Comisariada por Juan Ángel López Manzanares, la muestra se propone acercar la ópera de Puccini al público a través de medio centenar de pinturas, carteles, estampas, porcelanas, fotografías, complementos de moda y libretos teatrales procedentes del Museo Nacional de Artes Decorativas, el Museo ABC, el Museo de las Artes Escénicas del Institut del Teatre y el Centro de Documentación y Archivo de la SGAE, entre otros museos y colecciones.

Tras casi dos siglos y medio de aislamiento, a mediados de la década de 1850 Japón se vio forzado por Estados Unidos a abrir sus puertas a Occidente, por lo que pronto se comenzó a notar la fuerte impronta cultural del país a través de su participación en las Exposiciones Universales de Londres (1862) y París (1867). Artistas como James McNeill Whistler, Édouard Manet o Claude Monet fueron algunos de los primeros en sentir la fascinación por el arte japonés, lo que influyó de manera determinante en el curso del arte moderno.

Entre los pintores españoles, Eduardo Zamacois y Mariano Fortuny, activos ambos a finales de la década de 1860 y comienzos de 1870 en París, sintieron también una temprana atracción por el arte japonés. Raimundo de Madrazo participó igualmente de esta pasión japonista introduciendo a veces en sus cuadros motivos orientales como biombos, parasoles o cojines, como en La lectura (Aline Masson), h. 1880-1885.

También en Madrid, las clases altas mostraron interés por los objetos de Japón. Gabinetes y salones japoneses se pusieron de moda en palacios y mansiones nobiliarias de fin de siglo, como el del palacio de Santoña, la residencia de Cánovas del Castillo o el palacete de la infanta Eulalia de Borbón. Incluso el restaurante Lhardy dispuso de un salón japonés, conservado a día de hoy.

Dentro de un coleccionismo de carácter más enciclopédico, el marqués de Cerralbo atesoró en su palacio madrileño armas, armaduras y otros objetos japoneses adquiridos en subastas en París y Joaquín Sorolla contó en su colección personal con varias obras de origen japonés. Fruto del coleccionismo privado, en la segunda década del siglo XX ingresaron en el recién creado Museo Nacional de Artes Industriales (actual Museo Nacional de Artes Decorativas) diversas estampas y libros, donación del ingeniero y arquitecto Juan Carlos Cebrián

Arte, teatro, moda y música

El interés por el País del Sol Naciente aumentó a finales del siglo XIX y comienzos del XX gracias a la Exposición Universal de Barcelona de 1888 y de las noticias de las guerras sino-japonesa (1894-95) y ruso-japonesa (1904-05). Las costumbres y modos de vida nipones se hicieron más populares, así como su arte, y pintores activos en Madrid en torno al cambio de siglo reprodujeron en pinturas, carteles e ilustraciones motivos nipones.

Un buen ejemplo de esto fue Cecilio Pla, con Sin título (Cartel anunciador del baile de máscaras), 1892; Narciso Méndez Bringa con El abanico, 1894, o  La sombrilla, 1897; Santiago Gómez Regidor, con La diosa del aire, 1903; Pedro Sáenz y Sáenz, con Crisantemas, h. 1900; Manuel Benedito, con Mercedes, h. 1914; Eulogio Varela, con Crisantemos,1904; y Joaquín Xaudaró con Kosima y Kenkô, 1904, o Sin título, s. f.; Nasuno el Samurai, 1907.

La atracción por Japón alcanzó también el mundo de la moda. Abanicos y sombrillas fueron los principales complementos nipones que se utilizaban, además del kimono, cuyo uso fue frecuente en el ámbito privado. Por otra parte, en el mundo teatral abundaron las operetas de temática japonesa como Ki-ki-ri-ki (1889), La taza de té (1906) o Abanicos japoneses (1909). En 1901 abrió al público un local de variedades apodado “Salón Japonés” y un año después se estrenó en el Teatro Real la ópera Iris, de Pietro Mascagni.

Pero, sin duda, uno de los hitos principales del japonismo madrileño fue el estreno de la ópera de Giacomo Puccini en noviembre de 1907. Precedida de su gran fama internacional fue bien acogida por el público en una época en la que las noticias sobre el país nipón todavía eran escasas. En la muestra se exhiben, entre otros objetos, el programa de mano y la adaptación al español de la obra, además de una serie de siete figurines realizados por Joaquín Xaudaró para la representación.