En 1967, Jessica Lange obtiene una beca de la Universidad de Minnesota para estudiar fotografía, pero los avatares de la vida estudiantil la llevan a España y, posteriormente, a París, donde decide anteponer el arte dramático a su práctica fotográfica. En ese momento comienza su carrera de actriz, que la ha llevado a convertirse en protagonista de grandes títulos y a recibir dos Oscar como mejor actriz, por sus actuaciones en Tootsie en 1983 y por Blue Sky en 1995.

Será hasta comienzos de los años noventa (cuando Sam Shepard le regala una Leica M6), que Lange no retome su actividad fotográfica tomando imágenes en el transcurso de sus viajes. Estados Unidos, Francia, Finlandia e Italia son algunos de los países que recorre, aunque demuestra una especial predilección por México, “por sus luces y sus grandes noches”, como ella misma señala.

Things I see

-“What are these pictures, I ask?
-Oh, things I see.”

“Things I see”, responde ella, como una letanía, un leitmotiv, casi un canturreo que se lanza tras una interjección y va rodando solo, sin necesidad de más impulso. Las fotografías de Jessica Lange no necesitan cargarse de frases inútiles. ‘Punto y línea sobre plano’ son los elementos fundamentales de su escritura visual. Su léxico y su sintaxis se reducen a concordancias temporales, como ecuaciones elementales que expresan lo imperceptible.

Y si Kandinsky enunciaba el punto como la forma más concisa del tiempo y la línea como su continuidad, estas imágenes en devenir, que se sitúan a la vuelta de apenas una centésima de segundo, no dependen sino del “instante decisivo”; de su “instante decisivo”, sin concesiones, sin arrepentimientos. La poesía no se caza, hay que esperarla, ya que, en caso contrario, se toma sus rodeos, juega al escondite o nos burla cambiando de rumbo. Es por lo tanto, gracias a esta fracción, a esta ciega inflexión en el tiempo de espera, que sobreviene la imagen.

Rusia, Finlandia, Minnesota, Italia y Nueva York no son más que pretextos que se enuncian y anuncian antes de la imagen. Ahí están, ante sus ojos, poco importa su longitud y latitud, el mes o el año, sólo dicen lo que es, en su permanencia.

Las fotografías de Jessica Lange son escollos sin más pretensiones que hacer visible el movimiento de la vida. Esta frase de Stieglitz, ineluctable: “El arte es lo que da cuenta de la vida y la vida, o lo que la significa, se halla en todas partes”. Lange, en sus recorridos, se ha encontrado con ella, aquí y allá, en lo sencillo, en lo común, en la ceguera.

México

Y, de repente, el negro inunda la imagen, el grano estalla, las líneas se difuminan, le tela de la pantalla se tensa. México. ¡Que comience el espectáculo!

Furtiva, delicada, discreta, Jessica Lange entra en escena, está presente en la historia que nos cuenta, lanzándose cuerpo a cuerpo con la realidad; puesto que se trata de eso y no de otra cosa: del cuerpo. Ya no está en la espera, ni en la distancia; se instala en una continuidad, la de una narración, de una película.

Para empezar dibuja y delimita los espacios que atraviesa; se sitúa dentro de los mismos pero manteniéndose a la vez separada. Separada del otro, en primer lugar, por ese deseo de soledad en el que se envuelve; separada también de las miradas que no se cruzan, que se rompen en los espejos, que se esconden detrás de una cortina de lluvia, o bien de las miradas de los enamorados, perdidos y ebrios, que se hablan, mirándose a los ojos.

Jessica Lange no se sitúa en la sombra, ni en lo invisible, sino que se queda en lo no visto. Está ahí. Y, si el espacio se encierra en sí mismo, el tiempo y la luz también.

México revive en la hora del crepúsculo, en la penumbra, entre chien et loup, en ese lapso en el que la realidad aplanada bajo una luz demasiado blanca, retoma aliento e exulta. Los enamorados se reencuentran ante la iglesia de Santo Domingo, el baile en la plaza del Zócalo inicia rondas sin fin, al son de las trompetas y de los tamboriles. El circo anuncia sus desfiles.

Es de noche, los cuerpos se confunden, se enlazan, se lanzan, o se abandonan, como coreografías dirigidas por una mano invisible. Ella es quien las orquesta. Por sus propios movimientos, invoca su coincidencia, y surge la imagen. Jessica Lange desvela lo que se escapa y hace subir a la superficie de la noche, la luz de la sombra, como un pintor las formas de su modelo.

La profundidad de los negros, los blancos que restallan en el aire como latigazos, las materias voluptuosas, sensuales, flotantes, el olor de la noche que cae, el alboroto de las músicas populares. Más que una serie de fotografías, México es un paseo por el diario de impresiones de Jessica Lange.

Chiapas

El Carnaval se celebra en todo el estado de Chiapas. Es probablemente el acontecimiento anual más importante. Dura 13 días. Este festival celebra los inco días perdidos del calendario Maya; cinco días sin nombres, cuando se cree que el mundo se vuelve del revés.

Se piensa que es un tiempo desafortunado o incluso peligroso. Ya no existen separaciones entre el mundo real y el mundo espiritual. Se permiten darse el capricho en todas aquellas cosas a las que tendrán que renunciar en Cuaresma. Se visten de trajes sofisticados; se disfrazan de monos, de lobos o de otros animales. Muchos hombres se visten de mujeres.

Estas fotografías se han tomado en los pueblos de Tenejape y San Juan Chamula.