El verano de 1816, los escritores Lord Byron, Mary y Percy Shelley y John Polidori, entre otros, se reunieron en Villa Diodati, cerca del lago Leman, en Suiza, para pasar sus vacaciones. El mal tiempo por la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, provocó grandes anomalías climáticas en todo el mundo y obligó a los escritores a encerrarse en la villa. Para entretenerse, decidieron contar historias de terror. De este encuentro «surgió la que para mi es una de las novelas fundamentales de la literatura de terror Frankenstein de Mary Shelley, la única mujer presente en la reunión», ha contado el escritor Fernando Marías.

Doscientos años después, el Espacio Fundación Telefónica conmemora este encuentro con una exposición que reflexiona sobre la época en la que el protagonista de Shelley y otros personajes, ideados por escritores tan reconocidos como Stevenson, Wells, Hoffmann o Villiers de L`Isle-Adam, se convirtieron en iconos de la literatura de ciencia ficción. Según cuenta la comisaria, María Santoyo, «no nos quisimos quedar en Frankenstein, pensamos que era interesante valorar otras novelas del siglo XIX que abordaban una cuestión completamente nueva en ese momento, que era que un científico en un laboratorio crease un ser parecido a un hombre».

De esta manera, tiene como antecedente a El hombre de arena de Hoffman (1816), a la que le siguen otras cuatro grandes obras: La Isla del doctor Moreau, El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde, El hombre Invisible y La Eva futura, obras que tratan temas tan atemporales que siguen teniendo vigencia hoy como la genética, la robótica o la inteligencia artificial. «Este tipo de libros más que miedo lo que generan es una gran inquietud y hacen que te hagas muchas preguntas sobre la naturaleza del ser humano. Esas mismas preguntas también surgen en los nuevos lectores y eso es lo que los hace tan cercanos», explica Fernando Marías.

Los requisitos que se han seguido para elegirlos, como explica el comisario Miguel A. delgado, han sido «que hubieran nacido en un laboratorio y que los métodos utilizados para darle vida fuesen científicos, aunque fuese con una explicación científica más o menos discutible. Pero, por primera vez son creados con ciencia, no es algo sobrenatural, ni algo místico, ni algo oculto, sino que es algo que puede conseguir el hombre con su intelecto.

La muestra no sólo se centra en los personajes, sino que analiza los antecedentes reales que van más allá de la propia historia literaria y el contexto que los rodeaba a finales del XIX. Un contexto en el que se parte del laboratorio como lugar de creación donde el científico, enajenado, juega a ser Dios con resultados terroríficos encarnados en una criatura antropomorfa. Estos seres «ponen en entredicho las fronteras de la moral. La base está profundamente anclada en el cristianismo occidental y en la idea de que es malo emular a Dios y crear un ser parecido a un humano», asegura Santoyo.

Hay tres arquetipos que aparecen en la exposición, «por un lado, el del monstruo, como Frankenstein o los seres que crea el doctor Moreau en la isla imaginada por H. G. Welles a finales del XIX», explica la comisaria que continúa. «Por otro, los autómatas, que curiosamente siempre son mujeres»,  las obras literarias que lo escenifican son El Hombre de la arena, el relato más popular de E.T.A. Hoffmann, en el que narra el enamoramiento de un joven hacia una autómata carente de alma que le lleva a locura y La Eva futura de Auguste Villiers de L`Isle-Adam, en la que el autor crea una bella mujer androide causante de un amor espiritualmente superior.

«Finalmente, el del doble, el del científico loco que se desdobla y crea otro ser, y aquí nos hemos inspirado en dos novelas El doctor Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson y El hombre invisible de H.G. Wells», que plantea la teoría de la invisibilidad. Pero también, en la exposición se analiza la iconografía que se ha generado en la cultura popular, esta «es completamente inventada». Por ejemplo, en los libros el monstruo de Frankenstein no tiene tornillos en el cuello ni gruñe como ocurría en la primera película que se hizo sobre la novela y que todo el mundo guarda en su imaginario.