El escritor y editor Andrés Trapiello pronunciará dos conferencias en la Fundación Juan March (Madrid) sobre la vida de Juan Ramón Jiménez (1881-1958), una trayectoria marcada por la Guerra Civil, y sobre su obra poética, en verso, o en prosa lírica, narrativa o crítica, siempre influida por la feroz hipocondría que marcó toda la vida del Premio Nobel de Literatura de 1956. Este ciclo, de libre acceso hasta completar el aforo, se celebra este martes, 5 de marzo, y el próximo jueves a las 19.30 h.

Trapiello hablará de la vida de Juan Ramón que, como la de tantos españoles de su tiempo, se nos presenta escindida en dos mitades, según la miremos antes o después de la guerra, mientras vivió en España y mientras vivió y sufrió un largo exilio. Una y otra parte estuvieron unidas, sin embargo, por el constante presentimiento de su muerte, anunciado en él en su primera juventud por la dramática desaparición de su padre, hecho que condicionó toda su circunstancia personal y vital.

Poesía y verdad

Acaso el más extraordinario logro de su obra fuese el haber podido llevarla a cabo sin que sus circunstancias personales, la hipocondría que condicionó toda su vida, se lo impidiesen, si acaso no fue un acicate para su extrema depuración constante. Su lectura nos acerca por la poesía a un héroe, como aquellos de Esparta que él homenajeó desde la juventud adoptando de ellos la rama de perejil que puso, como anagrama, al frente de sus libros.

En un texto, Calidoscopio juanramoniano (un ensayo biográfico), recogido en su reciente libro Los vagamundos (2011), escribe Andrés Trapiello: «Juan Ramón Jiménez es él solo y de una vez, como Australia, país y continente inabarcables, el mayor territorio poético, literario y biográfico de la literatura española y en español en todo el siglo XX, acaso el único universo poético que, a semejanza del deducido por los físicos, está en permanente expansión. Ello explica que haya podido parcelársele hasta la exageración en provincias, comarcas y ciudades, incluso pedanías, sin que por ello un territorio tan vasto haya dado señales de agotamiento, proporcionando trabajo a una legión de filólogos, historiadores, estudiosos, investigadores y profesores que han querido hacerse juanramones a su medida, más o menos exactos y fiables, fractales al fin y al cabo de un Juan Ramón Jiménez general y único del que ni el propio Juan Ramón Jiménez pudo jamás entrar en posesión completa, como esos músicos que murieron sin oír sus propias sinfonías».

«El asombro –escribe también Trapiello– procede de la lectura desapasionada de una obra ingente en verso y prosa que contó con la admiración incluso de aquellos que para combatirlo decidieron ridiculizarlo haciendo circular chismes, chanzas y leyendas que amenazaron con aniquilar su grandeza. Durante mucho tiempo, demasiado, hubo quien hubiese querido que Juan Ramón no hubiera sido más que el autor de un librito escolar sobre un burro (que tampoco se libró de sus burlas) y de algunos poemas de corte decadente o, al final, de oscuras y vagas tentativas, alguien que fuera de sus manías (su acufobia, su hiperestesia o su egotismo) no tuviera sino un interés local dentro de la bohemia de lujo del modernismo».