Hay pues que celebrar los libros que estimulan al niño que todos llevamos dentro, que saben, en definitiva, alentar una curiosidad que por otro lado es innata en todos los seres humanos. Los mejores, además, favorecen a la vez el disfrute y el aprendizaje, conducen a otros libros y despiertan y mantienen nuestra capacidad crítica. Y en la mayoría de los casos acaban por transmitir una verdad que en nuestro país ha cuajado menos que en el mundo anglosajón: que una cultura exclusiva de artes y letras está tan coja como una que solo admite números, fórmulas y otros datos científicos. Cuando está bien descrita y contada, la peripecia vital de un investigador que ha pasado buena parte de su vida ante un microscopio puede ser tan conmovedora como la de un músico, un actor o un deportista y fomentar tantas o más vocaciones entre los más jóvenes.

De un buen libro de divulgación científica se sale siempre transformado: con las ideas más claras y las ganas renovadas de mirarlo todo con mayor atención; también más dispuesto a no pasar una en relación a situaciones que nos afectan mucho más de lo que creemos. Porque a mayor cultura científica, más inclinación, por ejemplo, a recordar la importancia de invertir en I+D tanto como lo hacen las naciones más punteras; o a pedir un esfuerzo para que nuestros investigadores den lo mejor de sí mismos en el país que les ha formado lamentando cuantas veces sea necesario una fuga de cerebros que va siempre en perjuicio de todos. Por eso es una suerte que cada vez haya más físicos, biólogos, astrofísicos o químicos –y periodistas especializados– decididos a contar con entusiasmo su parcela en libros que comparten espacio en la mesa de novedades con la última novela de Mario Vargas Llosa, Stephen King o Almudena Grandes. También es motivo de satisfacción que cada vez más editoriales, grandes y pequeñas, vayan engordando sus catálogos con este tipo de obras. A las colecciones ya clásicas o de referencia de Crítica o Tusquets se han ido sumando otros muchos sellos con más o menos continuidad.

A nadie escapa que de unos años a esta parte hay un verdadero boom de libros que divulgan ciencia y cuidan el lenguaje tanto como las mejores ficciones. Obras además visualmente cada vez más atractivas que nos permiten incluso hacernos una idea de grandes hitos, biografías y descubrimientos en formato cómic: de Hipatia a Santiago Ramón y Cajal, cada vez hay más novelas gráficas con mucha ciencia dentro. Un fenómeno que desde la Fundación Lilly queremos celebrar con el mismo espíritu optimista con que hemos reconocido los numerosos ejemplos de éxito de nuestros investigadores sin que eso suponga dejar de alertar de los cambios que nuestra Ciencia necesita no solo en su gestión y financiación, sino también en su capacidad para estar más cerca de la sociedad y despertar vocaciones. La ciencia no muerde es nuestra manera de aplaudir a los libros y autores que contribuyen a cumplir estos objetivos.

Por eso hemos buscado y entrevistado a prescriptores entre personalidades de los ámbitos más diversos para que nos recomendaran textos fascinantes, manuales que invitaran a entrar y no salir de los muchos universos que engloba la ciencia. Hemos aprovechado también el potencial de las redes sociales para tratar de llegar al mayor número posible de entusiastas y, sobre todo, potenciales entusiastas de la ciencia que a su vez nos han ayudado a multiplicar esta pasión. Hemos incorporado a los debates de nuestras Citas con la Ciencia el papel de los libros de divulgación científica como herramienta para mejorar la cultura de los ciudadanos. Y lo diremos todas las veces que haga falta: hay que acercase más a la ciencia porque #LaCienciaNoMuerde.