Juntos han creado un todo bello que no entiende de etiquetas, de géneros ni de ramas artísticas. Emoción, eso es todo. Así se resume su espectáculo, para el que invocan a Albéniz, a Granados, a Falla, a García Lorca y a Alberti, entre otros.

El proyecto surgió a partir de una colaboración que Rosa Torres-Pardo hizo con García Montero hace años, que se tituló Suite Albeniz, y que contenía una serie de poemas que él dedicó a la vida de este compositor y a su obra.

A partir de aquel trabajo, ambos han estado siempre en contacto pensando en hacer cosas juntos de nuevo. Luego Rosa conocería a Rocío Márquez y empezarían a hacer conciertos. «Buscando puntos en común entre una pianista clásica y una cantaora de flamenco llegamos a la conclusión de que lo común era lo popular. A partir de ahí construimos una serie de piezas en las cuales podemos tocar y cantar juntas perfectamente. A eso le añadimos la poesía de Luis y a ese encuentro de los tres le llamamos Desconcierto, precisamente por ese momento previo al mismo», relata la pianista.

Así, los tres han trabajado a partir de las Tonadillas y las Goyescas de Granados, de las lorquianas, de las canciones populares, de la música de Albéniz… También del tango, de las habaneras o del fuego de El amor brujo.

«Cuando Rosa me propuso este proyecto, la verdad, no supe si iba a poder hacerlo porque se trataba de cantar piezas clásicas que no había hecho nunca y que cuando escuchas a las sopranos cantarlas ves que lo hacen con una colocación bastante diferente a lo que en principio yo suelo hacer. Me lo tomé como un reto y un aprendizaje y al final ha quedado algo con lo que las dos nos sentimos bastante identificadas. Cada una llevamos a nuestro terreno lo que hacemos y es bonito porque se da un diálogo entre distintos estilos demostrando que la música es música y que ahí nos encontramos todos», cuenta la contaora Rocío Márquez.

Para Torres-Pardo hacer algo así da muchísima frescura. Para ella, los intérpretes clásicos tocan cosas que están escritas hace 100 o 200 años y que se han ejecutado hasta la saciedad, y esto supone renovarlos. «Lo tocas con mucha más emoción, sorpresa, descubrimiento… Te enriqueces con la poesía y con el canto viéndolo de otra manera», matiza. También reconoce que en todas las disciplinas hay mucho purismo y un poquito de miedo a la renovación y a quitar los corsés, pero que «es necesario para que la música respire».

Un encuentro, un diálogo

«Muchas veces nos empeñamos en poner etiquetas: esto es flamenco, esto es clásico, esto es… Cada vez más lo veo como esto es música y aquí nos encontramos. Así, este no es un espectáculo flamenco, tampoco es clásico… es algo que está ahí en medio. Es un encuentro. Así lo percibo yo y pienso que la gente que lo ha visto también lo percibe así», describe Márquez.

Más o menos algo parecido opina el poeta Luis García Montero, para el que este espectáculo es «sobre todo un diálogo entre lo culto y lo popular en una situación de igualdad por ellas y por la música, ya que está Falla, Albéniz, Granados o Turina, músicos que han indagado en las formas más cultas y más vanguardistas y que al mismo tiempo se han acercado a lo popular». A él precisamente esa tradición le interesa mucho porque confiesa sentirse heredero de la poesía que mezcla lo culto y lo popular, y piensa que Federico García Lorca está presente en el espectáculo, como también lo están Rafael Alberti, Lope de Vega y toda la tradición poética que ha estado en una u otra orilla.

García Montero ha escrito algunos poemas especialmente pensando en el piano, en lo que el instrumento significa para él o pensando en algún compositor en concreto. Así hay algún poema que intenta dialogar con el tango de Albéniz y otro en homenaje a Lorca, que se mueve en ese territorio de diálogo entre lo culto y lo popular que a él le interesa, y a la vez se encuentra entre la voz de Rocío y el piano de Rosa.

«Creo que la convivencia entre la música y la poesía ha sido muy fértil y viene de lejos. Los poetas intentamos matizar mucho. No nos gustan las afirmaciones de titular. Queremos buscar el pequeño no que hay dentro de un sí o el pequeño sí que hay dentro de un no. A mí me gusta pensar que el poeta que durante horas está buscando una palabra precisa representa a cualquier ser humano que quiere hacerse dueño de sus propias opiniones, que no repite como un loro lo que está en el ambiente y que quiere de verdad comprender, conocer y ser dueño de lo que dice», afirma.

Para García Montero, desde la Edad Media, el remedio que mejor ha tenido la poesía para huir del olor a cerrado y del lenguaje para poetas y no para la gente ha sido la canción. «Se abren las ventanas, entra aire limpio y eso se consigue gracias a la canción. Eso lo hicieron las cortes medievales, lo hizo Lope de Vega dejando entrar la canción popular en el barroco español, lo hizo Bécquer dejando entrar la canción popular en la retórica romántica y también lo hacemos los poetas contemporáneos cuando hemos acudido al tango, al bolero o al rock para dejar entrar el aire limpio de la vida en un vocabulario que corre el peligro de querer matizar y, en ese intento, separarse del lenguaje cotidiano», explica el escritor granadino.

«A mí me parece importantísimo el diálogo de la música y la poesía y en concreto, de la poesía y la canción», finaliza. De diálogos, precisamente, va este encuentro.