Desde su estreno en 1923, Fantochines ha conocido una notable repercusión internacional, con representaciones en varios puntos de España, Argentina, Francia y Bélgica; un éxito que contrasta con su práctica desaparición posterior de los escenarios.

Concebida para ocho instrumentistas y tres cantantes, es una ópera de marionetas que remite a las mascaradas venecianas y a la estética dieciochesca, insertándose en el espíritu neoclásico del que también participan obras contemporáneas como El retablo de Maese Pedro de Falla.

Un diálogo entre títeres y cantantes

Conrado del Campo compuso, así pues, una ópera de cámara de ambiente dieciochesco y veneciano donde el diálogo entre títeres y cantantes crea un sutil juego de perspectivas, realidades y engaños. Para desarrollar este proyecto de teatro musical, el habitual salón de actos de la Fundación Juan March se transforma en un pequeño teatro.

La trama, introducida por el Titerero, es una frívola intriga amorosa que se resuelve con una anagnórisis final: Doneta, una joven curtida en artes amatorias, recibirá una importante herencia si se casa con el narcisista Lindísimo. Éste inventa un pretexto para evitar la boda, pero la astuta Doneta, ayudada por su tutora, Doña Tía, consigue urdir una estratagema con la que hará caer en sus redes al engreído protagonista masculino. Fantochines –un significativo ejemplo de las tendencias innovadoras que se dieron en el teatro musical de los años veinte- cuenta con la peculiaridad de que los personajes aparecen “desdoblados”: los títeres son una deformación de los personajes humanos.

Nueva edición de la partitura

Para esta coproducción de la Fundación Juan March y del Teatro de la Zarzuela ha sido necesario preparar una edición crítica de la partitura, inexistente hasta la fecha, a partir de los instrumentos autógrafos. La dirección escénica, que corre a cargo de Tomás Muñoz (quien ya se ocupó del montaje de Cendrillon durante la temporada pasada), incluye un teatro de títeres y una rampa que evoca el teatro italiano y enfatiza las distintas magnitudes morales de los personajes. Además el aspecto de los títeres reproduce los rasgos físicos de los cantantes que les ponen voz.

El libreto preparado para esta ocasión incluye textos elaborados por el propio Tomás Muñoz, por el compositor Tomás Marco y por el Departamento de Actividades Culturales de la Fundación Juan March, que se completan con galerías fotográficas y los textos completos de las críticas aparecidas entre 1923 y 1935, que se pueden consultar en la web de la Fundación.

  • Con esta segunda obra de la serie de Teatro Musical de Cámara, la Fundación Juan March continúa la labor iniciada en 2014 con Cendrillon, de Pauline Viardot. Este formato quiere dar visibilidad a un importante corpus dramático-musical que, por sus características, no tiene cabida habitual en los teatros de ópera convencionales.