Rockit fue un gran éxito de la música de baile en los ochenta, pionero en el uso del turntablism –crear música mediante la alteración de la rotación del vinilo– y un vídeo musical premiado en 1984 tanto por su concepto como por sus efectos especiales.  Próxima siempre a la performance, y por tanto al desarrollo de una experiencia en tiempo real, Antolí encuentra en dicha pieza videográfica una suerte de declaración de intenciones sobre su manera de entender el arte. Al fin y al cabo, una cita directa que marca el tono y el ritmo específico de su primera exposición individual en Espai Tactel.

Para David Armengol, crítico de arte y comisario independiente, Rockit sintetiza tres de los intereses principales que definen el trabajo de la artista en la actualidad. En primer lugar, la coreografía de lo cotidiano; en este caso movimientos rutinarios (levantarse, comer, caminar, cocinar, bañarse…) saturados hasta convertirse en pura disfunción. A continuación, la teatralización de la realidad; un entorno identificable y reconocible (el hogar) que se desvirtúa mediante un devenir sobreexcitado y convulso. Por último, la alteración del ritmo (el scratch) como dispositivo sensible que nos aprisiona y a su vez nos libera de la experiencia repetitiva del espacio social.

En este sentido, todas las obras de la exposición se sitúan próximas a las teorías ritmo-analíticas defendidas por Henri Lefebvre. El filósofo francés explora los múltiples condicionantes rítmicos que determinan nuestra vida cotidiana; un cúmulo de convenciones que convierten nuestras rutinas en una consecuencia directa de cierta regularidad cíclica derivada de lo productivo. A partir de ahí fija su atención en posibles fisuras, posibles sistemas de transformación rítmica más sensibles a lo improductivo. Del mismo modo que Lefebvre fuerza la rutina hasta hacerla estallar y convertirla así en otra cosa (lo mismo sucede en Rockit), algo parecido ocurre también en las piezas de Rosana Antolí.

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En definitiva, recuerda Armengol, «la exposición nos invita a un diálogo cruzado entre obras recientes de distinta naturaleza que apuestan por otro tipo de complicidad y empatía con los gestos repetitivos y anodinos que definen el día a día. Y ahí, en ese análisis de lo mundano, es donde reside la carga política y social de sus coreografías. Ritmos vitales descontextualizados que adquieren un nuevo poder: el de volverse imprevisiblemente disfuncionales».

Rosana Antolí ha realizado exposiciones individuales en la Fundació Joan Miró (Barcelona, 2016), LagerHaus62 (Zúrich, 2015), el Centro Cultural España Córdoba (Córdoba, Argentina, 2014), el Casal Solleric (Palma de Mallorca, 2013), el Instituto Juan Gil-Albert (Alicante, 2012) y el Centro de Arte Tomás y Valiente (Madrid, 2008). Posee, además, un BFA en la Universitat Politècnica de València, y MA en Performance and Sculpture en el Royal College of Art de Londres. También ha participado en numerosas muestras colectivas, entre ellas las celebradas en CAC Wifredo Lam (La Habana, 2016), CCEMx (México D.F., 2016), CCEN (Managua, 2016), Josée Bienvenu Gallery (Nueva York, 2016), Herbert Read Gallery (Canterbury, 2015), Museo ABC (Madrid, 2015), The Ryder Projects (Londres, 2015), Alserkal Avenue (Dubái, 2015), MUA (Alicante, 2015), Caryl Churchill Theatre (Londres, 2015), Fundación Cultural Providencia (Santiago de Chile, 2014), DA2 (Salamanca, 2014), Delft Museum (Delft, Holanda, 2014), Friktioner (Uppsala, Suecia, 2014), Local Projects (Nueva York, 2013), Volta (Basel, 2013), Buzzcut Festival (Glasgow, 2013) y CCAI (Gijón, 2013).

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