Fue en 1978 por su novela El cuarto de atrás a la que dio el último toque en una habitación de un lujoso hotel de Madrid, una costumbre que venía cumpliendo desde hace tiempo cuando intuía que estaba al borde del punto y final a una obra.

El tiempo

En 1994 repetiría galardón esta creadora polífacética obsesionada con el tiempo: con el que se va, con el tiempo que hay que recuperar, con el que inevitablemente se nos escapa.

Además, gravitan constantes sobre su obra la desazón de la rutina, la paradoja entre la vida urbana y la rural, la distancia entre lo que se sueña y lo que se vive, la incomunicación, el miedo a la libertad, y la infancia.

La infancia y su evocación, sus frustraciones, sus horizontes, la esperanza, la página en blanco ante el futuro. Una infancia marcada por los períodos estivales que la autora vive en la aldea orensana de San Lorenzo de Piñor de donde procedía su madre. “De aquella época infantil, apuntaba la escritora, nace una parte substancial de la necesidad de convertirme en escritora”.

Memoria e imaginación

La memoria y la imaginación son los instrumentos, las herramientas clave que utiliza Martín Gaite para levantar una de los más sólidos conjuntos narrativos de la segunda mitad del siglo XX español.

Pero la novela no era, ni mucho menos, el único territorio de esta escritora que se autodefinía como “una todoterreno con alma de periodista”. Ningún género literario le fue ajeno: novela y ensayo, teatro, poesía y relato pasaron por sus manos a través de una memoria prodigiosa y una imaginación deslumbrante. Como recientemente señalaba su hermana Ana, memoria e imaginación son las dos columnas que asientan una forma de escribir “profundamente comprometida y preocupada por el lector”.

Una autora que siempre consideró que la soledad y la generosidad van unidas a la tarea del escritor: “Cuando acabo un libro –escribió–, se lo entrego a los demás y, de esta forma, pasa a ser suyo. Me siento en la obligación de crear y no tiraré la toalla mientras me queden ganas y capacidad para decir algo que pueda interesar a alguien. Mientras tenga aliento, estaré en activo”.

En Madrid

Desembarca en Madrid a los 25 años y de la mano de Ignacio Aldecoa, salmantino como ella, descubre que la literatura tiene sus círculos, sus lugares, sus personajes. Conoce a Jesús Fernández Santos, a Alfonso Sastre, a Medardo Fraile, a Rafael Sánchez Ferlosio, con quien, en 1954, se casaría.

Hasta entonces había estudiado Filosofía y Letras y había sido actriz ocasional y autora de algunos textos de crítica literaria que había publicado en la revista salmantina Trabajos y días. Pero en Madrid emprende su auténtico camino como escritora con El balneario, un volumen influido por Kafka con el que se lleva de calle el Premio Café Gijón aquel 1954.

Tres años más tarde logra el Nadal con la crónica de la vida provinciana de un grupo de chicas adolescentes. Entre visillos supone una sorpresa y una llamada de atención para el mundo literario. Ha nacido una escritora que, –como el tiempo se encargará de demostrar–, está llamada a dejarnos algunas de las novelas más interesantes de aquella larga y fecunda generación que empezó a escribir en la difícil España de los 50.

Ahí están, mezclando géneros y tiempos, Las ataduras, Retahilas, Fragmentos de interior, Nubosidad variable, Lo raro es vivir, Caperucita en Manhattan, La reina de las nieves, Entre visillos, La hermana pequeña o el peculiar homenaje a Aldecoa que supone Esperando el porvenir.

Y los reconocimientos: los ya comentados Gijón, Nadal y Nacional de Literatura, en 1954, 1957 y 1978 respectivamente, el Príncipe de Asturias de 1988, que compartió con el poeta José Angel Valente; el Castilla y León de las Letras de 1992; la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes; la Pluma de Plata del Círculo de la Escritura; de nuevo el Premio Nacional de las Letras, otorgado el 21 de noviembre de 1994 por el conjunto de su obra…

Obras completas

Ahora, y gracias a la iniciativa de Ana Martín Gaite y José Teruel, la editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores reúne por primera vez las obras completas de la escritora.

Dos son los objetivos esenciales de una edición programada en siete volúmenes de los que ya han sido publicados tres: recuperar eslabones perdidos de su producción literaria, ya sean textos inéditos o de difícil localización, y propiciar el descubrimiento de conexiones de una creadora que cultivó múltiples géneros literarios sin entenderlos nunca como compartimentos estancos, “alguien que consiguió convertir todo lo que le rodeaba en narración, ensayando nuevos puntos de observación sobre lo ya mirado muchas veces. Su obra es un tejido unitario y coherente, donde poesía, cuento, novela, teatro, investigación histórica, ensayo, artículos periodísticos, conferencias y cuadernos misceláneos se interfieren y confluyen en una misma poética: conocer es recordar, nombrar es sacar los asuntos del caos aunque ello suponga una traición de ese mismo caos”, como indica José Teruel, responsable de esta excelente edición.

Carmen Martín Gaite aprendió desde muy pronto que hablar del mundo que la rodeaba era la única puerta de acceso para adentrarse en uno mismo. Desde ese enfoque se acercó a los personajes centrales que pueblan su orbe narrativo, a los personajes históricos sobre los que investigó, e incluso a sus amigos y contemporáneos más próximos.

Hablar de Martín Gaite es hacerlo del orden y el caos. El orden contra el caos, como glosa su hemana: “Carmen era una mujer caótica y, al tiempo, extremadamente disciplinada. Una persona en la que siempre influyó la irresistible atracción por el riesgo y la contención y la sensatez. Dentro de su caos siempre supo a dónde iba, cómo iba y qué quería conseguir. Por su forma de ser y de afrontar la vida, estuvo en muchos momentos asomada al precipicio, pero nunca se tiró”.

Se cumplen diez años de su ausencia, entonces, cuando un cáncer fulminante se la llevó en menos de mes y medio. “¿Qué hago con el legado de la memoria?”, fue, como cuenta su hermana, la última frase en vida de una escritora centrada en la memoria personal y en la memoria colectiva. Una memoria, la nuestra, en la que permanece una obra cuya estela se hace más larga y luminosa cada día.