La exposición, comisariada por Angustias Freijo y Mario Martín Pareja, muestra a la artista en medio centenar de imágenes que provienen de los fondos de la Fundación Leo Matiz, así como publicaciones de las vanguardias de la época, y algunas obras de autores que se interrelacionan y aportan claves de la escena mexicana de la época.

Cuando André Bretón conoció la obra de Kahlo afirmó que era una surrealista espontánea y le invitó a exponer en Nueva York y París, ciudad esta última en la que no tuvo una gran acogida. La pintora nunca se sintió cerca del surrealismo y al final de sus días rechazó abiertamente que su creación artística fuera encuadrada en esa tendencia: “Yo nunca he pintado sueños, lo que yo representaba era mi realidad”.

Kahlo fue retratada tanto o más que cualquier estrella de cine en México. Durante su primer viaje a Estados Unidos fue fotografiada por Lucienne Bloch, Imogene Cunningham, Peter Juley, Martin Munkacsi, Nickolas Muray, Carl van Vechten y Edward Weston. Y la lista siguió creciendo… En México posó para Tina Modotti, Lola Álvarez Bravo, Miguel Ángel Bravo, Miguel Covarrubias, Giselle Freund o Héctor García, entre otros. También por André Breton y Dora Maar.

De los testimonios fotográficos que quedan de esa época quizá el más interesante es el que se conserva en el acervo del fotógrafo colombiano Leo Matiz, que se sumergió con su cámara Rolleiflex en el ambiente cultural de la época y logró registrar en sus retratos la intensidad creativa y personal de quienes tuvieron un papel decisivo en el México de los años cuarenta. Fue, al ser uno de los más allegados a la pareja Kahlo Rivera, uno de los que la captó en la intimidad de su hogar, siendo estos los retratos más originales, precisamente, por su sencillez.

Una gran instalación

Lola Álvarez Bravo afirmó que Kahlo era buscada por los fotógrafos debido a su atractivo estético. Desde muy joven, junto a su padre, el fotógrafo Guillermo Kahlo, Frida aprendió a posar. Complacida, permitía que otros la retrataran. Ella dominaba por completo el instante fotogénico; una modelo que se dirigía a sí misma y que imponía la manera en que debía ser retratada.

Esta exposición examina la utilización vicaria del medio fotográfico por parte de Kahlo, el papel de esas imágenes en su trabajo creativo y, de manera medular, cómo la artista desafía tres principios básicos de la disciplina fotográfica a través de sus retratos: la noción de autoría fotográfica en su trabajo, el uso que hace la artista de la capacidad narrativa del medio y, por último, la relación de estas fotografías con ciertas prácticas autobiográficas (“Soy el motivo que mejor conozco”, afirmaría). O, en palabras de Margaret Hooks: “En algunas de las fotografías de esa época, su desbordante personalidad está escondida bajo una ajustada máscara, pero sus ojos buscan al espectador con una mirada que no ha perdido ni un ápice de su orgullo desafiante ni de su atractivo”.

También se incluyen las fotografías que Matiz realizara a su regreso a México en 1997, después de 50 años de ausencia, de algunos de los rincones de esa Casa Azul convertida en museo.

Concebida como una gran instalación, la muestra se completa con obras de otros autores de la época (Germán Cueto, Mathías Goeritz, etc.), textos, publicaciones estridentistas, documentos, bibliografía y proyecciones.

Frida Kahlo. Fotografía de Leo Matiz en La Casa Azul.