Cuando se cumplen 400 años de su nacimiento, Sevilla rinde homenaje al pintor con un ambicioso programa de conmemoraciones que tiene como objetivo recorrer el pasado de la ciudad, el tiempo de Murillo, y ligar su innovación al presente. Murillo revisitado y divulgado bajo una mirada que redescubre el valor de su pincelada maestra.

La muestra convierte a este Museo en uno de los epicentros de la celebración de la efeméride. Por primera vez en dos siglos se podrá disfrutar al completo del retablo que Murillo creó para el Convento de los Capuchinos de Sevilla, uno de los ciclos pictóricos más ambiciosos del siglo XVII español, tanto por el número de obras que lo componen como por su excepcionalidad.

El jubileo de la Porciúncula. Murillo.

El jubileo de la Porciúncula. Murillo.

Este proyecto expositivo hace posible la reconstrucción de la serie de siete lienzos por primera vez desde que la invasión francesa provocó su dispersión en el siglo XIX. La mayoría de las obras pertenece a la colección del Museo de Bellas Artes de Sevilla y a ellas se unen varios préstamos procedentes de la Catedral de Sevilla y de Alemania, Austria y Reino Unido.

De todos los lienzos que la componen, destaca la obra más significativa del retablo, El jubileo de la Porciúncula, que tras un acuerdo con el Museo Wallraf-Richartz de Colonia permanecerá en Sevilla por un periodo de 10 años.

La muestra está instalada en dos espacios del museo. En la Sala V, antigua iglesia del convento mercedario, se expone la mayor parte de los lienzos que Murillo pintó para los Capuchinos. Y en la Sala de Exposiciones Temporales se pueden ver dibujos relacionados que permitirán conocer el proceso creativo del artista.

Junto a ellos se encuentra instalado el lienzo del Arcángel San Miguel, el último del conjunto recuperado. Esta parte se completa con información adicional sobre los procesos de restauración, así como sobre la historia de la serie y una sala de vídeo donde los visitantes pueden conocer el proceso de producción de la exposición.

Murillo y la historia

El convento de Capuchinos de Sevilla fue fundado en 1627 en una capilla extramuros dedicada a las santas Justa y Rufina donde, según la tradición, habían sufrido martirio. En 1665 los franciscanos contratan con Murillo la ejecución de las pinturas de la iglesia, y el pintor se aloja entonces con sus oficiales en el convento. En los últimos meses de aquel año y gran parte de 1666, pinta y coloca el retablo mayor. Éste estaba presidido por El jubileo de la Porciúncula, rodeado por seis pinturas de asuntos devocionales, además del Arcángel san Miguel y el Ángel de la Guarda, ambos también en la capilla mayor.

La Virgen de Belén, llamada popularmente La Virgen de la Servilleta, realizada para el refectorio, y la Santa Faz, también pintadas en este momento, se incorporarán al retablo en el siglo XVIII. En las capillas laterales del presbiterio se ubicaban la Anunciación y la Piedad.

Las obras se paralizan hasta 1668, año en el que Murillo comienza las pinturas de los retablos laterales de la nave de la iglesia, finalizadas en 1669, tres en el lado de la epístola y tres en el del evangelio, consagrados en su mayor parte a santos franciscanos, dispuestos en altares presididos por un solo cuadro. La serie se completó con un lienzo de la Inmaculada, llamada la Niña, que se encontraba ubicado en el coro bajo.

El jubileo de la Porciúncula presidió el retablo mayor del convento de Capuchinos hasta el inicio del siglo XIX. En 1810 es trasladado al Real Alcázar por el ejército francés y posteriormente a Madrid, para formar parte del museo promovido por José Bonaparte, quedando en la Real Academia de San Fernando, donde aparece registrado en 1813. El cuadro es devuelto a los frailes capuchinos de Sevilla en 1815.

El deterioro sufrido por los lienzos de la serie obliga a la comunidad a encargar al pintor Joaquín Bejarano su restauración, que en pago recibirá el lienzo de El jubileo. Éste lo venderá al pintor madrileño José de Madrazo por 18.000 reales, a quien lo comprará por 90.000, antes de 1832, el infante Sebastián Gabriel, cuya colección fue incautada por el gobierno en 1835 por su activo papel duran te la rebelión carlista.

El lienzo pasa a formar parte del recién creado Museo de la Trinidad de Madrid, abierto al público en 1838. En 1853 hay noticia de él en el Palacio Real, para copiarlo Isabel II. En 1861 vuelve a manos del infante, que tras la revolución de 1868, se instala en la localidad francesa de Pau, llevando consigo su colección. Entre 1875 y 1898 estará en posesión de su hijo, que lo vende a los Amigos del Arte de Colonia, terminando por donación en el Wallraf-Richartz Museum. En 2016, 200 años después, este magnífico lienzo regresó de nuevo a Sevilla donde permanecerá en préstamo hasta el año 2026.

Murillo, su espacio y su tiempo

En la Sevilla del siglo XVII llega al mundo Bartolomé Esteban Murillo, llamado a convertirse en uno de los grandes maestros de la historia de la pintura. Lo hace en un tiempo de profundas transformaciones. De carácter precursor, el artista desarrollará a lo largo de su trayectoria una mirada innovadora que anticipa la pintura moderna.

Su biografía está ligada a la tragedia, pues Murillo, el menor de una familia de 14 hermanos, pierde a su padre a los nueve años y a su madre unos meses después, además de que, posteriormente, fallecerán su mujer y cuatro de los nueve hijos que tuvo. Con todo, desde muy joven demuestra su pericia con los pinceles y ejecuta una obra renovadora, luminosa y con un imponente e insólito uso del color. Todos estos hallazgos nacen de su propio contexto, una tierra cuajada de matices, a caballo entre la decadencia y la circunstancia de ser la puerta de América a Europa. Una ciudad, Sevilla, en cuya observación halla la inspiración para crear su poderosa producción pictórica.

Su arte brota de las raíces de la cultura sevillana, incluso de forma literal, pues crea sus pigmentos con el agua del Guadalquivir. Y, a la vez, Murillo busca la inspiración en todas partes, de Zurbarán y Ribera a la pintura veneciana. De esta ágil reunión de elementos por parte del maestro, un incansable investigador a la caza de la pureza de la imagen, resulta el éxito que sus cuadros cosecharon en su tiempo. Pronto, muchas de sus pinturas iluminaron iglesias, conventos, palacios y mansiones de la urbe. Pero enseguida su fama se extiende por toda España y Europa hasta, finalmente, cruzar el Océano.

Murillo fue uno de los grandes retratistas de su época, con obras revolucionarias como su Autorretrato, en el que logra traspasar la barrera del marco para adentrarse en los terrenos de la tercera dimensión, o aquellas de temática social, en las que reproduce a las gentes de su tiempo. Además, ejecutó una copiosa colección de obras religiosas, con predilección por las Inmaculadas, a las que dotó de luz y dulzura. Muchas de estas pinturas se encuentran en las pinacotecas más prestigiosas del mundo; y otras, sin embargo, continúan en el lugar para el que fueron creadas.