de que fallan las reformas estructurales y económicas. Rusia nunca ha llegado a construir un sistema de instituciones transparentes que corresponda a un marco de derecho. Emprender las reformas económicas en los años 90 antes que las reformas políticas que darían un marco de transparencia legislativa donde se ubicarían posteriormente las reformas económicas, como ha sido el camino de otros países satélites de la Unión Soviética, provocó que en Rusia se produjese una corrupción generalizada.

¿Al hilo de los procesos de privatización?

Se produce el auge de oligarcas que son miembros de la nomenclatura de la época de Bresniev. Comunistas que simplemente cambian el papel y en el proceso de privatización se apoderan de las empresas por tres duros. Esos rusos son nuevos ricos que solo piensan en hacerse millonarios. La corrupción absolutamente generalizada crea una imagen de democracia liberal y de libre mercado que es falsa y realmente terrorífica. Los rusos siempre han preferido seguridad y orden a libertad individual. El fracaso se identifica con la corrupción generalizada, con desorden y con el colapso casi absoluto del Estado en 1998, cuando se produce la bancarrota del Estado, que tiene una influencia posterior decisiva. Cuando, a pesar de la extraordinaria ayuda económica de Occidente, mediada por el Fondo Monetario Internacional, Yeltsin nombra como su sucesor a Putin es una clara señal del fracaso de esa transición. Putin emprende una serie de contrarreformas, lo que ya habían hecho Alejandro III y Nicolás II después del asesinato de Alejandro I en 1871.

¿Como cuáles?

Putin se dedica a centralizar el poder estatal. A recuperar el poder. Es cierto que el Estado está a punto de desintegrarse. Poco a poco él fortalece la estructura estatal. Crea un poder vertical muy centralizado. Es elegido en marzo y ya en julio reúne a todos los oligarcas que habían financiado la campaña de Yeltsin y les dice «esto se acabó. Lo que habéis robado hasta ahora queda olvidado, pero a partir de ahora la situación cambia radicalmente». En la última campaña de Yeltsin en el año 1996 él había pactado con los oligarcas que le financiasen la campaña y a cambio disfrutarían de privilegios políticos y de unos incentivos económicos vergonzosos.

«La diferencia entre democracia soberana y democracia real es la que diferencia a una camisa y a una camisa de fuerza»

¿Cuál es la Rusia de hoy en día?

Aunque el Kremlin se define a sí mismo como una democracia soberana, aunque como se ha dicho gráficamente la diferencia entre democracia soberana y democracia real es la que diferencia a una camisa y a una camisa de fuerza, definiría Rusia como un estado híbrido y modernitario. Híbrido en sentido político, pues existen condiciones democráticas formales, como unas elecciones relativamente libres y relativa libertad de prensa. Rusia no es un régimen totalitario como lo era la Unión Soviética, pero por otro lado tienen un gran peso instituciones como el servicio secreto, el Ministerio del Interior y una serie de redes en un círculo relativamente pequeño en torno a Putin. Él ejerce el poder en ese ámbito. Ese poder en la sombra impide profundizar en cambios democráticos reales y se queda todo en una democracia formal; falta la democracia substancial.

También he dicho que es un estado modernitario, neologismo de modernismo y autoritario. Autoritario a la hora de controlar la producción económica y la distribución de esa producción, el dinero. Y en general, como sucede en China, el estado mismo fomenta, controla y desarrolla la economía, pero a la larga fracasa porque crea una red de clientelismo y de corrupción y, sobre todo, impide el libre desarrollo de investigación e ideas, que es el motor de cualquier economía y estado liberal.

¿Y en cuanto a la política exterior?

Rusia no ha cambiado su estrategia en los últimos siete siglos. Hay una regla que siempre ha sido cierta y que ha subordinado derecho internacional y diplomacia a su interés geopolítico. Rusia piensa en términos de gran potencia geopolítica y no en términos de Naciones Unidas y de marco de derecho internacional. Siempre ha subordinado la libertad de sus ciudadanos al poder centralizado. Sigue aspirando a ser una gran potencia y a sus zonas de influencia y a tener un «cordón de seguridad» entre su territorio y lo que pueden ser sus enemigos.

Señala usted que, en del fondo, Rusia es incapaz de controlar un territorio tan extenso.

