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Adiós al Lebrijano

Juan Peña Fernández era un gitano particular, desde su aspecto -era rubio con ojos azules-, hasta su idea de flamenco como obra musical que globaliza y hermana a dos culturas que convivían en la antigua Al-Andalus. Nació en Lebrija en 1941. Estimado como el mayor heredero moderno de la tradición gitano-andaluza, era miembro de una familia gitana y cantaora de abolengo, la de Perrate de Utrera, a la que pertenecía su madre, María la Perrata.

Músico y cantaor, comenzó muy joven compaginando el cante con el toque de la guitarra, pero a raíz de su triunfo como cantaor en el concurso de Mairena del Alcor (1964) decidió dedicarse en exclusividad al cante. Uno de los primeros trabajos importantes como tal fue con Antonio Gades, en cuya compañía estuvo varios años cantando para bailar.

Conociendo en profundidad el cante ortodoxo, su presencia fue inexcusable en los nuevos rumbos que el flamenco tomó a partir de los setenta, ya sea con la recreación de estilos perdidos en el tiempo, ya con significativas aproximaciones a otros lenguajes.

El Lebrijano atrajo desde siempre la atención de los aficionados y estudiosos, que intuían en él un cantaor fuera de lo común, y el tiempo no les defraudaría. Fue enseguida considerado uno de los mejores cantaores de este tiempo, pues a su voz redonda y de hermoso timbre, unía una afición y un conocimiento que le permitían estudiar e interpretar con maestría los más diferentes estilos. Además vivía intensamente el cante en su propia familia, lo que era fundamental.

La familia de los Perrate es una institución flamenca. En ella aprendió desde niño los secretos del cante, a ver el flamenco como una forma de vida, como una concepción del mundo. Dotado de una voz impresionante y matemático sentido del compás, además de una gran afición, El Lebrijano irrumpió en el mundo del cante, hace más de tres décadas, con una fuerza arrolladora. En poco tiempo cosechó infinidad de premios y su disco Persecución sirvió como enganche para muchos nuevos aficionados.

Pronto tuvo la oportunidad de grabar, y sus primeros discos fueron por añadidura de una gran calidad. Más de treinta grabaciones, acompañado por Niño Ricardo, Manolo Sanlúcar o Juan Habichuela, le erigieron en el adelantado del vanguardismo más sustancial, lo que provocó que Gabriel García Marquez escribiera: «Cuando Lebrijano canta, se moja el agua».

https://youtu.be/oXL6CuT–Nw