«La poesía –dijo Caballero Bonald– también tiene algo de indemnización supletoria de una pérdida. Lo que se pierde evoca en sentido lato lo que la poesía pretende recuperar, esos innumerables extravíos de la memoria que la poesía reordena y nos devuelve enaltecidos, como para que así podamos defendernos de las averías de la historia. Afirmaba Pavese que la poesía es una forma de defensa contra las ofensas de la vida y ese es para mí un veredicto inapelable. Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón».

El poeta jerezano concluyó su discurso invocando el arte «como vehículo simple y fecundo para la salvaguardia de todo lo que impide nuestro acceso a la libertad y la felicidad». Y añadió: «Tal vez se logre así que el pensamiento crítico prevalezca sobre todo lo que tiende a neutralizarlo. Tal vez una sociedad decepcionada, perpleja, zaherida por una renuente crisis de valores, tienda así a convertirse en una sociedad ennoblecida por su propio esfuerzo regenerador.  Quiero creer que el arte también dispone de ese poder terapéutico y que los utensilios de la poesía son capaces de contribuir a la rehabilitación de un edificio social menoscabado».

Caballero Bonald invitó a tener fe en la poesía, porque ella «puede efectivamente corregir las erratas de la historia», concluyó.

Biografía

Caballero Bonald nació en Jerez de la Frontera el 11 de noviembre de 1926. Su padre era cubano y su madre pertenecía a una rama de la familia del vizconde de Bonald –el filósofo tradicionalista francés– radicada en Andalucía desde mediados del XIX. Cursó estudios de Náutica en Cádiz y de Filosofía y Letras en Sevilla y Madrid. Fue profesor de Literatura Española en la Universidad Nacional de Colombia y en el Centro de Estudios Hispánicos del Bryn Mawr College.

Se ha ocupado de cuestiones relacionadas con el mundo de la edición y la lengua: fue director literario de la Editorial Júcar, subdirector de Papeles de Son Armadans y trabajó en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española. Dirigió también un sello discográfico y editó en 1966 un Archivo del cante flamenco, compuesto de una monografía y una serie de grabaciones in situ.

Su trayectoría como novelista comenzó con Dos días de setiembre (1962; premio Biblioteca Breve), a la que siguieron Ágata ojo de gato (1974; premio Barral, al que renuncia, y de la Crítica), Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981), En la casa del padre (1988) y Campo de Agramante (1992), que han sido reeditadas repetidas veces y traducidas a diferentes idiomas. Es también autor de los libros de memorias Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001) que se subdivide en una tercera parte, Olvidos aplazados en una edición conjunta titulada La novela de la memoria (2010). Su obra poética completa está recogida en el volumen Somos el tiempo que nos queda (última edición, 2011).

Ha publicado además diversos libros de ensayos y crónicas de viaje y ha realizado diferentes adaptaciones de obras de teatro clásico castellano, entre ellas Abre el ojo, de Rojas Zorrilla, Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, y Fuenteovejuna, de Lope de Vega, estrenadas respectivamente en Madrid en 1978, 1994 y 1998.

Es, con Francisco Brines, uno de los dos últimos supervivientes de la ya histórica generación del 50, formada también por Carlos Barral, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Ángel González, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma. Fue presidente de la sesión española del PEN Club Internacional, cargo del que dimitió en 1981, y actualmente lo es de la Fundación que lleva su nombre. En su honor, se instituyó en 2004 el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald. Reside alternativamente en Madrid y la playa de Montijo, entre Sanlúcar de Barrameda y Chipiona.