Es un proceso paradójico. Como dijo Catalina la Grande: «no tengo otra manera de defender mis fronteras que expandiéndolas». Como Rusia carece de fronteras naturales tiene que crecer. Pero a partir del siglo XVI esa expansión se convierte en un problema de gobernabilidad porque la periferia nunca llega a poder gobernarse bien desde el centro cuando se trata de grandes territorios. La Revolución ocurre en Moscú, pero en Vladivostok se enteran casi un año después. El tamaño del territorio ha sido y sigue siendo obsesión de los gobernantes. Hoy en día el territorio grande no es símbolo de gran potencia, pero para Rusia todavía significa mucho y, sin embargo, tanto territorio impide o hace muy difícil un buen gobierno.

«Los intelectuales rusos han perdido la ilusión de ser actores y protagonistas de posibles cambios políticos»

Voy a citarle unos dirigentes soviéticos y usted me dice la palabra que le sugieren.

¿Así lo cree? ¿Así se lo hace ver su conocimiento de Putin?

Creo que Putin es una persona muy inteligente, un gran estratega en términos geopolíticos. Tiene una pasado en el servicio de inteligencia soviético que le ha marcado de por vida. Es un patriota nacionalista que tiene muy claros cuáles son los intereses nacionales de Rusia y está dispuesto a defenderlos como sea. Es un actor interactivo en el sentido de que sabe perfectamente ver y medir lo que el pueblo espera de él y cumplir con esas expectativas. En general lo hace muy bien. Por otra parte desprecia a la mayor parte de los gobernantes de Occidente. En cualquier caso es contraproducente minusvalorar a Putin. Está rodeado de un equipo de gente muy inteligente y muy bien preparada. No hay que subestimar la Rusia actual. No es incompatible, en el caso de Rusia, afirmar que al tiempo es débil y también muy fuerte. Putin es riesgo. Es un hombre que arriesga mucho y casi siempre le sale bien. Sabe jugar arriesgando y arriesga dentro y fuera de su país.

¿Cree usted que realmente ha habido injerencia de Rusia en las últimas elecciones estadounidenses?

Es inevitable hablar de Trump y Putin. Hay un punto común entre Hillary Clinton y Vladimir Putin y es que ambos querían que Trump fuera el candidato de los republicanos. Clinton porque estaba convencidísima de que le iba a ganar y Putin porque veía en Trump la posibilidad de un cambio real de la Administración norteamericana. Tenía asumido que Clinton iba a seguir con la política de Obama. Creo que Rusia ha intentado intervenir en las elecciones; no sé hasta qué punto lo ha logrado. Lo ha hecho no porque Rusia crea que Trump va a ser un gran amigo y un gran aliado, eso no es posible, sino porque está convencida de la injerencia de los Estados Unidos en asuntos internos de Rusia, especialmente en la época postsoviética. En ese sentido creo que desde Moscú se ha pensado que «ahora os vamos a dar un poco de vuestra propia medicina». Creo que ese es el motivo principal, aunque no creo que nadie en el Kremlim pueda pensar que desde allí se pueden influir realmente en las elecciones. Todo esto es algo oscuro, pero pienso que donde hay humo hay fuego.

Tenemos la idea de los intelectuales rusos como permanentes disidentes, como permanentes críticos frente al sistema. ¿Es realmente así hoy en día?

Hay una larga tradición de la disidencia en Rusia porque nunca hubo suficiente libertad para articular ideas políticas a través de las organizaciones y los partidos. La única manera de hacer oposición ha sido a través de los artistas y los intelectuales. Eso ha sido así en la Europa del Este en general, pero muy particularmente en Rusia. De ahí el peso de intelectuales como Anna Ajmátova o Sajarov, por citar a dos concretos. Pero hoy en día es muy complejo responder a esa pregunta porque muchos de ellos, muy cultos, muy serios y muy bien formados, son muy críticos. Pero por otro lado, esta gente se siente muy rechazada en Occidente, muy humillada por Occidente. Siente que desde Occidente no siempre se distingue adecuadamente entre el régimen y los rusos y eso es muy doloroso para los intelectuales.

También hay que decir que parece que Putin tiene casi el 80 por ciento del apoyo de la población. En la actualidad, en cierto modo los intelectuales están resignados. Buscan consuelo en su arte y en su trabajo. Son un grupo que no creen que puedan influir en los cambios políticos y creen que Putin gobernará hasta cuando quiera, posiblemente hasta 2024. Han perdido la ilusión de ser actores y protagonistas de posibles cambios políticos. Honestamente lo veo así.

«Los rusos están cansados de revoluciones»

En esa situación, ¿cómo ve a corto y medio plazo el futuro de Rusia? ¿Hacia dónde va?

