Fue Blecua quien abrió el turno de intervenciones en el acto celebrado en Madrid. Quien comenzó la lectura poética en memoria de Vélez. «Dicen que la pasión / y la ternura son. / El sosiego es transparente. Y ocurre / que el existir se hace visible: / por esa luz que en unos ojos toma cuerpo, / por esas manos y su tacto, / por esa manera de ver / la voz del inocente, por esa forma de escuchar lo que el silencio calla».

«Nicanor fue un alumno ejemplar. Venía ya de París y era mayor y mucho más culto que el resto. El primero en fijarse en él fue Claudio Guillén. Y desde entonces mantuvimos una gran amistad, también con mi hermano Alberto», recordaba el profesor Blecua, quien acudió acompañado de su esposa, María Luisa, que recordó la pasión de Vélez por la lectura: «Venía mucho a casa y lo que más le gustaba era leerme poemas. Yo le decía: ‘déjame que los lea yo primero, que si no, no me entero bien’. ‘Un pedasico, un pedasico’, me contestaba y se echaba a leer».

De él, por él, para él

Antonio Gamoneda, Clara Janés, Olvido García Valdés, Miguel Casado, Jenaro Talens, Aurelio Major, Manuel Ferro, Jordi Doce y Juan Pablo Roa leyeron poemas de Nicanor Vélez, poemas dedicados por él, poemas inspirados por él, poemas de libros que estuvieron a su cuidado. Han estado presentes sin estar, en la voz de los demás, Tomás Segovia, T.S. Eliot, Eduardo Milán, José-Miguel Ullán y José Manuel Caballero Bonald.

«Siempre tuvimos la muerte como algo que le pasaba a los demás: a los abuelos, a los padres o tíos de gente conocida, al amigo lejano que la mafia asesina o la guerrilla mata, al compañero de colegio que un gamín apuñala o un fulero atropella. Por eso, en un país como el nuestro, en el que tenemos más conocidos ‘en la tumba que en los bares’, sabemos que la muerte es una posibilidad que el universo incluye; pero nunca pensamos que también le pudiese suceder a alguien que tiene nuestra sangre, nuestra edad y algo de nuestros propios sueños». Estas líneas, que Nicanor Vélez escribía a raíz de la muerte de su hermano Luis, se le pueden aplicar hoy a él, que murió, tremenda inocentada, un 28 de diciembre.

Autor y editor

En 1981, Vélez se traslada a París y se diploma en la École des Hautes en Sciencies Sociales; de allí a Barcelona, donde se licencia en Filología Española por la UAB, donde finalmente se instala, donde conoce a su esposa, Encarna –Gruchenka–, y donde, desde 1989, se dedica a la labor editorial. Artífice y responsable de la colección de poesía de Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, en la que, como queda dicho, se han publicado con exquisito rigor más de cincuenta títulos dedicados a los grandes poetas, también ha sido el editor de las obras completas de Octavio Paz, Borges, García Lorca, Neruda, Cortázar, Valente, Rubén Darío o Gil de Biedma.

Como poeta es autor de La memoria del tacto, Instantes para Gruchenka, La luz que parpadea y La vida que respira, al que pertenece este Los días: «Y vamos esperando cada día / que los cerezos broten / con la certeza / y la gravedad propias del deseo».

En el último libro en el que el Nicanor Vélez editor trabajó, la Obra completa de Blas de Otero, se pueden leer estas líneas de la nota a la edición, firmada por Sabina de la Cruz: «Por último, queremos que esta edición, que él no pudo ver concluida, sea un homenaje al poeta Nicanor Vélez, a las muchas horas y desvelos que dedicó al asesoramiento editorial, con excelencia crítica admirable en el detalle y en la fidelidad, que lo era a los textos y a los que le conocimos y quisimos».