La naturaleza, y especialmente el universo vegetal, se convierten en los protagonistas de la nueva exposición del Espacio de las Artes de El Corte Inglés (Madrid), con un fluido e interesante diálogo entre los dibujos de Marta Chirino (Madrid, 1963) y las esculturas de Rafael Muyor (Madrid, 1943). Una muestra que, bajo el título Naturalezas vivas, rinde homenaje al mundo vegetal desde miradas distintas pero sensibilidades compartidas.

En este mano a mano entre ambos artistas, al que contribuye un delicado montaje en el que cada obra encuentra su sitio, el espectador puede contemplar los dibujos minuciosos pero sutiles y evocadores de Chirino y las esculturas en bronce de efectos inusuales de Muyor.

La obra de Marta Chirino está centrada en estudios botánicos de gran belleza y delicadeza en los que la artista despliega su exquisito talento como transmisora de sensaciones y emociones. Detrás de esta serie de dibujos y grabados, realizados con gran detalle (lo que le impide culminar más de tres obras al año), se deja ver la otra faceta de la autora: su trabajo como ilustradora científica.

Más allá de lo descriptivo

Pero la obra que Chirino presenta ahora va más allá de lo puramente descriptivo, sus dibujos y grabados son un verdadero canto a la naturaleza en los que la artista es capaz de contagiar sus impresiones, de conmover y transmitir sensaciones de paz, de vida, de comunión con el entorno natural. Un canto a la esencia del arte representado a través de un ramillete de pensamientos, de unas ramas de granado o de un simple lirio.

Por su parte, Rafael Muyor, con sus esculturas, combina detalles florales y elementos sutiles de la naturaleza para conectar directamente con la sensibilidad del espectador. Sus bronces pintados y minuciosamente trabajados son una alegoría que evidencia la conexión entre la naturaleza y el sentir humano, y prueba de su obsesión por el paso del tiempo.

Segunda lectura

Las obras de Muyor son cascadas de hojas cayendo del techo, una danza floral, pura vegetación trepando por el muro o elementos vegetales jugando a crear un laberinto o a ser mecidos por el viento. Pero al igual que ocurre en la obra de Marta Chirino, también en la suya hay segundas lecturas en cada una de sus piezas: puede ser el rumor del ambiente, la meditación y el recogimiento, o simplemente las hojas secas de otoño girando en el alma.

Todo ello en un montaje soberbio, en el que todo está donde tiene que estar, y que consigue funcionar como un todo, casi como una instalación…, casi como un jardín.