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David Foster Wallace, el escritor sobrado

La experiencia la resume muy bien aquella película, por otro lado fallida –The end of the tour–, que ponía en imágenes la entrevista de cinco días que le hizo un reportero de la revista Rolling Stone, David Lipsky, en el tramo final de su gira de promoción de La broma infinita, su intento de hacer la gran novela americana. “Leer a DFW era sentir que tus párpados se abrían; como Salinger o Scott Fitzgerald, era capaz de forjar un vínculo irrompible con sus lectores. No te sumergías en sus libros buscando una historia o información, sino una experiencia particular. La sensación de ser DFW durante un cierto número de páginas”. Son palabras de Lipsky tras enterarse de que aquel escritor que había conocido doce años antes se había ahorcado en el patio de su casa. Hay muchos escritores en DFW: es posible que no todos te seduzcan pero es poco menos que imposible que alguno de ellos no te fascine.

El escritor suicida

Desde sus primeros relatos, DFW trabajó con su propia biografía para construir sus historias de ficción. Aun así son historias que hoy se leen de forma distinta a como lo hacíamos antes del año 2008. Historias muchas veces aterradoras que dan vueltas y más vueltas al problema de la depresión, el vacío existencial, la psiquiatría y el psicoanálisis y, sí, el suicidio.

Ya en el primer relato, fechado en el año 1984 y escrito en primera persona, leemos sobrecogidos: “Ya sabéis lo que se dice de que la gente se suicida cuando sufre una depresión grave. Y nosotros decimos ‘¡Caray, tenemos que hacer algo para impedir que se maten!’ pero es una equivocación. Porque fijaos, para entonces esa gente ya se ha matado, en el sentido que cuenta de verdad. Para cuando esa gente se traga botiquines enteros o hace siestas en el garaje o lo que sea, ya llevan muchísimo tiempo matándose. Cuando se ‘suicidan’, únicamente están siendo organizados”.

El escritor de revistas

Como a su compatriota Truman Capote, seguro que a DFW le habría gustado entrar en el canon por sus meditadas obras de ficción, por ser el autor de La broma infinita o de alguno de sus relatos. Capote fue autor de una primera novela inolvidable y de cuentos realmente magistrales pero hoy se le sigue recordando por un gran reportaje (A sangre fría) y una miscelánea impagable (Música para camaleones).

Las piezas encargadas por revistas que integran, por ejemplo, el libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (2001) tienen toda la pinta de que van a aguantar igual o mejor el paso del tiempo que sus mejores ficciones. Una reportera excepcional, Leila Guerriero, que define a nuestro hombre como una máquina que lo ve todo, como un tipo con rayos x en los ojos, vaticina que esta parte de su obra, “quizá en un futuro no tan lejano, coloque a DFW en el sitio que aún no termina de ocupar: el de uno de los más grandes, talentosos y originales periodistas contemporáneos”. Amén.

El escritor humorístico

Habrá que profesar agradecimiento eterno a la revista Harper’s por soltar una pasta en 1996 para que DFW se enrolara en un crucero, disfrutara de todas la atenciones y volviera para contar (sin piedad) lo que allí vivió. “He oído a americanos adultos y boyantes preguntar en el mostrador de Atención al Pasajero si hay que mojarse para bucear, si el tiro al plato tiene lugar al aire libre, si la tripulación duerme a bordo y a qué hora es el Buffet de Medianoche”.

El escritor tenista

Lo quisiera o no, lo buscara o no, la de DFW es una de las estampas icónicas del escritor joven de los noventa con su inseparable bandana y su aspecto de rockero de Seattle. Le gustaba horrores la televisión y decidió no tenerla en casa para evitar así caer en sus para él adictivas redes. Pero para sus lectores DFW será siempre el escritor tenista. Pasó buena parte de su adolescencia compitiendo con una raqueta en la mano y lo que aprendió en la cancha le sirvió para entregar luego algunos de los mejores textos sobre este deporte, desde esa suerte de autobiografía que es Deporte derivado en el corredor de los tornados, que mezcla con naturalidad las matemáticas, el tenis y las características de los temibles vientos en el estado de Illinois, a la crónica de una de esas finales –bigger than life– entre Federer y Nadal. Para el aficionado –y para el no aficionado también– es obligatorio hacerse con esa joyita que es El tenis como experiencia religiosa, publicado el año pasado.

El escritor obsesivo

Cuenta la madre de DFW, profesora también como su hijo, que de pequeño, David “nunca se encontró una palabra con la que no le gustara jugar, hacerla saltar a través de aros en llamas y ejecutar gestas y hazañas”. Lo mismo hizo de mayor con los temas que le interesan o le encargan, ya sean éstos Kafka, el consumo de langostas o la obra de David Lynch. Y nada como ese recuerdo materno encaja más con su personalidad como escritor superdotado que encadena una digresión tras otra y acumula fascinantes y gigantescas notas al pie de página con ideas y hallazgos que darían para otros artículos. El escritor más sobrado de su generación.

portatil2 [1]Portátil. Relatos, ensayos & materiales inéditos [2]
David Foster Wallace
Literatura Random House
Traducción: Javier Calvo
672 páginas
24,90 euros