La selección de obras tiene como objetivo resaltar un rasgo característico del estilo de Renoir, que se mantendrá a lo largo de toda su trayectoria: la importancia que concede a los valores táctiles de la pintura. A este respecto el cineasta Jean Renoir escribió refiriéndose a su padre: “miraba las flores, las mujeres, las nubes del cielo como otros hombres tocan y acarician”. De este modo, y frente a un impresionismo puramente visual, los lienzos de Renoir potencian los aspectos sensoriales relacionados con el tacto (por ejemplo, la piel o el cabello de sus modelos o la espesura de un jardín), particularidad que se percibe en todos los géneros que cultivó, desde los retratos, desnudos y escenas de grupo hasta los paisajes y naturalezas muertas.

La exposición, además, incide en otra característica especialmente perceptible en los numerosos retratos que pintó y que diferencia a Renoir de los de los demás pintores impresionistas: la constante búsqueda de empatía con el modelo y con el espectador. Para ello, las composiciones se concentran en el sujeto representado al tiempo que invitan a quien las contempla a asomarse a escenas que pertenecen a un mundo privado. El recorrido expositivo permite descubrir cómo el pintor se sirve de las sugerencias de volumen, materia o textura para recrear escenas de una intimidad que no sólo adquiere carácter erótico sino también social, amistoso o familiar.

Así la peculiar atmósfera de las composiciones de Renoir y la delicada sensualidad de su pincelada consiguen establecer una estrecha conexión entre el espectador y la obra. No en vano el artista recomendaba ver sus pinturas de cerca y usaba recursos como el primer plano o el juego de miradas para involucrarnos en la escena. Siempre rechazó abiertamente el dogma de la pintura impresionista que imponía una distancia con el cuadro adecuada para que la mezcla óptica de las pinceladas conformara en la retina la imagen final.

Impresionismo

El nombre de Renoir evoca imágenes de diversión colectiva al aire libre, pero buena parte de su obra está centrada en escenas que se desarrollan en ámbitos privados: una figura caminando sobre un jardín, una mujer tocando el piano, dos muchachas leyendo… Esto refleja una actitud del pintor que su hijo Jean Renoir definía así: «no pintaba sus modelos vistos desde el exterior, sino que se identificaba con ellos y procedía como si pintara su propio retrato». El comienzo del recorrido introduce al espectador en el mundo pictórico de Renoir con cuatro retratos femeninos ejecutados entre 1864 y 1872.

La Tercera Exposición Impresionista en 1877 fue la última en la Renoir participó personalmente. A partir de entonces se distanció del grupo para, sin abandonar del todo el lenguaje impresionista, iniciar una renovación de su estilo con referentes en la tradición clásica y añadiendo a sus composiciones una mayor preocupación por el dibujo. De este modo se inspiró en la pintura del siglo XVIII (Fragonard, Watteau o Boucher), en el Renacimiento (Miguel Ángel o Rafael) y, en el caso del tema de las bañistas, en la obra de Tiziano o Rubens, y en la de otros artistas del siglo XX (Bonnard, Matisse, Modigliani o Picasso).

Desnudos

El desnudo femenino es uno de los temas centrales en la pintura de Renoir desde los inicios de su trayectoria. Asociado a la tradición académica, este género no se prestaba a los intereses de los impresionistas, que, a excepción de Degas, apenas lo abordaron. Renoir fue el primero en hacerlo, tal y como se aprecia en Ninfa junto a un arroyo, perteneciente a la National Gallery de Londres.

Más tarde, al alejarse del impresionismo en la década de 1880, el desnudo adquiriría aún mayor importancia. Los desnudos tardíos de Renoir no son fáciles de clasificar. Se ha dicho que el pintor aspiraba a la unión del cuerpo femenino con la naturaleza, pero algunos de esos desnudos aparecen en interiores. También se ha destacado la atemporalidad de sus bañistas, pero a algunas les acompañan vestidos y sombreros modernos. Lo cierto es que estas figuras de pequeña cabeza y cuerpo grande, desproporcionadas y monumentales, emulan a Miguel Ángel, Tiziano o Rubens, y, además, suscitaron la admiración de Bonnard y Matisse, Modigliani y Picasso, que fue propietario de Bañista sentada en un paisaje, llamada Eurídice.

«Me gustan los cuadros que me dan ganas de pasearme por ellos, cuando es un paisaje, o bien de pasar la mano sobre un pecho o una espalda, si es una figura de mujer…» (Pierre-Auguste Renoir)