Como he dicho y aunque parezca paradójico, Rusia es al tiempo débil y fuerte. Es un Estado con una gran tradición histórica y política a pesar de que siempre haya tenido problemas. En relación con Occidente y consigo misma veo a Rusia como un péndulo. Desde 1700, cuando Pedro I pierde frente al rey de Suecia, atraviesa períodos en los que está próxima a Occidente, especialmente cuando Europa está en peligro y son clarísimos ejemplos las épocas de Napoleón y Hitler, entonces ayuda a restablecer el equilibrio europeo, y períodos que suelen tener que ver con el deseo de expandir su influencia, en los que ese péndulo va hacia Asia, hacia su otra identidad, porque como sabemos Rusia está ubicada en ambos continentes. Ahora mismo ese péndulo va claramente hacia Asia, que es donde los gobernantes rusos, que siempre tienen buen olfato para las oportunidades, ven más posibilidades del desarrollo y la influencia que buscan.

¿Y de puertas adentro?

En el plano interior seguirá siendo un Estado híbrido, aunque cada vez hay más conciencia de que si no lleva a cabo cambios estructurales en su economía no va a poder sobrevivir a largo plazo como gran potencia. No puede seguir viviendo de los hidrocarburos. Tiene que invertir mucho más en investigación y en desarrollo tecnológico si no quiere seguir dependiendo de una manera tan fuerte de Occidente. A Rusia le da seguridad absoluta ser una potencia nuclear. En ese sentido la doctrina militar rusa de 2014 identifica las armas convencionales y el armamento nuclear en el mismo nivel. Es decir, la doctrina militar contempla la posibilidad de utilizar armas nucleares en el caso de una amenaza extraordinaria para su seguridad nacional. Los rusos están muy cansados de las revoluciones. En el siglo XX tuvieron tres: la de 1917, la de 1991 y un colapso de Estado en 1998. Están cansados de revoluciones. Del colapso total de lo que tienen y tener que volver a empezar de cero de nuevo. Están agotados de cambios radicales, por lo que creo que en el siglo XXI no los van a provocar.

Finalmente, ¿por qué el lector debe acercarse a esta Breve historia de la Revolución rusa?

Porque el libro describe una de las experiencias totalitarias más nefastas de la historia de la humanidad. Porque señala el peligro de las utopías como muerte de la realidad. Porque describe cómo la humillación que ha sufrido la Unión Soviética es una contrapartida a las ambiciones exageradas y que todo esto puede hacer comprender una parte de la historia. Al margen de que la Revolución rusa ha influido en muchísimos acontecimientos del siglo XX, no solo en la Unión Soviética. No se puede comprender fascismo sin bolchevismo. No se puede comprender la Segunda Guerra Mundial sin Stalin. No se puede comprender la Guerra Fría sin Rusia, ni la desintegración de la Unión Soviética sin Gorbachov y, finalmente, no se puede comprender el tiempo incierto que ahora vivimos sin Putin y sin Trump. Este libro puede ayudar a entender algunas de esas cuestiones.

La obra

A diferencia de la mayoría de las obras publicadas sobre el tema, Breve historia de la Revolución rusa la analiza como un ciclo de cien años. Mira Milosevich ofrece un análisis desde múltiples perspectivas (política, ideología, cultura, cambios socioeconómicos, guerras) para responder a cinco cuestiones fundamentales: cómo y por qué estalló la Revolución en 1917; cómo los bolcheviques llegaron al poder y establecieron su régimen; cómo y por qué dicho régimen evolucionó hacia formas extremas de totalitarismo; cómo el sistema soviético perduró durante sesenta y nueve años y por qué se colapsó; y finalmente, qué tipo de sistema político y económico ha emergido de las ruinas de la URSS.

Breve historia de la Revolución rusa demuestra que el Estado bolchevique se sostuvo sobre el terror, la autocracia ideológica del partido único, una administración ultracentralizada, el nihilismo legal, la ausencia de libertades individuales y de propiedad privada; pero también que el totalitarismo comunista no fue un sistema basado solo en el terror, sino que gozó de un alto grado de colaboración y aceptación por parte de los ciudadanos soviéticos, y que el ciclo revolucionario todavía no ha concluido.

mira milosevich breve historia de la revolucion rusa [1]Breve historia de la Revolución rusa
Mira Milosevich
Galaxia Gutenberg
338 páginas
19,90 euros