Junto a cerca de medio centenar de imponentes obras de Sarvisé se muestran también imágenes de referencias de otros artistas de distintos momentos históricos y contemporáneos.

Esta nueva lectura se le ha encargado a Teresa Salcedo (Huesca, 1952), artista visual que concibe sus propuestas artísticas como proyectos multidisciplinares en los que utiliza distintos lenguajes, lo que también traslada a esta exposición de María Cruz Sarvisé, donde, en todo momento, la pintura es el objeto principal de observación.

Salcedo propone un trabajo que permite añadir nuevas miradas sobre el valor pictórico y conceptual de la muestra. Además de (re)conocer el personal trabajo de Sarvisé ofrece «vivenciar los aspectos más inquietantes y enigmáticos de su obra con cualidades que desbordan lo evidente por la mirada del espectador».

Itinerario pictórico

En el itinerario pictórico de María Cruz Sarvisé, desde finales de los años 50 hasta la fecha, unas veces es una noticia la que le moviliza; otras, una imagen que le impresiona. Desde el principio, el símbolo, la metáfora o la alegoría son buscados como complementos mediante añadidos objetuales y poéticos que se repiten en su producción.

Los motivos tratados insistentemente -niños, retratos, paisajes, maternidades divinas, humanas y animales, figuras metafóricas, cristos y hombres, mujeres y niños solos, desnudos…- comparten un fondo descriptivo utilizado como pretexto para ejercitarse en el oficio de la pintura.

Sarvisé traslada al lienzo hechos sin más afán que dejar constancia de sus emociones, que nos llegan bajo la impresión de inquietantes mensajes de denuncia, tragedia, historia o representaciones lúdicas y de ensueño. Realidades que le unen invisiblemente al sentir colectivo, muchas veces dolorosamente contemporáneo.

Tres grandes polípticos

Lo que se anuncia como exposición de pintura no responde pues a las expectativas de visualización y contemplación de un cuadro tras otro. El proyecto expositivo se plantea como concentración de unidades en tres grandes polípticos, dos de ellos a modo de retablos de carácter religioso y social que a la vez interactúan con el tercero, donde se recoge la temática más lúdica y recursiva.

El discurso, tanto teórico como espacial, plantea un ejercicio de asociación transpositiva. Junto a las obras de la autora se muestran imágenes de referencias de otros artistas de distintos momentos históricos y contemporáneos. Asociaciones, proyecciones anímicas, referencias a otras obras de arte que remiten a una lectura más integrada de la obra de María Cruz Sarvisé.

Siguiendo las teorías de Albers sobre la actuación del color y sus capacidades de transmisión, cada políptico se presenta en el espacio expositivo ensamblado a su vez en un par de colores elegidos por su matiz, atendiendo a su fuente dominante tanto en la temática tratada como a su propio color; de manera que al actuar como discurso pleno entre ellos, los de María Cruz Sarvisé y los elegidos, se produce una interacción continua que crea una modificación en la visión objetiva.

Lo que la obra oculta

Tal y como explica Teresa Salcedo, la muestra busca desterrar el tratamiento que se ha dado habitualmente a la obra de esta artista, «muy a menudo identificada con la ternura y la bondad» y «no se ha visto en ella el aspecto que realmente inquieta a todo el que la ve». Para Salcedo ahí radica el hecho artístico. «Lo que no se puede conocer de golpe, sino que se oculta o vela algo más es el hecho artístico y eso es lo que le ocurre a la pintura de María Cruz». De ahí también la frase que da título a la exposición: Velo que vela al viento, el punto de partida para desvelar lo que la obra de Sarivsé oculta para que sea propio espectador el que la pueda concluir.