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Las abstracciones de Rafael Canogar

Canogar ya había alcanzado notoriedad como pintor de vanguardia cuando en 1957 funda el grupo madrileño El Paso junto con Saura, Millares, Feito y Rivera, entre otros. El informalismo fue para él expresión de libertad, de lo irrepetible y único, realizada con una caligrafía directa y espontánea, arañando con sus manos la materia como, en palabras del propio Canogar, el labrador castellano arando la tierra. Obras eminentemente intuitivas y pasionales, realizadas con la urgencia que el tiempo, la edad y las teorías reclamaban. Pero ese posicionamiento radical no podía mantenerse indefinidamente sin «academizarse», e insuficiente para comunicar y expresar la tensión de la realidad, de la nueva conciencia social y política que despertaba en el mundo.

Vuelta a la abstracción

La tercera dimensión dio finalmente solución a su nueva obra, a su segundo periodo, que a partir de 1963 sería una realidad compleja, una nueva imagen del hombre, obras por las que se le concedió el gran premio de la Bienal de São Paulo.

La incorporación de nuevos materiales le permitió su proyección en la realidad del espectador, en un ineludible intento de hacer participar a ese espectador de un drama colectivo, «imágenes cosificadas donde lo humano, objeto y cantidad, adquieren jerarquía simbólica», como dejo escrito Aguilera Cerní.

En 1975 vuelve a la abstracción, a un análisis de la pintura, del soporte, de la bidimensionalidad de la pintura y, finalmente, después de años de su periodo “fragmentaciones”, o estructuración de forma y materia, de objetualización de la pintura como testimonio de fuerzas –construcción-de construcción– y marcación de territorios, como constantes del hombre, Canogar quiere recuperar el espíritu que le inspiró su primera obra, con una pintura que ni idealiza la naturaleza ni la reproduce como mero fragmento, sino que se concibe como proceso. Una pintura donde ha querido dejar rastro de la intensidad metafórica y lírica de la superficie pictórica, de «reinventar la pintura».

 

En palabras de Canogar

Rafael Canogar, foto de Juan Parte [1]«He manifestado muchas veces el impacto que produjo en mí la abstracción informalista que conocí en mi primer viaje a París, a mis 17 o 18 años. Mi arrebato fue enorme y encontraba, en sus teorías, la solución a planteamientos tanto plásticos como éticos. En mi discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando definía el informalismo como la expresión de la libertad, de lo irrepetible y único, realizado con una caligrafía directa y espontánea. Obras eminentemente intuitivas y pasionales, realizadas con la urgencia que el tiempo, la edad y las teorías reclamaban. Mi abstracción informalista fue, para mí, algo sustancial y místico, autoafirmación y autorrealización. Trabajé intensamente con esa acción vital de expresión, y aquí he traído algunas obras de esos momentos. Pero consecuentemente con esa toma de conciencia, no podía aceptar academizar mi lenguaje pictórico. No podemos repetir indefinidamente un desgarrado grito de libertad, sin academizar tus respuestas, fuera de tiempo y contexto.

Como a muchos otros artistas, tanto europeos como americanos, el informalismo dejó de ser suficiente para comunicar y expresar la tensión de la realidad, de la nueva conciencia social y política que despertaba en el mundo. Y esta nueva conciencia me llevó hacia una nueva realidad, una nueva iconografía como testimonio de una lucha colectiva. La utilización de datos menos herméticos que la abstracción, como forma de comunicación con la sociedad. Y este segundo periodo, que nació por necesidades expresivas, duró su tiempo; su tiempo vital, hasta 1975, cuando se termina un periodo socio-político y nace el gran proyecto de la España democrática, que me permite volver a la abstracción, que no al informalismo.

De alguna forma, tanto el informalismo como el realismo fueron lenguajes de una rebeldía profundamente sentida, en sintonía con la realidad de mi entorno. Esa realidad cambió drásticamente con el paso del tiempo y por las circunstancias históricas, que una vez superadas me permitió nuevos planteamientos, ya sin la tensión de la obligación moral de dejar tu testimonio».