Tres filmografías singulares que, sin embargo, tienen mucho en común: un universo excéntrico, de duermevela, en el que conviven la inocencia, la crueldad, la voluptuosidad, la magia y la locura. Un paisaje inquietante, poético y lúcido, a veces grotesco y a veces fantasmagórico, de personajes que aman lo improductivo y lo fútil.

Es un cine de resistencia contra las convenciones narrativas e impermeable a la higiene racionalizadora que la modernidad ha impuesto. Frente al mundo de lo adulto y lo correcto, la imaginación de Starewitch, la provocación de Švankmajer y los personajes en eterna convalecencia de los hermanos Quay se postulan como una inesperada invitación a la libertad.

Invitación a la libertad

El cine animado es el arte demiúrgico por excelencia: la materia cobra vida, se transforma en las manos y la imaginación de los creadores. Si alguien sabe de la vida secreta de los objetos, son ellos.

En la exposición se presentan también un número importante de referentes literarios, artísticos y cinematográficos que dibujan las líneas de filiación reivindicadas por los artistas: el cuento de hadas, los relatos de terror, el mundo de los sueños, los gabinetes de curiosidades, la ciencia preilustrada, la alquimia y el ilusionismo.

Con motivo de la exposición se edita una publicación con textos de Jordi Costa, Brian Dillon, Andrés Hispano, Carolina López, François Martin y Pascal Vimenet.

Acontecimiento internacional

Es la primera vez que la obra de estos cuatro artistas se presenta en profundidad en nuestro país, pero lo que supone un verdadero acontecimiento internacional es haber reunido en una misma propuesta la obra de estos animadores que mantienen entre sí un diálogo explícito: los hermanos Quay se reconocen ad­miradores de Jan Švankmajer y los tres disfrutan de la compañía de Starewitch.