El conjunto de obras posee la virtud de atender al arte no oficial que se desarrolló tras la muerte de Stalin en 1953, que recibió el nombre de arte inconformista o no-conformista, así como a los lenguajes que se instalaron desde la última década del siglo XX hasta la actualidad. Estos últimos revelan un estricto conocimiento y progresiva convergencia con los que se iban desarrollando en núcleos centrales de la creación europea y norteamericana, caso de la presencia del neo-expresionismo en los ochenta y noventa.

Fechadas entre 1977 y 2016, las obras son una selección de una colección privada alemana. A través de ellas se recorre un lapso temporal en el que se presenta la actitud de resistencia de unos artistas que se oponían y desatendían la exigencia de la práctica del realismo socialista, el arte oficial del Estado.

Ese valioso ejercicio de resistencia y libertad se apoyó en ocasiones en la reformulación de la tradición. Por un lado, la del icono, la pintura ancestral rusa que comenzaba a ser tamizada desde distintos registros. Y por otro, la tradición de la vanguardia, que aspiró a conformar un nuevo orden y cuyo proyecto fue frustrado abruptamente en los años veinte.

En la década de 1970, dentro del arte no-ofcial, irrumpen el Sots Art y el conceptualismo moscovita o conceptualismo romántico de Moscú. Con ellos, de un modo paródico, se comienza a decodificar críticamente el arte oficial y muchos de los símbolos nacionales al ser transformados bajo una estética Pop Art, que a su vez suponía un ejercicio de síntesis entre el imaginario local y las formas internacionales. Con el conceptualismo emerge la importancia como arma de lo verbal y el lenguaje, aspecto que alimentaría la idea del aislamiento y la incomprensión entre Europa y Rusia.

Arte inconformista

La exposición se inicia con una sala en la que se sitúan algunas obras de artistas que operaron, desde varios registros, en el arte inconformista y en la escena alternativa (underground) de Leningrado. Son los casos de Vladimir Nemukhin, con la recuperación desde los años cincuenta del arte abstracto emparentado con la vanguardia rusa, y de Vladimir Ovchinnikov, que desarrolla una pintura que recupera algunas fuentes como la bíblica, dotando sus puestas en escena de cierto onirismo y un innegable sentido narrativo.

Estos ejercicios de libertad que venían a escapar de las imposiciones oficiales se apoyan por un documental que se proyecta, bajo concepto de Joseph Kiblitsky, en el que se repasa la efervescente escena alternativa de las ciudades de Moscú y Leningrado, en el que se recogen algunos acontecimientos que dan buena cuenta del rechazo de la oficialidad al arte inconformista, tanto como la libertad y transgresión que se llegaron a alcanzar en algunas iniciativas grupales.

Este primer desarrollo de la exposición se consagra igualmente a ejemplos del Sots Arts. Las obras de Leonid Sokov, Igor Baskakov y Grisha Bruskin, aunque este también se puede hallar cerca del conceptualismo moscovita, toman los símbolos soviéticos y la imaginería a los que se consagraron el arte y la propaganda oficiales (realismo socialista y agitprop). En algunos casos con una estética pop y con la ironía como mediadora, esos códigos sobre los que se asentó la imagen del Estado son desactivados y subvertidos los símbolos. En el caso de Michael Hazin emplea la retórica pop (colores planos, repetición, etc.) para monumentalizar algunos elementos cotidianos e idiosincráticos.

Identidad artística rusa

Según se avanza en el recorrido, como se aprecia en los casos de Oleg Yakovlev, con obras tempranas de los setenta, y Stanislav Blinov, algunos de los grandes nombres de la vanguardia rusa (Malévich, El Lissitzky o Filónov) son recuperados. Esta recuperación podía adquirir un sentido de mayor compromiso al citar la obra de artistas represaliados, como Filónov, y de temas hasta entonces silenciados, como la religión. Precisamente, desde distintos registros, la religión y la pintura tradicional rusa (el icono) son revisitados por la irónica pintura de Leonid Purygin, en la que se mezclan lo surrealista y cierta noción de arte popular, o la más espiritual de Mikhail Shvartsman.

El fundamental conceptualismo moscovita, también llamado conceptualismo romántico de Moscú, es representado por la obra de Ilya Kabakov, su principal figura y quizá el artista ruso más importante del cambio de siglo. Los tres dibujos de su autoría acercan al capital uso del lenguaje que se hizo en esta tendencia y al análisis y enjuiciamiento de la historia reciente y de las condiciones de vida como asuntos medulares de su poética.

A partir de aquí, la exposición evidencia cómo la abstracción será una cuestión recurrente en el arte ruso, quizá al modo de una cuestión de identidad artística, tal como vemos en las obras de creadores de diferentes épocas que evidencian una cita, reformulación y actualización de lo abstracto, como los ejemplos de Leonid Borisov, William Brui o Victor Popov. Además, situados en los ochenta y noventa, las distintas estribaciones del neoexpresionismo (matérico, gestual, enunciación de lo grotesco, etc.) y los nuevos tratamientos en torno a la figuración muestran cómo Rusia converge con los desarrollos estilísticos que se estaban produciendo en los principales focos artísticos de Europa y Norteamérica.

A lo largo de la exposición se desliza cómo aspectos vernaculares y la reformulación de la identidad artística rusa, desde la progresiva libertad sociopolítica, centran la atención de muchos de los artistas rusos de las últimas cuatro décadas. En paralelo, muchos intentan sintetizar esas cuestiones con formas artísticas internacionales, mientras que otros persiguen una definitiva incorporación en debates que exceden lo local.