Figura clave en la vida y obra de Valente y en el ánimo de que su ausencia no pase desapercibida publicamos el texto que nos remite, desde la ciudad suiza, una persona muy próxima tanto al escritor como a Emilia.

La mano herida

Yo no quiero más que una mano,
una mano herida si es posible
(García Lorca)

Las historias de amor –todas, las que los muestran y las que los ocultan– adolecen de altibajos:exaltados momentos, fulgores súbitos, y bruscos desniveles, dilatadas zonas de sombra en cuya maraña mejor no aventurarse. Ardua tarea, rememorarlas, deslindar lo que en verdad debe pasar a la historia, de aquello que más valdría dar al olvido (debiéramos tal vez hacer en ellas cambios, dejar falsos testigos…); ardua y amarga, porque con harta frecuencia las historias terminan mal.

Hace ya algunos años, en su último tiempo, durante la trágica agonía en Almería, José Ángel Valente se refirió más de una vez a sus primeros poemas, que volvían a él, nocturnos, con sus interrogantes de otrora, pertinaces, los mismos, con vigencia absoluta en este otro tiempo. Aludía sobre todo aSerán ceniza, el primer poema de su primer libro, A modo de esperanza, a la desolación sin nombre por la que ya entonces se adentra; desolación que conlleva la luz –remota– y una mano, la mano en la que se confirma y tienta cuanto ama, con la que va a compartir el pan de cada día en mesa cubierta de claridad, una mano en ese entonces indemne, no herida todavía.

Lo acompañará, la mano, a través de los años (con los años, más o menos herida), a su costado siempre, como la propia sombra, más próxima a veces que los propios sentidos, armada de la luz del amor; con palabras capaces de engendrar la perennidad de una tarde gris de cualquier día. Y la imagen de ese entonces los sobrevivirá. Perdura.

Pero la historia no se detiene. Transcurre. Y la sombra más opaca va anegándolo todo. En su último tiempo, durante la trágica agonía en Almería, rodeado de ausencias, Valente estará solo, sin la sábana blanca, sin los diarios aceites, sin –cuando más falta le hace– la mano para tener un ala de su muerte. Porque, en ese entonces, la mano está –malherida ya– en otro tiempo, consumado, de no posible retorno.

Y la historia llega a su fin. Paradigma, se diría, de la desventura, acaba de terminarse. En las primeras horas de la tarde del día cinco de marzo de este largo, despiadado invierno de 2013, ha muerto Emilia Palomo. En paz. Pueda aún, en este tiempo póstumo, la mano herida remediar, apaciguarlo todo.

 

  • En la imagen: Emilia Palomo de Valente, Julio López Cid, José Ángel Valente, Sally Crane, esposa de Aquilino Duque, el hijo de Valente y Emilia, Antonio, y José Bergamín fotografiados en Toledo en 1962.