«Cuando Alberto García-Alix viene a la cabeza enseguida se piensa en un mundo de amigos, relaciones y colegas y es interesante saber que el ojo que mira tiene dentro una persona y una intuición», afirma Juan Barja, director del Círculo de Bellas Artes.

Así, Autorretrato no pretende ser un diario de García-Alix. No presenta una documentación cronológica de su vida ni supone un ejercicio egocéntrico. El concepto de autorretrato es para él mucho más amplio, ya que abarca una gran parte de su obra en la que se considera reflejado.

Es difícil encontrar en su trabajo alguna pieza que no sea intensamente autorreferencial y podría decirse incluso que toda su obra, en conjunto, forma un gran autorretrato. Todos los espacios, lugares y momentos reflejados lo son.

Diferentes etapas

La muestra recorre su trayectoria desde finales de los 70 hasta fotografías de fragmentos de su cuerpo que responden a diferentes necesidades a la hora de contar su particular descomposición del autorretrato.

Nicolás Combarro, comisario de la muestra, confiesa que la exposición nació a partir de un libro titulado precisamente Autorretrato e insiste en la idea de que el autorretrato es una visión transversal de toda una vida: fracciones de cuerpo, habitaciones, espacios que han sido significativos en toda su obra…

Así, en sus primeros años, más o menos de 1976 a 1986, García-Alix afronta una etapa de aprendizaje y hace un estudio sobre la propia imagen. Luego aborda una fase más de experimentación. La imagen de sí mismo va cambiando y se aprecian tintes más líricos también en los títulos.

«A partir del año 2000 va encerrándose en sí mismo y la mirada se vuelve interior. Se ve la evolución del personaje en los autorretratos», relata el comisario. En la última etapa se observa, además, una capacidad para entender el retrato desde un punto más abstracto.

Lienzo de melancolía

«Estoy muy contento de volver al Círculo de Bellas Artes después de 16 años, cuando vine con el pelo negro. Volver a esta gran casa de la cultura madrileña es un orgullo», afirma el artista. Por otro lado confiesa que esta exposición le daba vergüenza: «La veía como una gran sobreexposición. Me convencieron y me ha dado grandes alegrías. A mí me cohíbe verme constantemente en las paredes, pero bueno, es lo que hay».

«Es un recorrido que va desde el año 76 hasta el 2013 y en el que está presente el concepto autorreferencial . Siempre hay una mirada atrás necesaria que empieza con las primeras fotos y acaba con las últimas. Es un tránsito vital, emocional y también de desarrollo visual. Evolucionamos, no somos iguales con 20 años que con 30 ni con 40 que con 50. La muestra evoluciona hasta la mirada interior», apunta.

Para García-Alix, «la fotografía muchas veces es un gran lienzo de melancolía. Siempre está el pasado en la fotografía. Yo reconozco mis cambios tanto vitales, anímicos como emocionales. Primero la mirada es más ingenua, luego va evolucionando, va más hacia la abstracción y se vuelve más onírica en muchos aspectos».

Habla, además, del hecho fotográfico: «Sobre qué luz te quieres fotografiar, cómo te quieres mostrar… Hay una intencionalidad que da sentido». Reconoce, también, que la cámara le quita todo pudor.