La obra de Mesones se puede contextualizar o interpretar de diversas maneras, pero su fuerza reside precisamente en que no existe una última interpretación. Como mucho, el espectador puede explicar lo que siente o expresar lo que cree ver. Pero no son mas que intuiciones.

En su obra define el paisaje como aquello que circunstancialmente nos envuelve y que por momentos nos convierte en nuestra propia proyección; aquella construcción que va dando acogida de modo lento e insistente nuestra presencia. El paisaje se construye más allá de la imagen, al margen incluso de lo real. Una elaboración mental de espacios, de lugares en los que convergen el vacío y la acumulación a base de depositar en ellos tiempo y deseos.

Es en esa complejidad donde se estructura su pintura. Su método de trabajo es pausado y sosegado. La luz, el color, el gesto, la relación fondo/forma, la profundidad y el espacio también necesitan su tiempo para hacerse presentes y expresarse. Su actitud es de espera, porque cada etapa tiene su momento, su importancia, su intensidad y es a partir de ahí donde el color, la luz y la forma poco a poco van estableciendo la comunicación entre pintor y pintura para hacer posible una nueva creación.

Quién se acerque a este trabajo por primera vez disfrutará recreándose en la emociones inmediatas que generan las diversas composiciones y la energía de sus colores. Algunas emanan felicidad, otras melancolía o bien serenidad, pero siempre aparece un punto de excitante turbación en el espectador, el aguijón de la curiosidad que no puede ser aplacada, ya que gran parte de la labor creativa está oculta en las distintas capas del acrílico. Ella, la curiosidad, sigue ahí, pero por ahora irremediablemente inaccesible.

La obra de Antonio Mesones está presente en colecciones como Los Bragales, Pilar Citoler, Fundación Coca-Cola, CAM, CAC Málaga, Museo Würth o la Fundación Botín, entre otras.