Pocos narradores han penetrado en el alma humana de un modo tan descarnado como Dostoyevsky y son menos aún los que a partir de ese conocimiento y descripción de miserias han levantado obras literarias de tanto peso y valor. Él, lo hizo. Sus personajes no son más que los pensamientos que el ser humano es capaz de concebir, de las acciones que se derivan de esas ideas que en el mundo dostoyevskyano reflejan los instintos más degradados, aquellos que en las situaciones extremas anidan en nuestro universo interior. Un irredento museo que nos muestra, al tiempo sin pudor y de un modo sugerente, el camino del mal.

El hombre es radicalmente libre y amoral, nos dice el autor, y desde esos parámetros puede elegir. Así, el egoísmo se mezcla con la generosidad, la mezquindad con la ternura, el crimen con la entrega en un mundo en el que acaba casi siempre por ganar la perversión, aquella que preside la vida de seres patéticos que se vuelcan, introspectivamente, en sí mismos, víctimas de una individualidad que los atormenta.

Sin salidas

Así de duro. Así de asfixiante y sin salidas es el universo de este moscovita nacido en 1821 que antes que escritor fue, por imposición paterna, ingeniero militar, carrera que abandonó a poco más de un año de ejercerla para contarnos algunas de las historias más profundas que puedan ser leídas.

A los 25 años vio el papel impreso su primera novela, Pobres gentes, con la que se ganó de partida la consideración del entorno. Efímero reconocimiento. De poco le valió. Su vida estaría marcada por la búsqueda del dinero como elemento esencial. En esta vertiente fracasó y la penuria le persiguió con tenacidad y distintas caras a lo largo de sus seis décadas de existencia.

Pronto, en 1849, fue detenido por su activismo político como socialista utópico. Condenado a muerte, ya en el patíbulo (¡cuánto hubiera perdido la narrativa si se hubiera cumplido tal disparate!) le fue conmutada la pena capital por cuatro años de trabajos forzados en el escalofriante campo de concentración de Omsk, seguidos de un servicio indefinido como soldado raso en la Siberia perdida.

Allí, en 1857, se casó con María Isaieva, su primer amor, a la que seguiría Paulina Suslova y Anna Grigorievna Snitkina, con la que a la muerte de la primera contraería segundas nupcias. Snitkina le cuida, le sufre, le sirve de secretaria y taquífraga pues acuciado por las deudas (las derivadas de su ludopatía y otras), los plazos y las prisas, Dostoyevsky acaba por no escribir sino dictar sus obras. Así crea más rápido. Día y noche Snitkina plasma sin rechistar la genialidad que destila su marido mientras pasea de un lado a otro de la habitación y dicta; crea. Paradójico destino para una mujer entregada, que hubo de soportar incluso que él le empeñase varias veces y por culpa del juego, bienes y ropas.

Destino cruel también para quien nació con la convicción de que tenía algo importante que decirle al mundo y a ello se puso. Para quien, como tantas otras veces, el definitivo reconocimiento llegaría muy tarde, ya en los últimos, alcohólicos y enfermos años de vida. ¿De qué le sirvió que en 1861 su muerte constituyese una multitudinaria manifestación de reconocimiento y duelo?

A nosotros, sus lectores, sí. Nos compensa la inmensa obra de este transgresor de las fronteras literarias. De este genio tortuoso del que Stefan Zweig dijo: “Ningún otro ha descubierto tantas tierras vírgenes en el alma humana como este hombre arrebatado, desmedido, a quien, según propia confesión, lo inconmensurable y lo infinito eran tan vitales como el aire que respiraba”.

Obras completas

Inicia ahora Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores la edición de sus Obras Completas en español con un primer tomo, al que seguirán otros siete, que recoge las trece novelas y relatos escritas entre 1846 y 1849 (la ya citada Pobres gentes, El doble, El ladrón honrado, Noches blancas, El pequeño héroe…). Fragua un ambicioso proyecto que constituye una puesta al día de la publicación que emprendiera en los años sesenta la editorial Vergara con la traducción cuidada y directa del ruso realizada por Augusto Vidal.

Brilla para el lector una obra inmensa (Crimen y castigo, El idiota, El jugador, Los demonios, Los hermanos Karamazov, Diario de un escritor…). Una obra en la que el autor comparte hasta la intimidad las emociones y los sentimientos de sus personajes y sabe trasvasarlos de modo tal que el lector los siente suyos.

Como ha escrito Ricardo San Vicente, director de la nueva edición, Dostoievsky vive hasta tal punto los estados anímicos de sus héroes –sobre todo en su vertiente más pecaminosa e inmoral, es cierto–, que algún alma poco caritativa ha llegado a sugerir que sólo un hombre capaz de cometer o incluso que haya cometido los actos que aparecen en las obras del autor podría describirlos, narrarlos y darles vida como él.

No los cometió, al menos todos, aquel hombre que se siempre se sintió incomprendido pero que no dejó nunca de creer en sí mismo, “aunque resulto desconocido para el pueblo ruso del presente, reflejó en su Cuaderno de notas, seré reconocido para el que vendrá en el futuro. Me llaman psicólogo: no es verdad, soy tan sólo realista en el más alto sentido de la palabra, pues reflejo todas las profundidades del alma humana”.