El tenor lo define como un cabaré lírico-psiquiátrico que pone todo “patas arriba” mediante un soliloquio que sirve también de excusa para cantar ópera, zarzuela o cuplé. La dirección y la escenografía son obra de Daniel Bianco.

El tenor belcantista Enrique Viana lleva años recorriendo escenarios de toda España como creador, director y casi único protagonista de sus personales espectáculos de teatro musical. Banalités y Vianalités, La locura de un tenor o Tenor, rojo… y al vivo son una discreta muestra de más de una decena de títulos con los que este artista de voz exclusiva e ingobernable, con prodigiosa capacidad para el monólogo, se ha inventado un género: el cabaré lírico.

Ahora, con Inseguridad social… y tal, da una vuelta de tuerca a este invento dramático para convertirlo en cabaré lírico-psiquiátrico. Un ejercicio de coherencia, ya que en esta ocasión la historia que relata en primera persona sucede en el box de urgencias de un hospital del Sistema Nacional de Salud, y tiene mucho que ver, si no todo, con la pérdida de salud mental.

Junto a Viana participan en la escena Eduardo Carranza, que asume los papeles de enfermero, médico, psiquiatra y mayordomo, y David Rodríguez, como auxiliar para todo. Estarán dirigidos por Daniel Bianco, que es, asimismo, creador de la escenografía. El pianista, un personaje más, será Miguel Huertas.

Monólogo jardeliano

Flanqueado por dos enfermeros, un Viana hospitalizado canta ópera (Tristán e Isolda o Werther), zarzuela (permite que el público escoja entre diferentes propuestas), y muestra su lado lúbrico salpicando todo ello de cuplés (La regadera, Poco a poco). Esta es la banda sonora de una historia que Viana va desgranando en un monólogo “de espíritu jardieliano” –como él mismo reconoce–, que desemboca en puro cabaré.

Entre otras muchas peripecias, y aprovechando la incursión en el mencionado ‘drama musical’ de Wagner, el tenor afronta una empresa a priori casi imposible: explicar el argumento de Tristán e Isolda, tal cual, y entretanto entona el aria de Morold, normalmente suprimida en las reposiciones de la obra. La ópera inmortal está presente, “más bien de cuerpo” –confiesa Viana–, junto a las reflexiones sublimes, “que se nos presentan más bien de alma”.

Tenor, partido de fútbol y shock

Desde una cama o una silla de ruedas, con planteamientos tan sagaces como disparatados y un discurso punzante marca de la casa, el protagonista va desgranando una serie de acontecimientos que se desatan a partir de un hecho real: un tenor entrado en años sufre un shock al ver por televisión su primer partido de fútbol y darse cuenta de que no entiende nada y, lo que es peor, no le interesa en absoluto.

Ingresa en el servicio de urgencias de lo que el artista llama la Inseguridad Social, y los fármacos que le administran comienzan a surtir efecto. Sin embargo debe ser el efecto secundario de las medicinas porque a partir de ese momento sufre un ataque de sinceridad que le lleva a decir todo lo que piensa. El circunstancial paciente pone todo patas arriba. A una sociedad embebida por el fútbol, al sistema sanitario que “sufre” en sus carnes durante la convalecencia, y, cómo no, a ese mundo de la ópera que el autor tan bien conoce.

El resultado, una función que Enrique Viana define como “absolutamente disparatada” en la que destaca la importancia que para su desarrollo tiene la complicidad anónima del público.