Partiendo de esas referencias, la muestra aspira a ofrecer, mediante alusiones y notas, elementos de reflexión sobre ciertos aspectos de la representación contemporánea, sobre la noción de una figuración que coexiste con el fin del cuadro como ventana –un lugar de representación y narración coherente y completo– que aún sobrevive como impulso inevitable. Esta figuración problemática y fragmentaria dialoga con la entidad del cuadro como presencia objetiva y la reinterpreta, ocupando una posición entre sus sinuosidades, incluso entre los poros y arrugas de su lienzo.

Material Life es, por consiguiente, una exhibición de figuras, unas figuras, eso sí, en cierto modo indescriptibles, frágiles e inconclusas, que podría aludir vagamente a elementos de la realidad o emerger en forma de imágenes potenciales o epifanías fugaces en un paisaje repleto de materialidad y tendente hacia la abstracción o el monocromo. La muestra hace énfasis en los géneros: de esa inevitable tendencia de la pintura a retornar a lo clásico –paisajes, naturalezas muertas, retratos– aun en el espacio irregular y desarticulado del lienzo.

La exposición, comisariada por Davide Ferri, incluye paisajes de Merlin James, en los que algunos gestos (roturas y desgarros en el lienzo o la incorporación de cabellos y serrín) interfieren/interactúan con la imagen pintada y la transportan a una dimensión que es indisociable de la corporeidad del cuadro; pinturas recientes de Luca Bertolo aparentemente monocromas pero que, vistas más de cerca, se asemejan más a trampantojos inspirados por el Velo de la Verónica (el paño en el que el rostro de Cristo quedó impreso), espacios potenciales para imágenes pero que resultan en velos que prácticamente acaban duplicando la presencia material del lienzo; una pintura de David Schutter cuya superficie es fruto de un prolongado periodo de asimilación derivado del intento de Schutter de recrear “de memoria” los tonos y pinceladas y las variaciones en la luz y el espacio de una pintura del maestro clásico Gaspard Dughet (expuesta en la Galleria Corsini de Roma); obras de Michael Bauer, basadas en libres proliferaciones de formas (explosiones, garabatos, borraduras, pinceladas) susceptibles de convertirse a su vez en fragmentos de cuerpos y rostros, conglomerados polimorfos y brillantes capaces de recomponerse en torno al concepto del retrato; y las naturalezas muertas de Riccardo Baruzzi, pintadas sobre las dos caras del lienzo (líneas en una cara, manchas o campos de color en la otra que traspasan la trama de la tela) que dan paso a la figuración y a unas imágenes de frutas que parecen aferrarse al último hálito de vida, presagiando su propia descomposición.