A lo largo de toda su trayectoria, Alberto Giacometti (1901-1966) plantea su escultura como un lugar que podemos recorrer, como un terreno de juego entre el arte, la vida y la muerte. Esta muestra recorre su obra desde los años 20 del siglo XX, en los que militó en el movimiento surrealista, hasta las grandes esculturas que concibió para espacios públicos. En particular, las que creó para la Chase Manhattan Plaza de Nueva York, que pese a no trasladarse a tamaño natural están documentadas y muestran el gran talento creativo del artista suizo.

Sus primeras esculturas surrealistas son «tableros de juego» en los que el espectador se convierte en una ficha más. Posteriormente, sus esculturas agrupadas de posguerra muestran precisamente un juego entre diferentes figuras, que representan diferentes espacios y tiempos. De hecho, el escultor convierte su mítico, y modesto, taller de 18 metros cuadrados en un terreno de experimentación donde escenificar espacialmente sus obras y su relación con ellas.

Toda una vida

La muestra recorre toda la obra del artista. En total cerca de 190 piezas, entre esculturas, pinturas, dibujos, grabados y fotografías, procedentes de 32 colecciones internacionales públicas y privadas.

Para Pablo Jiménez Burillo, director general del Instituto de Cultura de la Fundación Mapfre, «esta exposición ofrece una aproximación nueva y muy luminosa a Giacometti. Parte de una idea muy concreta pero nos da una visión muy moderna y seductora de uno de los grandes personajes del siglo XX y uno de los artistas que mejor ha expresado esa visión del hombre del siglo pasado como un personaje desvalido y solitario».

Las grandes esculturas convivieron con Giacometti, en tamaños menores, dentro de su taller, donde las fijó y colocó haciendo de su espacio de trabajo un espacio de exposición. Por esa intencionalidad, el taller del artista se recrea en esta muestra para acercarnos a su universo creativo.

Objetos y espacio

El escultor mantuvo este taller durante muchos años pese a que no era un lugar especialmente confortable y tuvo medios económicos para cambiarlo. Es un ejemplo paradigmático de cómo concebía su trabajo, una especie de terreno de juego fijo constante en el que podía experimentar la relación de los objetos con el espacio.

La muestra incluye destacadas piezas, como Mujer de pie, Pequeño busto sobre pedestal de la Colección Klewan, junto a pinturas, dibujos y fotografías de Giacometti en su taller, como la que le tomó Robert Doisneau, y culmina con las célebres esculturas La Gran Mujer y El hombre que camina, una obra que, en palabras de Annabelle Görgen-Lammers, co-comisaria de la exposición, «aparece en la obra de Giacometti como la contrafigura de la hierática frontalidad de la mujer. Una pieza que se convierte en el símbolo de la ansiada perfección vital que este artista extraordinario buscaba para sí mismo y para su trabajo».