El arte de Tigua surge en la década de 1970 en las comunidades kichwa de la región de Tigua, en la provincia ecuatoriana de Cotopaxi, muy cerca de la línea del ecuador y en una de las regiones habitadas más elevadas del mundo. Olga Fisch, coleccionista y marchante húngara, al admirar las pinturas que decoraban los tambores empleados por estas comunidades en la fiesta del Corpus Christi, propone a los futuros pintores emplear los mismos motivos en un nuevo formato: la pintura de caballete.

Los precursores fueron los hermanos Alberto y Julio Toaquiza. Ellos enseñaron las técnicas de la pintura de caballete a otros miembros de su familia y de su comunidad. Posteriormente, la actividad pictórica se extendió a otras comunidades de la zona. La exposición cuenta con las obras de tres generaciones de la familia Toaquiza: Julio, Alfredo, Alfonso y Luz Toaquiza, hija de Alfredo y nieta de Julio. Además incluye obras de otros artistas como Alfonso Cuyo y Pedro Vega.

Explosión de color

Sobre la piel de borrego como soporte de los cuadros se han plasmado las fiestas religiosas, las actividades cotidianas tradicionales y el ciclo vital, pero también hay temáticas más reivindicativas, como los levantamientos indígenas. En definitiva son obras en las que aparecen reflejadas la cultura y cosmovisión kichwas, y su tradicional modo de vida.

Son características del arte de Tigua las escenas corales, con multitud de personajes inmersos en el paisaje andino de la provincia de Cotopaxi, así como el empleo de colores intensos y brillantes. Al principio utilizaron como pintura las mismas anilinas que empleaban en el teñido de la lana, pero pronto comenzaron a utilizar esmaltes y pintura acrílica.

Los personajes visten la indumentaria tradicional, destacando los ponchos rojos de los hombres y los chales fucsias de las mujeres. Aunque los hombres ahora visten con ropas de estilo occidental y el sombrero blanco ha sido sustituido por uno de fieltro de color oscuro. Normalmente se encuentran tres niveles en las pinturas: en primer plano se sitúa la escena principal; hay un nivel medio con casas, campos cultivados y caminos; y un nivel superior con el páramo, las montañas y el cielo.

Fiestas y vida cotidiana

Las actividades cotidianas tradicionales ocupan un lugar importante en la pintura Tigua, ya sea como tema principal o como complemento de otras escenas. Se representan actividades agrícolas, ganaderas, artesanales y comerciales. La cosecha suele aparecer en forma de minga, un sistema tradicional de solidaridad mediante el cual familiares y amigos ofrecen su trabajo para ayudar a alguien a construir una vivienda o en las tareas agrícola y también crían ovejas, llamas y cuyes.

Otro de los temas principales de este arte es la religión, que en Tigua, al igual que ocurre en el resto del área andina, mezcla raíces prehispánicas y católicas. Algunos de los cultos que aparecen representados en las pinturas son la veneración a la Pachamana (la Madre Tierra) o a las montañas y cerros y otros elementos de la naturaleza. Las montañas aparecen pintadas con rostros humanos en algunas obras, expresando así la cosmovisión kichwa, donde son seres vivos. Algunas de las enfermedades tienen un origen sobrenatural. Para tratarlas, la figura del chamán o yachac es fundamental.

Pero el tema estrella de la pintura Tigua son las fiestas religiosas, especialmente la del Corpus Christi. Se celebra normalmente en el mes de junio. Los personajes principales de las fiestas del Corpus son los danzantes, ataviados con unos espectaculares trajes y tocados, que danzan al ritmo que le marcan el tambor y el pingullo, un tipo de flauta. Las fiestas las organiza y costea cada año un miembro elegido por la comunidad, el prioste, que suele aparecer representado en las pinturas portando un bastón de mando. Las fiestas suponen una forma de redistribución de la riqueza y en ellas se activan las relaciones sociales.