Después, recordaba la propia escritora, «mi voz se alejaba suavemente para dar paso a la sintonía identificadora de la emisora, una música que sigue emocionándome como el primer día, fragmento del poema sinfónico de Bedrich Smetana Má vlast, que significa ‘mi patria’. Mientras yo esperaba que la melodía se desvaneciera para dar lectura al sumario del programa, mi padre sexagenario volvía de su trabajo en los jardines de Vyserad, lugar histórico de Praga incluido en el poema sinfónico de Smetana».

Largo exilio

Era principio de los años 50 y aquella mujer, militante socialista desde los 17 años, tras pasar por Francia, República Dominicana, Cuba y México, se había hecho periodista y recalado en Praga en 1947, «ciudad que sentí como mía los doce años que allí pasé, y en la que nunca me sentí una exiliada».

Por su parte, Tomás, ese padre que regresaba de cuidar los arriates de Vyserad, había sido un activista significado en las tierras leridanas de Balaguer, combatido del lado de la República, encarcelado repetidas veces y, al cabo, exiliado largamente en la capital checa.

Allí, desde aquella ciudad que alguien definió como «algo más que una obra de arte creada a lo largo de los siglos», surgiría Testamento en Praga, un duelo epistolar entre padre e hija o hija y padre, que monta tanto, escritas –las cartas del uno, las respuestas de la otra– con una sinceridad apabullante y, como todo lo que se fragua desde la verdad última, la que se encierra en lo más profundo de cada cual, cada página destila temblor y honestidad; una emoción de descripción difícil.

Los años duros

Tiemblan los años duros vividos en una nación atenazada también tras el Telón de Acero para una persona que dejó dicho, y en no pocas ocasiones, que nunca había sido una revolucionaria profesional, sino alguien, una mujer, le gustaba recalcar, que ha defendido y vivido acorde con sus ideas y que, al tiempo, se vio obligada a sacar adelante una familia «haciendo a la vez de padre y de madre».

Como cuenta la propia escritora en Amor clandestí, publicado en 1976, se había casado con el secretario general del Partit Socialista Unificat de Catalunya, PSUC, Gregorio López Raimundo, una unión que duraría 36 años de la que nacerían dos de los cuatro hijos de la autora, el segundo de los cuales, que vio la luz en París, es el escritor Sergi Pàmies.

España en el horizonte

Siempre con España en el horizonte, durante los últimos años de su exilio venía Teresa Pàmies colaborando con revistas catalanas, lengua en la que escribió la mayor parte de una obra literaria de altura de la que se había sabido poco o nada hasta la noche de Reyes de 1970 en la que, dejando atónito a más de uno, el jurado del Premio Josep Pla otorgaba su reconocimiento máximo al mencionado Testamento en Praga, obra que se llevaría también el Premio de la Crítica.

Hay que situarse en aquel momento: por un lado la censura del franquismo, por otro la invasión soviética de la capital checa, en el medio el diálogo entre un comunista convencido y las cartas que la hija intercala, aportando cada cual visiones generacionales distintas sobre lo que el comunismo suponía y sobre la tragedia de la Guerra Civil.

De entonces a la mañana granadina en la que su voz y su mirada se apagaron, una obra literaria que estructura cerca de cuarenta títulos y un quehacer periodístico continuado en el diario Avui y en sus tan queridas emisoras de radio. «La voz tiene un calor que hace posible una comunicación más próxima; una memoria más real». La suya, ahora, ha enmudecido. Descanse ya en paz.