«Todo va a desaparecer y nos volveremos a encontrar en la niebla de la nada», dice uno de los personajes de Beckett en esta obra sobre el sinsentido. Vladimir y Estragón representan, acaso como ningún otro personaje, el desvalimiento del ser humano en la segunda mitad del siglo XX. Ahora, en los inicios del siglo XXI, un dramaturgo y director joven, Alfredo Sanzol, heredero, como casi todos, del teatro de Beckett, afronta la escenificación de Esperando a Godot, justamente desde una visión del mundo caracterizada por el humor ácido y por la preferencia de lo fragmentario e incompleto.

Esperando a Godot se estrenó en 1953 en una sala de teatro de carácter alternativo, la gran Roger Blin, amenazada de cierre, ubicada en la rive gauche de París. Nadie conocía a Beckett, salvo, quizás, quienes sabían que era secretario de otro irlandés, James Joyce. El impacto que causó la obra fue sensacional. Los primeros espectadores la calificaron como muy extraña y poseedora de un misterioso atractivo. Junto a críticos que alabaron la puesta en escena, otros la consideraron prueba de la crisis del teatro. Se representó interrumpidamente durante un año y se estrenó después en salas de mayor aforo. Esperando a Godot es uno de los títulos más importantes del teatro del siglo XX, una pieza maestra del teatro del absurdo.